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Queremos saberlo todo

En el teatro, los de más abajo estamos siempre en el gallinero, que es el lugar más alejado del escenario, pero ahí, al menos, somos los de arriba por un rato.

El espectáculo suele ser ramplón, a nuestro gusto plebeyo y al de los villanos de la platea -clase media, dicen-, pero lo mejor es cuando se descoloca la tramoya, se desmantelan los bastidores y, quizá borracho el elenco desde la noche anterior, se disparan las morcillas. Entonces, algunos de los de abajo, formados en la cultura de la venganza y ahora subidos a nuestra percha, gozamos perversos sabiendo que andan por ahí cuatrocientos archivos grabados por una red de solucionadores y conseguidores desde la noche de los tiempos. Y queremos verlo y escucharlo todo, como los millones de documentos de WikiLeaks (en el ciberespacio siguen; no ha pasado nada, pero nos hemos reído un rato), aunque más gracia tenían los “te quiero, compa” y “estoy en la política para forrarme” de los peperos que se llamaban sobándose con palabras a lametones de contabilidades fractales, y no voy a hablar de los mensajucos de la realeza porque la ignorancia de la ley (mordaza) no exime de su cumplimiento.

Desde arriba, podemos bajar la mirada a donde sea, intuir lo que debe de ser vivir el mundo en perspectiva casi cenital. Quizá tengan razón los que dicen (pero les pagan por ello) que no estamos preparados para ese punto de vista tanto como los expertos que van a provocar la nueva crisis que ya anuncian, pero nos las arreglamos a nuestra manera yendo de lo global (Bolsonaro no se esconde hablando de mujeres y homosexuales y llamando guapa a una lesbiana para quedar bien) a lo local (hybris escupidora en supuestas grabaciones que al parecer nadie había oído y todo el mundo conocía en el ambiente irradiador con el que Podemos Cantabria quiere hacer un drama y le sale un esperpento malo), aunque luego la sabiduría no nos sirva de nada porque el que cobra obedece y la mayoría aplaude la obra original, promocionada hasta en la sopa.

Pero no todo es guasa: también se entiende algo desde abajo de tragedias personales y de cómo las nuevas tecnologías (en el gallinero algunos se toman esto muy en serio) cambian el paso del tiempo para que nada cambie y se aseguran el predominio de sus monólogos haciéndolos parecer accidentes o tertulias. Hay sitio aquí para la pena, no les quepa duda, mientras Charlot intenta orinar desde la balaustrada, que es, como quien dice, el borde del abismo.

En el vodevil, cualquiera se salva con un quiebro, pero jode saber que el periodista Jamal Khashoggi pudo haber grabado su asesinato a manos de los gorilas de la embajada saudí con un dispositivo de pulsera, y seguro que no pasa nada, aunque es inevitable arrastrar la memoria por el estiércol de las monarquías del golfo hasta esas fotos del jefe del estado en celebraciones con los jeques no sé si antes o después de retratarse con una emprendedora hiperbronceada, el cadáver de un elefante y las sombras danzarinas de un bungalow en Bostwana.

Queremos saberlo todo. Ustedes -ellos- lo saben todo de nosotros. Queremos saber lo necesario para entender los -presuntos- accesorios políticos y económicos de jolgorios, componendas, chantajes, apoyos mafiosos, coimas, comisiones, pagos en orgías, acuerdos en puticlús que dejarían chiquito al de 'Airbag' (este concepto es fundamental) y vaciles de ambigú que acompañan a las leyes, los decretos, sus infracciones y sus cumplimientos, todo lo callado, celebrado o consentido que, como anuncia el iceberg, forma parte del respetable espectáculo de poderes divididos (si no les convence, el fiscal se lo afina) salido de la Ilustración y que, al parecer, hay que redecorar cíclicamente para que los del gallinero no nos cabreemos hasta el punto de no retorno de las libertades o la disolución del engrudo social. Tengamos la fiesta en paz, que hemos venido a divertirnos y se nos está dando muy mal reparto, un repertorio aburrido y las entradas muy caras. Denle al énter y envíenlo todo a la nube: aquí arriba lo pillamos enseguida. Y los de la claque, que se callen o disimulen.

Queremos saberlo todo. Que pongan un gran vertedero virtual de acceso libre y cuelguen todo lo que aparezca, lo desencriptado y lo que no (ya surgirán turings que lo traduzcan), y que cualquiera pueda hacerlo con lo suyo y lo de otros (ya se entenderán los difamadores con los jueces; no se rían, que es peor). Y que instalen puntos de acceso a la e-alcantarilla en todas las esquinas. Quien no quiera, que no mire, pero algunos demandamos nuestro gallinero en la red para poder siquiera atisbar el -supuesto- tinglado cleptohistriónico de los desaprensivos demiurgos del telar.

En el teatro, los de más abajo estamos siempre en el gallinero, que es el lugar más alejado del escenario, pero ahí, al menos, somos los de arriba por un rato.

El espectáculo suele ser ramplón, a nuestro gusto plebeyo y al de los villanos de la platea -clase media, dicen-, pero lo mejor es cuando se descoloca la tramoya, se desmantelan los bastidores y, quizá borracho el elenco desde la noche anterior, se disparan las morcillas. Entonces, algunos de los de abajo, formados en la cultura de la venganza y ahora subidos a nuestra percha, gozamos perversos sabiendo que andan por ahí cuatrocientos archivos grabados por una red de solucionadores y conseguidores desde la noche de los tiempos. Y queremos verlo y escucharlo todo, como los millones de documentos de WikiLeaks (en el ciberespacio siguen; no ha pasado nada, pero nos hemos reído un rato), aunque más gracia tenían los “te quiero, compa” y “estoy en la política para forrarme” de los peperos que se llamaban sobándose con palabras a lametones de contabilidades fractales, y no voy a hablar de los mensajucos de la realeza porque la ignorancia de la ley (mordaza) no exime de su cumplimiento.