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Remedios equivocados

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Hace una semana se difundió a través de las redes sociales una noticia que, solo por lo sorprendente, merece una reflexión. Junto a una fotografía del presidente cántabro, Miguel Ángel Revilla, se podía leer: “Revilla deja la Presidencia de Cantabria y anuncia que el PRC se presenta a las elecciones de la Comunidad de Madrid”. Se trataba, como es evidente, de una broma propia de El Mundo Today, quizás un burdo fake apto para muy creyentes, aunque por un segundo también a mí me entró la duda. Pese a lo ridículo que me resultaba ver a Revilla postulándose como presidenciable madrileño, quién me iba a rebatir que no estábamos ante una noticia real. ¿Podía yo acaso dudar de lo que me decían las redes sociales y creer a quienes desmentían semejante barbaridad? O como preguntaba Groucho Marx: “¿A quién va usted a creer, a mí o lo que ven sus ojos?”.

Aquella había sido una semana repleta de sinsentidos. ¿No era absurdo que todo el país estuviese pendiente de las elecciones convocadas por Isabel Díaz Ayuso en Madrid? ¿O que en las radios desayunásemos cada mañana con las opiniones de la líder popular? ¿No era un despropósito que nos acompañara en la comida Pablo Iglesias, actual vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030 del Gobierno de España —cuando más largo es un cargo, menos se sabe para qué sirve—, en su particular vía crucis para competir por la presidencia madrileña? ¿O que el leve aleteo de una moción de censura en Murcia hubiera provocado un tsunami de proporciones impensables en el tablero de Ciudadanos? ¿Y no era bochornoso o digno de estudio sociológico que la única persona que habló de políticas reales en el Congreso de los Diputados —Íñigo Errejón sobre la urgencia de reforzar los servicios de salud mental en los centros públicos tras un año de pandemia— fuese recibido por la bancada de la derecha con cuchicheos y despedido con un “¡Vete al médico!” sin que nadie echase inmediatamente de su cargo al vocinglero popular? ¿Cómo iba, por tanto, a sorprenderme de que Miguel Ángel Revilla entrase en Madrid a lomos de Babieca para poner un poco de orden a semejante locura?

La reflexión a la que me refiero estaba clara. Las redes sociales han contribuido a amplificar cualquier bulo, cualquier ocurrencia o una soberana estupidez. El más tonto puede soltar una bobada y tener a millones de seguidores a sus pies. Acuérdense de aquella escena de Forrest Gump en la que se lanzaba a correr de costa a costa de Estados Unidos y acababa con un centenar de personas tras él. O de Donald Trump agitando el America first y las falsas verdades a través de Twitter para acabar alentando a una turba disfrazada a tomar el Capitolio. Cualquiera puede caer en una trampa convertida en información si se difunde por los canales adecuados o si no se contrasta.

Hace bien poco me solicitaron unos datos sobre un tema profesional. Los que le entregué al periodista distaban bastante de los que le había facilitado otra fuente informativa. Su respuesta fue rápida y sencilla: no podía dudar de la primera fuente, por lo que no iba a utilizar mis datos, aunque fuesen igual de fiables. ¿Cómo podía dudar él de la información que ya tenía? No quise insistir, por mucho que yo supiera que la noticia publicada en el periódico iba a ser incompleta; y cuando el periodismo consiste, precisamente, en contrastar la información y dar al público todas las claves.

Pero la postulación falsa de Revilla como candidato en Madrid me llevaba a otra segunda consideración. Si como decía Isabel Díaz Ayuso, “Madrid es España dentro de España. ¿Qué es Madrid si no es España? Madrid no es de nadie porque es de todos”, —una de esas sentencias que harían feliz a Gila—, por qué no podría presentarse cualquiera de nosotros a la Presidencia de la Comunidad incluso aunque no viviéramos en ella. Y es más, si Madrid es de todos y los medios de comunicación y los políticos nos hacen partícipe de cualquier pequeña trifulca local como si nos tuviera que importar, ¿no sería de sentido común que toda España votase para elegir a los regidores de la capital y de su Comunidad? Hacer que Santander, A Coruña o Bilbao fuesen Madrid dentro de España. Estuve a punto de soltar mi ocurrencia en Twitter para ver qué aceptación tenía. Aunque me dije, bastantes tonterías aparecían en la red como para amplificar una mayor. Y pensé: vivimos en una época tan surrealista que hubiera dejado sin palabras al más irónico de los hermanos Marx. O quién sabe, quizás hubiera dicho aquello de: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. 

Hace una semana se difundió a través de las redes sociales una noticia que, solo por lo sorprendente, merece una reflexión. Junto a una fotografía del presidente cántabro, Miguel Ángel Revilla, se podía leer: “Revilla deja la Presidencia de Cantabria y anuncia que el PRC se presenta a las elecciones de la Comunidad de Madrid”. Se trataba, como es evidente, de una broma propia de El Mundo Today, quizás un burdo fake apto para muy creyentes, aunque por un segundo también a mí me entró la duda. Pese a lo ridículo que me resultaba ver a Revilla postulándose como presidenciable madrileño, quién me iba a rebatir que no estábamos ante una noticia real. ¿Podía yo acaso dudar de lo que me decían las redes sociales y creer a quienes desmentían semejante barbaridad? O como preguntaba Groucho Marx: “¿A quién va usted a creer, a mí o lo que ven sus ojos?”.

Aquella había sido una semana repleta de sinsentidos. ¿No era absurdo que todo el país estuviese pendiente de las elecciones convocadas por Isabel Díaz Ayuso en Madrid? ¿O que en las radios desayunásemos cada mañana con las opiniones de la líder popular? ¿No era un despropósito que nos acompañara en la comida Pablo Iglesias, actual vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030 del Gobierno de España —cuando más largo es un cargo, menos se sabe para qué sirve—, en su particular vía crucis para competir por la presidencia madrileña? ¿O que el leve aleteo de una moción de censura en Murcia hubiera provocado un tsunami de proporciones impensables en el tablero de Ciudadanos? ¿Y no era bochornoso o digno de estudio sociológico que la única persona que habló de políticas reales en el Congreso de los Diputados —Íñigo Errejón sobre la urgencia de reforzar los servicios de salud mental en los centros públicos tras un año de pandemia— fuese recibido por la bancada de la derecha con cuchicheos y despedido con un “¡Vete al médico!” sin que nadie echase inmediatamente de su cargo al vocinglero popular? ¿Cómo iba, por tanto, a sorprenderme de que Miguel Ángel Revilla entrase en Madrid a lomos de Babieca para poner un poco de orden a semejante locura?