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Educación e innovación en Cantabria: ¿dónde estamos en España y Europa?
Parece difícil, estos días, escribir sobre alguna cuestión diferente a la del monotema de Cataluña. Sin embargo, me gusta siempre escribir desde la reflexión, y me resulta imposible no hacerlo desde la emoción al referirme a un lugar en el que he pasado dos grandes años de mi vida y al que sigo vinculado con tantos buenos momentos. Es, además, un tema sobre el que ya se están escribiendo bastantes cosas. Para reflejar cómo me siento, me basta con remitirme a lo que están diciendo autores como Jordi Évole, Iñaki Gabilondo, Ignacio Escolar, Roger Senserrich y Javier Gallego, por ejemplo. No he podido omitir una referencia al (mono)tema que más me preocupa, para pedir a los políticos de uno y de otro lado, y a las personas que los ponemos ahí, que no nos lleven al conflicto. Pienso, en todo caso, que no podemos dejar de hablar también de otros temas importantes, a lo cual dedicaré el resto de mi artículo.
Porque, a pesar de todo, la vida ha continuado. Esta semana, presentábamos el informe que he elaborado, junto con los profesores Daniel Díaz y Julio Revuelta, sobre la internacionalización de la economía de Cantabria. El estudio, desarrollado por iniciativa de la Cámara de Comercio, se enmarca dentro de un proyecto financiado por la Unión Europea, en el que participan otras seis regiones del continente. En un próximo artículo sintetizaré los principales resultados del informe, puesto que señala algunas de las claves para poder mejorar la economía de Cantabria. Hoy, pondré el acento en una cuestión previa, que surgió al iniciar el análisis. ¿Con qué factores contamos, en Cantabria, para tener éxito en la internacionalización?
Ser una economía competitiva es, ni más ni menos, estar integrado en los circuitos económicos internacionales de comercio e inversión y ser capaz de vender tus productos fuera de tu territorio. Esto se puede lograr, básicamente, por tres vías (o mediante una combinación de ellas): una, hacer las cosas más barato que otros; dos, hacer las cosas mejor que otros; y tres, hacer cosas diferentes. Las estrategias para conseguirlo son muy diversas. Una opción que puede venir fácilmente a la cabeza es la de reducir los salarios, poniendo el acento exclusivamente en la primera vía (la de abaratar costes). Tiene como ventaja que puede ofrecer resultados a más corto plazo que otras alternativas. Sin embargo, su gran inconveniente es que lleva al empobrecimiento de los trabajadores (la gran mayoría de la población) y, con ello, de la demanda interna que sustenta a las empresas y a las economías en su conjunto. Es, por tanto, una vía inadecuada, que confunde los medios (la competitividad) con los fines (la calidad de vida de la población).
Necesitamos otras alternativas si, efectivamente, nuestro objetivo es vivir cada vez mejor. La estrategia económica de la Unión Europea, con la pretensión de conjugar la competitividad internacional con un modelo avanzado tanto económico como social, pone el acento en dos cuestiones: la educación y la innovación. La educación permite avanzar en la segunda vía para ser competitivos (hacer las cosas mejor), e incluso puede ayudar en la tercera (hacer cosas diferentes) y en la primera (hacerlas con menor coste). La innovación, por su parte, puede servir para avanzar en cualquiera de las tres vías, o en varias a la vez. El problema de la educación y la innovación es que sus resultados no se ven de manera inmediata, sino a largo plazo. El esfuerzo en innovación, en particular, tampoco garantiza el éxito: algunos proyectos saldrán bien, y otros no. Pese a todo, con carácter general, la inversión en estas dos cuestiones suele valer la pena. Educación e innovación son, de hecho, las claves que caracterizan a las economías más avanzadas de Europa.
La siguiente pregunta a resolver es saber cómo estamos en Cantabria en relación a estas dos cuestiones. El gráfico 1 muestra la situación de nuestra comunidad (en color rojo) y de las demás comunidades autónomas españolas (en color naranja), en cuanto a dos indicadores clave relativos a la educación (el porcentaje de ocupados con al menos educación secundaria superior, en el eje horizontal) y la innovación (el gasto total en I+D en el periodo 2011-2014, como porcentaje del PIB, en el eje vertical); el tamaño de las burbujas representa el tamaño de la economía de cada comunidad (el PIB). El gráfico 2 muestra esta misma información, pero comparando Cantabria y las demás autonomías españolas (en rojo y en naranja, respectivamente) con todas las regiones europeas (en azul).
Si se compara con el resto de comunidades españolas, la situación de Cantabria en lo que respecta al nivel educativo de su población es bastante buena: el porcentaje de ocupados con al menos educación secundaria superior en nuestra comunidad es del 70,5%, solo por detrás del País Vasco, Madrid, Navarra y Asturias. Aquí tenemos una fortaleza interesante, al menos dentro del contexto de España: nuestros niveles de lo que se denomina capital humano son suficientes como para tratar de enfocarnos más hacia actividades de mayor valor añadido, lo cual será más difícil en comunidades cuya población tenga un menor nivel educativo. En materia de innovación, en cambio, nuestra posición es más mediocre: solo País Vasco, Navarra, Madrid y, en menor medida, Cataluña, destacan con valores de gasto en I+D más elevados, mientras que Cantabria se sitúa, con un 0,99%, en línea con el grueso de las comunidades españolas.
La valoración de la posición de Cantabria y la del resto de comunidades españolas es mucho más negativa si se comparan con el conjunto de las regiones europeas. En lo que respecta a educación, en 222 de las 271 regiones para las que existen datos, el porcentaje de ocupados con al menos educación secundaria superior es mayor que el de Cantabria; en 182 de ellas, de hecho (dos tercios del total), supera el 80%. En cuanto a la innovación, Cantabria ocupa el puesto 162 de las 269 regiones europeas para las que existe información. En 66 regiones el gasto en I+D supera el 2% del PIB, tratándose de un grupo en el que se sitúan, con carácter general, las economías más avanzadas del continente. En cambio, las regiones donde este indicador muestra valores más bajos se encuentran, en general, entre las más atrasadas de Europa.
Por tanto, Cantabria, como el grueso de las comunidades españolas, se sitúa en el furgón de cola europeo en materia de educación e innovación, los dos elementos clave de la estrategia europea para tratar de hacer compatible el progreso económico y social y la competitividad internacional. Solo País Vasco, Madrid y Navarra se sitúan en parámetros más semejantes a los de las regiones europeas más exitosas. No por casualidad son, con diferencia, las tres comunidades con mayores niveles de actividad económica por habitante. El resto de autonomías, si no corregimos esta situación, nos vemos abocados a una especialización en actividades de valor añadido relativamente bajo, con la cual solo seremos capaces de competir internacionalmente por la vía de los bajos costes y, en concreto, de los bajos salarios.
Educación e innovación, más que los ingredientes de una receta mágica (que no existe), son un excelente termómetro de la salud del tejido productivo. El futuro va por ahí, si pretendemos seguir abriéndonos cada vez más al mundo y, a su vez, continuar mejorando nuestros actuales niveles de bienestar económico y social. Tratar de hacer las cosas mejor y, si es factible, ser capaces también de hacer cosas que otros no puedan hacer. Es por lo que decidieron apostar hace décadas en las regiones más avanzadas de Europa. Y son los frutos que, espero, podremos cosechar nosotros también, dentro de varias décadas, si apostamos por ello ahora.
Parece difícil, estos días, escribir sobre alguna cuestión diferente a la del monotema de Cataluña. Sin embargo, me gusta siempre escribir desde la reflexión, y me resulta imposible no hacerlo desde la emoción al referirme a un lugar en el que he pasado dos grandes años de mi vida y al que sigo vinculado con tantos buenos momentos. Es, además, un tema sobre el que ya se están escribiendo bastantes cosas. Para reflejar cómo me siento, me basta con remitirme a lo que están diciendo autores como Jordi Évole, Iñaki Gabilondo, Ignacio Escolar, Roger Senserrich y Javier Gallego, por ejemplo. No he podido omitir una referencia al (mono)tema que más me preocupa, para pedir a los políticos de uno y de otro lado, y a las personas que los ponemos ahí, que no nos lleven al conflicto. Pienso, en todo caso, que no podemos dejar de hablar también de otros temas importantes, a lo cual dedicaré el resto de mi artículo.
Porque, a pesar de todo, la vida ha continuado. Esta semana, presentábamos el informe que he elaborado, junto con los profesores Daniel Díaz y Julio Revuelta, sobre la internacionalización de la economía de Cantabria. El estudio, desarrollado por iniciativa de la Cámara de Comercio, se enmarca dentro de un proyecto financiado por la Unión Europea, en el que participan otras seis regiones del continente. En un próximo artículo sintetizaré los principales resultados del informe, puesto que señala algunas de las claves para poder mejorar la economía de Cantabria. Hoy, pondré el acento en una cuestión previa, que surgió al iniciar el análisis. ¿Con qué factores contamos, en Cantabria, para tener éxito en la internacionalización?