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En el país de la incertidumbre

Son las segundas elecciones de 2019 y el país se asoma a un espacio desconocido: la construcción de un Gobierno progresista sigue siendo tan compleja como lo era hace seis meses en un Congreso inédito donde la extrema derecha dobla escaños y supera los cincuenta diputados. El resultado de Vox es síntoma y también amenaza: la frustración del electorado ante una situación de bloqueo institucional que se demora ya demasiado tiempo, la sensación de que el marco nacional empieza a cobrar mayor peso en una agenda política marcada por el conflicto en Cataluña, el recuerdo de que hubo tiempos peores que siempre son susceptibles de regresar.

De qué podrá hacer Vox con esos diputados empezaremos a saber en los próximos meses. La extrema derecha, de momento, se ha hecho con un valioso altavoz desde donde verter propaganda y envenenar la frustración con mensajes que difícilmente encajan en una democracia moderna. A la izquierda, por su parte, le conviene hacer autocrítica si quiere situarse como una opción útil en un escenario político cada vez más viciado por banderas y soberanías solapadas. El hundimiento de Ciudadanos es una aviso para todos: en tiempos volátiles los votos se esfuman rápido.

El resultado de este domingo demuestra que los asesores y los sociólogos no siempre tienen respuestas para todo. Descifrar un país es un trabajo complejo y los cálculos partidistas conducen a escenarios de doble filo. La incertidumbre es un elemento incómodo en una cultura política como la española, refractaria a coaliciones a nivel nacional. La fragmentación del espectro político que siguió al 15M impide desde entonces las mayorías amplias de la época del bipartidismo aunque los dos grandes partidos tradicionales sigan obcecados en abstenciones y sumas que ya no conducen a ningún sitio. La legislatura que comienza será una legislatura de entendimiento, está por ver entre quienes, o no será. Unas terceras elecciones en seis meses llevarían a España más allá de la incertidumbre, la situarían en lo desconocido.

Son las segundas elecciones de 2019 y el país se asoma a un espacio desconocido: la construcción de un Gobierno progresista sigue siendo tan compleja como lo era hace seis meses en un Congreso inédito donde la extrema derecha dobla escaños y supera los cincuenta diputados. El resultado de Vox es síntoma y también amenaza: la frustración del electorado ante una situación de bloqueo institucional que se demora ya demasiado tiempo, la sensación de que el marco nacional empieza a cobrar mayor peso en una agenda política marcada por el conflicto en Cataluña, el recuerdo de que hubo tiempos peores que siempre son susceptibles de regresar.

De qué podrá hacer Vox con esos diputados empezaremos a saber en los próximos meses. La extrema derecha, de momento, se ha hecho con un valioso altavoz desde donde verter propaganda y envenenar la frustración con mensajes que difícilmente encajan en una democracia moderna. A la izquierda, por su parte, le conviene hacer autocrítica si quiere situarse como una opción útil en un escenario político cada vez más viciado por banderas y soberanías solapadas. El hundimiento de Ciudadanos es una aviso para todos: en tiempos volátiles los votos se esfuman rápido.