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Sobre este blog

Rafa

Rafa de la Sierra ha sido el 50 por ciento de mi vida política. Le conocí en 1976, poco después de mi intervención en una mesa redonda en la Cámara de Comercio de Torrelavega, donde defendí la descentralización política de España, la recuperación del nombre histórico de Cantabria y su conversión en una Comunidad Autónoma uniprovincial.

Aquellas ideas expresadas poco después de la muerte de Franco despertaron reacciones de todo tipo. Y entre ellas, la de Rafa, un joven al que recuerdo espigado y delgado, de Renedo, abogado, que se acercó a mí para decirme que estaba de acuerdo con mi forma de pensar.

Tras aquel primer contacto cristalizó la idea de poner en marcha la Asociación para la Defensa de los Intereses de Cantabria (ADIC), que llevamos a cabo entre los dos, con el fin de impulsar la movilización social a favor de la autonomía y el cambio de nombre de Santander por Cantabria.

El movimiento creció poco a poco y derivó en 1978 en la fundación del Partido Regionalista, para concurrir a las elecciones municipales de 1979 y luchar por la autonomía desde los ayuntamientos.

Conseguido aquel objetivo, con la convocatoria de las primeras elecciones autonómicas de 1983 vivimos una cordialísima discrepancia. En aquel momento Rafa era partidario de convertir al PRC en el Partido Nacionalista de Cantabria, mientras que yo defendía el regionalismo como principio político. Nos separamos. Yo concurrí a las elecciones al frente del PRC y él con una asociación nacionalista que tuvo muy poco éxito.

Le perdí la pista hasta 1991. El Partido Regionalista se encontraba en una situación desastrosa, tras los casos de transfuguismo que vivimos desde 1987. Entonces le busqué y le encontré trabajando en una importante empresa de seguros en Bilbao. Le llamé para exponerle la situación y le propuse que regresara a Cantabria, porque estaba convencido de que aquel mal momento del partido sólo podía superarse con su ayuda, volviendo a los orígenes de ADIC. Desde entonces nunca ha dejado de estar sentado a mi vera.

Ha sido mi brazo derecho, mi hombre de confianza, la persona más honrada que he conocido jamás. Nunca me he molestado en leer un documento que llevara su firma.

En política lo ha sido todo. Consejero de Cultura y de Presidencia y Justicia, presidente del Parlamento, teniente de alcalde del Ayuntamiento de Santander, portavoz del Grupo Parlamentario Regionalista, vicesecretario del partido.

A Rafa y a mí nos unían dos cosas: el amor a Cantabria y nuestro compromiso mutuo con la honradez y el cumplimiento de la legalidad. Sin embargo, éramos completamente diferentes. Él era un hombre más contenido, bastante reacio a la espontaneidad y los aplausos, muy concienzudo en el análisis de cualquier tema. Y yo, todo lo contrario. Es bien conocida mi personalidad.

Pero juntos formamos un tándem que ha llevado al PRC a su éxito actual, un éxito que él no ha llegado a ver, porque su último mes ha sido muy complicado. Sin embargo, ha sido diputado, porque yo he querido tenerle presente en las listas, a pesar de saber que nunca llegaría a tomar posesión. Ha sido un homenaje a su trayectoria.

En los últimos años, Rafa y yo hemos trabajado codo con codo, sentados juntos en el Parlamento, en el Consejo de Gobierno y en el partido. Y fue precisamente en un Pleno del Parlamento donde, después de un tiempo observando cómo adelgazaba y su mirada perdía brillo, le pregunté directamente por su salud. Me respondió que se sentía algo débil, pero había ido al médico y no le habían encontrado nada. Pasaron los días y, aunque no tenía dolores, seguía sintiéndose cansado, por lo que le obligué a ir a Valdecilla, donde detectaron que tenía un cáncer prácticamente incurable.

Desde entonces ha soportado momentos durísimos. En Valdecilla le ofrecieron un tratamiento experimental. Su respuesta fue preguntar si se lo ofrecían a él por ser consejero de Presidencia, porque en ese caso no estaba dispuesto a aceptarlo. Le aclararon que no solo no era un privilegio, sino una prueba muy dura y experimental, financiada por un laboratorio y a la que pocos pacientes se querían someter. En esas condiciones, aceptó, pero el tratamiento no dio resultado.

Entonces le plantearon otra posibilidad, de las mismas características, en el hospital Vall d'Hebron de Barcelona, donde permaneció un tiempo en las mismas condiciones, como conejillo de indias. Consciente de lo que tenía, siempre se ofreció voluntario y luchó hasta el último momento por superar la situación.

Siendo aún consejero de Presidencia, le ofrecieron una ambulancia para su traslado a Barcelona, pero la rechazó cuando supo el coste del servicio, que le pareció excesivo. Yo le propuse que usara el coche oficial, porque tenía derecho, pero también se negó. Le llevó un familiar en su coche particular, con el asiento reclinado. Ése era Rafa. La persona rigurosa, ejemplar, discreta, sabia. Creo que no deja ningún enemigo.

El destino le hizo morir la víspera del día en que tenía que tomar de nuevo posesión como diputado del Parlamento donde tantas lecciones magistrales pronunció. Su escaño se quedó vacío, pero sin embargo él estuvo más presente que nunca en el corazón de todos.

Se me va a hacer muy duro no tenerle al lado. Muy duro. La autonomía de Cantabria y el éxito del partido no habrían sido posibles sin él. Él fue mi complemento perfecto para convertir un pequeño partido en el partido hegemónico de Cantabria. Sin él, el éxito que hoy vivimos los regionalistas y Cantabria no habría sido posible

Rafa de la Sierra ha sido el 50 por ciento de mi vida política. Le conocí en 1976, poco después de mi intervención en una mesa redonda en la Cámara de Comercio de Torrelavega, donde defendí la descentralización política de España, la recuperación del nombre histórico de Cantabria y su conversión en una Comunidad Autónoma uniprovincial.

Aquellas ideas expresadas poco después de la muerte de Franco despertaron reacciones de todo tipo. Y entre ellas, la de Rafa, un joven al que recuerdo espigado y delgado, de Renedo, abogado, que se acercó a mí para decirme que estaba de acuerdo con mi forma de pensar.