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La tercera monja
Esta historia hay que visualizarla en blanco y negro, ambientada con la música del NO-DO, aunque rasgada por las cuerdas de una cítara y bajo el eco de pisadas fugitivas en una plaza desierta.
Cuando leí recientemente que el certificado de defunción de Sor María Gómez Valbuena no coincidía con el parte literal de su fallecimiento, entregado en el Registro de Madrid, me vino inmediatamente a la cabeza el nombre de Harry Lime y el accidente de tráfico que sufrió a la puerta de su casa vienesa.
Graham Greene es el autor de El tercer hombre, aunque la película es bastante más conocida que la novela, quizá por la música de Anton Karas que le puso fondo. La acción comienza con la llegada de Rollo Martins, un escritor americano de poca monta, a una Viena de posguerra dividida en cuatro sectores militares. El narrador, que en la novela es el Mayor Calloway, jefe de Policía en la zona británica, describe la ciudad en tonos oscuros. “Allí se vendía de todo y uno podía comprar lo que necesitase si tenía dinero para pagarlo. Aquel comercio fácil era una tentación para los aficionados, pero los profesionales los quitaban pronto de en medio”.
A Sor María se la incluyó como testimonio clave en el proceso para el esclarecimiento de la trama de los bebés robados, en el que estaba encausada por detención ilegal y falsedad documental. Su muerte -o supuesta muerte, según algunos de los denunciantes- impidió que testificase en el caso de las adopciones irregulares.
Rollo Martins, por su parte, viaja a Viena para trabajar con su amigo Harry Lime, pero el mismo día de su llegada debe acudir a su funeral ya que ha fallecido recientemente en un accidente de tráfico. Aunque todo el mundo le apremia para que abandone la ciudad, Martins investiga la muerte de su amigo, porque hay algunas discrepancias en las versiones de los testigos. Lo que definitivamente pone al escritor sobre la pista es un comentario del portero del inmueble, quien sostiene que no fueron dos, sino tres hombres, los que recogieron el cadáver de Lime tras el atropello. La búsqueda de ese tercer hombre es el hilo argumental de la historia.
Si Graham Greene hubiera visto aquellas imágenes de televisión de Sor María saliendo de los juzgados en compañía de otra religiosa en la que se apoyaba, seguro que se hubiera preguntado: ¿Y si hubiera una tercera monja?
El mayor Calloway, que no creía en las casualidades, investigaba a Harry Lime porque le consideraba responsable del tráfico de penicilina adulterada, ante la incredulidad de Martins. Pero Lime efectivamente está vivo y se cita con su amigo en el viejo Prater. En una escena memorable, subidos en la noria, Lime reconoce las acusaciones e invita a Martins a unirse a sus actividades mientras miran a la gente desde lo alto de la cabina:
- “¿Sentirías una piedad verdadera si una de esas manchitas dejara de moverse para siempre? Si te dijera que voy a darte 20.000 libras por cada manchita que se quede inmóvil, verdaderamente, chico, ¿me dirías que me guarde mi dinero sin titubear? ¿O calcularías cuántas manchitas estás dispuesto a sacrificar? Libres de impuestos, muchacho, libres de impuestos”.
A Sor María la acusaban de intervenir especialmente en dos casos, el de María Luisa Torres, quien afirma que le quitó a su hija en 1982 en la Clínica Santa Cristina; y el de Purificación Betegón, por la desaparición de dos mellizas en ese mismo centro médico un año antes. Afirman las acusadoras que Sor María recogía todos los datos de las adopciones en un misterioso cuaderno azul que nunca apareció.
Las sospechas sobre el papeleo que acredita el fallecimiento de la religiosa, han llevado a los abogados de las demandantes a solicitar la exhumación del cadáver de Sor María. El Mayor Calloway también tenía dudas razonables, así que una noche de niebla ordenó cavar en la tumba de Harry Lime y descubrió que el ocupante de la misma no era precisamente el hombre que buscaba.
La novela de Greene tiene un final feliz, pero no así la película y eso contribuye notablemente a elevar su grandeza. El final de esta historia de los bebés robados no lo conocemos, pero ya sabemos que no será feliz porque contiene un dolor irreparable que no podrá paliarse con ningún consuelo, ni siquiera con el justo castigo a los culpables.
Esta historia hay que visualizarla en blanco y negro, ambientada con la música del NO-DO, aunque rasgada por las cuerdas de una cítara y bajo el eco de pisadas fugitivas en una plaza desierta.
Cuando leí recientemente que el certificado de defunción de Sor María Gómez Valbuena no coincidía con el parte literal de su fallecimiento, entregado en el Registro de Madrid, me vino inmediatamente a la cabeza el nombre de Harry Lime y el accidente de tráfico que sufrió a la puerta de su casa vienesa.