Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Susto o muerte
Tengo un amigo que llegará lejos y que desarrolló la siguiente teoría: “Cuando no sé que opinar de algo espero a que opine Aznar, y entonces opino lo contrario”. José María Aznar era un presidente de los años noventa que siempre estaba disculpando al mundo, no con buena voluntad sino más bien con desprecio, porque el mundo en general no estaba a la altura de sus zapatos de gran estadista.
En los noventa Aznar sacaba mayorías absolutas y Rodrigo Rato era un genio de la economía y este país tenía más peligro que un adolescente sin hielo en un botellón. Cómo sería la cosa que llegamos a tomarnos en serio a un señor que se metió tanto en su papel de chulearanchos americanos que acabó inventándose un idioma y un acento. Época de grandes proyectos. Una reforma laboral quiso hacer, por ejemplo. Pero se la tumbó una huelga general -entonces había huelgas generales- y los chicos de la patronal se quedaron con el aplauso mudo entre las manos. Porque ése es el asunto: si no sabes qué hacer o qué pensar, espera a ver quién aplaude.
¿Quiénes eran? Todos esos empresarios que se enfundaron el comillo hace cuatro legislaturas y que volvieron a sacarle brillo con la mayoría absoluta de Rajoy. Porque hablando de todo un poco, el daño que el PSOE le ha hecho una y otra vez a este país, el daño grande de verdad, es terminar propiciando, ellos sabrán cómo, dos mayorías absolutas de la derecha. Pero hablábamos de la reforma laboral, que tanto aplaudieron y aplauden los empresarios, que son esos señores que crean riqueza con el visto bueno de un Gobierno que legaliza la explotación de los trabajadores mientras hace bailar con música de pasodoble las cifras del paro.
Yo, lo confieso, no tengo ninguna autoridad moral para hablar del trabajo. Si por mí fuera nadie trabajaría, pero eso es porque yo tengo la cabeza llena de pájaros, y muy poca vergüenza, y ni esta pizca de realismo de ese que no es mágico y que te sirve para peinarte por las mañanas y vestirte por los pies, que es por donde se visten los seres humanos normales a los que le pide el voto mi presidente. Para mí el trabajo es un atraso que solo sirve para quitarte tiempo de vivir, aunque reconozco que entre susto y muerte es mejor que te quiten el hipo y no el corazón a tiras. Mejor treinta y cinco horas semanales que sesenta, horarios que te permitan tener una vida fuera de la oficina que esa esclavitud de ir corriendo de vuelta al trabajo con el postre empotrado en la campanilla, salarios dignos que mugre, contratos decentes que convertirte en la plusvalía con la que el patrón se paga el whisky del caro.
Y en eso estamos. ¿Para qué vamos a hacer la enumeración de, dos puntos, condiciones, salarios, aquí había un trabajador lo echo y contrato a tres y si te pones farruco me llevo la fábrica a Bangladesh? Solo hay que ver quién aplaude. La verdad, seamos sinceros, es que resulta muy cansado salir perdiendo siempre. Ni que fuera solo por eso ya tendría uno que hacer algo. Por el cansancio. Por salir de la rutina, ganar de cuando en cuando, conservar unos pocos derechos en vez de perderlos todos, uno detrás de otro, por el miedo y porque más vale pájaro en mano que ciento volando -qué gran imbecilidad- y que me quede como estoy mira que mal está todo y las barbas de tu vecino y no por mucho madrugar y el resto del refranero que solo sirve, últimamente, para que uno se resigne a seguir naufragado en el viejo valle de lágrimas.
Tengo un amigo que llegará lejos y que desarrolló la siguiente teoría: “Cuando no sé que opinar de algo espero a que opine Aznar, y entonces opino lo contrario”. José María Aznar era un presidente de los años noventa que siempre estaba disculpando al mundo, no con buena voluntad sino más bien con desprecio, porque el mundo en general no estaba a la altura de sus zapatos de gran estadista.
En los noventa Aznar sacaba mayorías absolutas y Rodrigo Rato era un genio de la economía y este país tenía más peligro que un adolescente sin hielo en un botellón. Cómo sería la cosa que llegamos a tomarnos en serio a un señor que se metió tanto en su papel de chulearanchos americanos que acabó inventándose un idioma y un acento. Época de grandes proyectos. Una reforma laboral quiso hacer, por ejemplo. Pero se la tumbó una huelga general -entonces había huelgas generales- y los chicos de la patronal se quedaron con el aplauso mudo entre las manos. Porque ése es el asunto: si no sabes qué hacer o qué pensar, espera a ver quién aplaude.