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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Pelotas tiene una pelota para mí

Hace escasos meses ocurrió algo en Estados Unidos que le hubiera dado mucho juego a Arthur C. Clark, Philip K. Dick y J. G. Ballard, aunque no tanto a sus creadores, que entraron en pánico.

Les voy a presentar al FAIR (Facebook AI Research), el equipo de investigación en Inteligencia Artificial de Facebook, el cual desarrolla en la Universidad Tecnológica de Georgia un proyecto para crear una AI que aprenda por sí misma y desarrolle técnicas de negociación. En la foto, los verán como chicos aplicados y sobresalientes. Yo los veo como a los operarios de las películas de Fumanchú o Spectra, afanados sin descanso ante artefactos demoníacos, cosa que me hace recordar lo que siempre me decía mi confesor: “Javier, el mal no descansa”.

Es bonito el progreso, aunque no necesariamente malo. Ahí está el mondador de patatas eléctrico y el desdentador de ajos, artilugios sin los cuales nuestra especie se hubiera extinguido. Innovación a tope es la divisa, pues, de nuestros tiempos. El problema es cuando los robots o bots, ordenadores, vamos, se comunican entre sí y empiezan a desarrollar un lenguaje propio. Esto es lo que empezó a mosquear a los chicos y chicas del FAIR. Nadie se esperaba que sus bots pasaran de ellos (está claro que la cortesía es improductiva), pero es que nadie les dijo que no podían hacerlo.

Luego ocurrió.

Aquí está, como prueba, el emocionante diálogo entre Bob y Alice, los bots de Zuckerberg:

-Bob: I can i i everything else [Bob: Puedo yo yo todo lo demás]

-Alice: balls have zero to me to me to me to me to me to me to me to me to [Alice: pelotas tienen cero para mí para mí para mí para mí para mí para mí para mí para mí para]

-Bob: you i everything else [Bob: tú yo todo lo demás]

-Alice: balls have a ball to me to me to me to me to me to me to me to me [Alice: pelotas tienen una pelota para mí para mí para mí para mí para mí para mí para mí para mí]

No es que sea un diálogo digno de Lubistch o Woody Allen, reconozcámoslo. Muchos habremos dicho cosas más incoherentes un sábado por la noche. Pero tiene su cosa, digamos que hay algo que llama la atención. Esos 'yo' y 'a mí' repetitivos no son aleatorios, reflejan la cantidad de objetos que obtendrían los bots en un intercambio, es decir, un patrón. Y si hay un patrón, hay una inteligencia, pero si no se entiende el patrón, la inteligencia escapa de control humano y eso no se puede consentir.

Facebook desenchufó los ordenadores, que es, como todo el mundo sabe, el principio básico de la informática.

Pero es que a Google le ha pasado lo mismo con un experimento similar y también tuvo que tirar del cable.

La explicación de FB es que pelillos a la mar, un error lo tiene cualquiera, pero lo volveremos a intentar con 'recompensas' para que los cacharros sepan a qué atenerse.

Yo siempre he sospechado que, por la noche, cuando todos duermen, los electrodomésticos de casa cobran vida. No descarto que la lavadora tenga un flirt con la nevera y que la tostadora le busque las vueltas al router, aunque me faltan pruebas. Es más, sospecho que entablan misteriosos coloquios nocturnos y que, incluso de día, con todo el descaro, el programa de centrifugado emite códigos misteriosos para impartir instrucciones al aspirador. Esos ruidos del bombo no pueden que ser nada bueno. Con esto del internet de las cosas, por si acaso, duermo con un pelador de cables bajo la almohada.

Pero antes de que Bob y Alice se lo montaran por su cuenta, estas cosas ya existían. Piensen en un Parlamento, por ejemplo el de Cantabria. Se programa cada cuatro años y durante ese tiempo, nosotros, ciudadanos, votantes y blablablá nos ponemos a observarlo. En principio parece que todo va bien. Son formales, se duchan todos los días y cumplen a rajatabla los períodos vacacionales. Pero la cosa se tuerce cuando tienen iniciativa propia. Entonces empiezan a hablar entre ellos... y ya les hemos perdido. ¿Qué hacen? Ni idea.

Sólo que no podemos desenchufar el Parlamento. Hay que esperar cuatro años a que se le acabe la batería.

Cualquier observador de la Cámara acabará intentando escrutar cuál es el patrón por el que se guía nuestra clase política. ¿Programas electorales? (sonrisita de fondo). ¿Algún plan para controlar la situación? (risa abierta). ¿Algún plan a secas? (carcajada con descaro). Debería haber un plan, un patrón, algo que les lleve a decir compulsivamente 'yo, yo, yo, yo' o 'a mí', 'a mí', 'a mí'. Porque damos por descontado que hay una inteligencia en el Parlamento, aunque sea de andar por casa. ¿O no?

Sinceramente, no creo que en el Hospital de San Rafael se desarrolle ninguna AI, porque con una de lo más natural bastaría, pero cuando nuestros políticos empiezan a 'dialogar', a desconectarse de su entorno y desarrollar sus códigos propios ocultándonos información es el momento de desenchufar.

Mientras descubro cuál es el patrón por el que se rigen, me iré de charleta con el lavavajillas. Total, todavía queda más de un año para el unplugged o el Armagedón.

Hace escasos meses ocurrió algo en Estados Unidos que le hubiera dado mucho juego a Arthur C. Clark, Philip K. Dick y J. G. Ballard, aunque no tanto a sus creadores, que entraron en pánico.

Les voy a presentar al FAIR (Facebook AI Research), el equipo de investigación en Inteligencia Artificial de Facebook, el cual desarrolla en la Universidad Tecnológica de Georgia un proyecto para crear una AI que aprenda por sí misma y desarrolle técnicas de negociación. En la foto, los verán como chicos aplicados y sobresalientes. Yo los veo como a los operarios de las películas de Fumanchú o Spectra, afanados sin descanso ante artefactos demoníacos, cosa que me hace recordar lo que siempre me decía mi confesor: “Javier, el mal no descansa”.