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El pulso del Barrio Tetuán
Este barrio con ecos norteafricanos y un pasado ligado, sin embargo, a los pescadores está más vivo que nunca y su pulso late a un ritmo tan acelerado que se está convirtiendo en una de las principales referencias festivas de la ciudad.
No es fácil que en la Cantabria golpeada por la crisis, maltratada por el paro y muchas veces sumida en su ancestral soledad con sus vecinos, surja un ramillete de iniciativas destinadas al ocio y capaces de dotar de contagiosa alegría a una de las pocas zonas de la capital que se niega a rendirse a la depresión.
Como un reducido campamento galo rodeado por las legiones de la tristeza, Tetuán resiste con el aspecto de una alegre ciudadela dispuesta a dejarse la vida en el empeño no ya en su compromiso con los vecinos, sino en la propia dignidad de no perder del todo la sonrisa.
Su propia historia marinera contrasta con sus vecinos más señoritos del viejo Santander y quizá entre las viejas redes y aparejos se empezó a escribir una historia que no tiene más remedio que compaginar el trabajo duro y el breve respiro del espíritu festivo.
Y ese es el testigo que ha recogido la Asociación de Vecinos Tetuán Barrio Camino y la Asociación de Hosteleros y Comerciantes para dinamizar una zona en constante movilización por recuperar al menos unas horas de alegría frente a las nubes negras que no dejan de asomarse por encima de Peña Cabarga.
Si Hemingway viviese, no se hubiera resistido a visitar la versión más montañesa de los sanfermines, ya que hubiera compartido devoción con el patrono de tetuaneses y pamplonicas. No se me enfaden los de Ampuero, porque los encierros de septiembre no son los sanfermines chicos, sino los ampueros grandes.
Pero también en Tetuán se comparte pasión por la Feria de Abril y cuando llega el día quizá no se llegue en este rincón santanderino a las doscientas mil bombillas del Real sevillano, pero no faltan vestidos de faralaes, sombreros cordobeses, rebujito bien frío y manzanilla La Gitana.
Y en pleno mes de junio, en el barrio ondea al viento la bandera arco iris, porque aquí no se le piden explicaciones a nadie sobre su sexo, raza ni religión. Ruido de tacones, maquillaje, colorete y orgullo, mucho orgullo de estar en Tetuán.
Luego vienen las ollas ferroviarias, las marmitas… esto es un no acabar de iniciativas que involucran a mucha gente para que todo salga bien y el barrio luzca siempre galas brillantes para envidia de los visitantes y delirio de los vecinos.
Este fin de semana vivimos el broche al estilo de Hollywood, con una estrella más en este pequeño paseo de la fama que desafía sin complejos a Vine Street y el viejo Boulevard. Allí estaba Eduardo Noriega, con sonrisa de galán recibiendo el afecto bien ganado de los vecinos. Es la quinta estrella al sur de la calle, otra estrella de lo que está destinado a ser un firmamento de cántabros admirados y queridos por un barrio vivo que dibuja un gesto torero y un desplante en pleno rostro de la crisis.
Este barrio con ecos norteafricanos y un pasado ligado, sin embargo, a los pescadores está más vivo que nunca y su pulso late a un ritmo tan acelerado que se está convirtiendo en una de las principales referencias festivas de la ciudad.
No es fácil que en la Cantabria golpeada por la crisis, maltratada por el paro y muchas veces sumida en su ancestral soledad con sus vecinos, surja un ramillete de iniciativas destinadas al ocio y capaces de dotar de contagiosa alegría a una de las pocas zonas de la capital que se niega a rendirse a la depresión.