Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
La República de la Risa
Fuera esas caras largas, por favor. Alejen de mí los gestos de seriedad, los rictus graves, los ceños fruncidos. Ya sé que están de moda, que todos tenemos la abrumadora constancia de ser total y absolutamente ineludibles para protagonizar lo que, oh sí, qué emoción, es un momento histórico. Que las verbenas son para cuando descansemos, o hierbas de esas que se ponen en los ventanucos por San Juan. Que la sonrisa es un premio a conquistar y no un camino a seguir. Y qué hartazgo, de verdad.
Si en algún lugar quiero vivir es en la República de las Risas. No, mejor aún, de las carcajadas, de esas que nacen tímidas y acaban irremediables, sonoras, cloqueantes (de cloqueo). Las que se te escapan en un velatorio, o cuando tu equipo acaba de recibir un gol en contra, o mientras ves los resultados de las últimas elecciones. Esas. Como elemento programático e imperturbable de nuestra nueva República. Una línea roja, vaya, de las que están tan de moda. La República de las Risas, no me digan ustedes que no dan ganas de mudarse allí.
Y es que igual es cosa mía pero en los últimos tiempos veo cada vez menos sonrisas, menos gestos pícaros, menos guiños de ojos. Que es para no comprender, porque si hacemos caso a Lenny Bruce y comedia es tragedia durante más tiempo (y no me digan nada de Allen, por favor, que yo prefiero atribuírsela a Bruce) en España tendríamos que estar descojonándonos de forma casi perenne. Porque la tragedia aquí es endémica, como el té del puerto o la vaca tudanca. Y luego resulta que no. Que no hay risas.
La gravedad se ha instalado cómodamente en el discurso y la imagen pública. El mirar reconcentrado, el saberse protagonista de lo que dirán mañana los libros de historia. Qué bonito, qué grande. Y qué inútil, oigan, que luego igual los libros los escriben mentecatos como yo y se dedican a contar historiucas más pequeñas que las de los próceres que se creen gigantes. Así que destensen el gesto, desenreden las cejas abrumadas, deshagan el personaje, que no debe costar tanto. Tomarse menos en serio es algo tan serio que algunos, incluso, nos lo tomamos a broma. Y relaja que es un primor.
Y si no… si no fundemos esa República de la Risa, estado independiente de la broma y la tontería, federado, si así lo desean, a la Confederación de los Inocentes sin Fronteras. Todos los que tienen una imagen demasiado pagada de sí mismos quedan, de forma natural, excluidos de este experimento. Tranquilos, hay un montón de sitios para ir. Las redes sociales, por ejemplo, o la televisión, si son, si se creen, realmente importantes. También algunos medios que amanecen todos los días llenos de pinchos y gritos en silencio, escritos en papel de ortiga.
Sí, sí, usted, el que no entiende las bromas con aquello que más ama (porque, amigos, vacilar con lo que nos es indiferente… eso podemos hacerlo todos), sí, ese… usted puede irse a los muchos países serios y enfadados que existen. Y ya si reflexiona y se da cuenta de su minúscula importancia, y se nos retorna con el rostro más relajado… entonces sí, entonces le acogemos aquí. Encantados.
Nuestra República de la Risa será un régimen democrático, con elecciones frecuentes (nos queda establecer datos censales y régimen electoral, que estamos en ello pero nos puede el descojono), y un gobierno desgobernado e ingobernable sin cabeza visible para que todos podamos meter la cabeza. Entre los ministerios habrá uno que velará sobre la mejor forma de hacer el gilipollas (tenemos varios candidatos en mente), otro sobre quitarte esa tontería tan grande que se nos pone a algunos, y un tercero que denominaremos de politemática, y que será el encargado de conseguir que esos plastas que solo te saben hablar de una cosa (los mismos que se consideran imprescindibles para que la cosa en cuestión se lleve a cabo) cambien de tono y temática, con el fin de heterogeneizar un poco el discurso público.
Teníamos pensado también un Ministerio que luchase contra esa lacra que es el 'cuñadismo', aquellas personas que pontifican sobre cualquier tema con una idea tirando a somera (por no decir que no tienen ni zorra) del mismo, pero en vista de que el termino es ahora mainstream por obra y gracia de la política actual lo dejamos para otra ocasión. En la República de la Risa nuestras leyes serán de cachondeo, nuestros jueces contarán chistes, la Administración será amable y sonriente, las obras públicas intentarán no siempre “cambiar la faz de la ciudad para siempre” y casar mejor con el entorno (miren a su alrededor, seguro que se le ocurren ejemplos), y nuestros intelectuales llevarán nariz roja (la oficial la tenemos de oferta). Y todos, todos, tendremos la risa como el fin último de nuestra existencia. Que oigan, ya la Constitución de Cádiz de 1812 decía que el objeto del Gobierno debe de ser “la felicidad de la Nación”. Pues eso. Que recogemos el guante.
Si en algún sitio hay que vivir (y parece evidente que tenemos que hacerlo) a mí que me guarden un cachito de tierra en esta República de la Risa. Cuando se levante, vaya. Mientras… pues a seguir mirando los rostros enfadados, la gravedad en el pensamiento, el tomarse demasiado en serio, la murria perpetua. Ya saben. Y riendo, a ratos. Como si lo fueran a prohibir. Como si fuera algo subversivo.
Fuera esas caras largas, por favor. Alejen de mí los gestos de seriedad, los rictus graves, los ceños fruncidos. Ya sé que están de moda, que todos tenemos la abrumadora constancia de ser total y absolutamente ineludibles para protagonizar lo que, oh sí, qué emoción, es un momento histórico. Que las verbenas son para cuando descansemos, o hierbas de esas que se ponen en los ventanucos por San Juan. Que la sonrisa es un premio a conquistar y no un camino a seguir. Y qué hartazgo, de verdad.
Si en algún lugar quiero vivir es en la República de las Risas. No, mejor aún, de las carcajadas, de esas que nacen tímidas y acaban irremediables, sonoras, cloqueantes (de cloqueo). Las que se te escapan en un velatorio, o cuando tu equipo acaba de recibir un gol en contra, o mientras ves los resultados de las últimas elecciones. Esas. Como elemento programático e imperturbable de nuestra nueva República. Una línea roja, vaya, de las que están tan de moda. La República de las Risas, no me digan ustedes que no dan ganas de mudarse allí.