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Cuando toca desobedecer
Está pasando ante nuestras narices: un genocidio migrante y la criminalización de quienes quieren evitarlo. El fascismo y nazismo de ayer se repite como tragedia en la xenofobia y aporofobia de nuestros gobernantes. Que salvar las distancias no nos robe perspectiva de la similitud.
A principio del siglo XXI, ya no resulta tan difícil ponerse en la piel de los alemanes y alemanas que consintieron el nazismo, viviendo, como estamos, un migracidio flagrante. No daré ya cifras, porque todas sabemos que son obscenas. Sin embargo, la respuesta de quienes rechazamos este asesinato sumario en el Mediterráneo está siendo, cuando menos, insuficiente. Y ya no vale con expresar indignación momentánea en las redes sociales, ya no es suficiente con denunciar y mostrar la lógica necropolítica que gobierna la Unión Europea, ya no basta con acciones de concienciación acerca del genocidio migrante: ha llegado la hora de la desobediencia.
Ante semejante realidad intolerable, tras años de trabajo ciudadano colectivo intentando convencer a los gobiernos de que cumplan la legalidad internacional y respeten los Derechos Humanos —algo demencial—, hemos arribado al momento, siempre difícil, de la desobediencia civil. Señalaba Henry David Thoreau, pensador por excelencia de la desobediencia, que ese momento llega “cuando ya no quedan más herramientas”, cuando la cerrazón del poder no permite esperar una respuesta democrática. Y el asesinato por omisión de socorro de miles de personas jamás podrá pasar por ser democrático.
Nos hemos manifestado, hemos hecho pedagogía en todos los niveles, hemos tenido reuniones con autoridades a todas las escalas, hemos trabajado como voluntarias y hasta hemos financiado misiones de rescate… ¿Qué hemos conseguido? Nada: encuentros escasos y sin medidas multilaterales que aseguren vías legales y seguras; muerte y hacinamiento en las fronteras; incumplimientos, sin sanción, de todos los países de la UE. Y ahora, en el colmo de la falta de valores, se impide trabajar y persigue penalmente a quienes nos representan en todo lo que atañe a las personas refugiadas y migrantes. Hasta aquí hemos llegado: ¿qué más se puede hacer?
Esta semana ha sido Carola Rackette, pero antes fue Pia Klemp, capitana del Sea Watch, amenazada con veinte años de prisión por su impagable labor de rescate. La capitana Rackette se enfrenta a delitos que conllevan penas de hasta 10 años de prisión. A esto se suma, con la aplicación de un reciente decreto del Gobierno italiano, la incautación del barco y una sanción de 20.000 euros que aumentará a 50.000 si no se paga en los plazos establecidos. Casi nada.
Pero a Klemp y Rackette se le unirán, si nada lo remedia, muy pronto, nuestros ojos —y nuestro alma— en el Mediterráneo, el Open Arms, que va camino de Lampedusa tras rescatar a cuarenta personas, de entre ellas cuatro bebés y tres mujeres embarazadas con un alto nivel de deshidratación después de tres días de travesía desde la costa libia. El Open Arms, comandado por Ricardo Gatti, tiene expresamente prohibido por el Gobierno de España realizar tareas de salvamento en esas aguas del Mediterráneo Central, la región del mundo donde más migrantes mueren desde 2014. “Antes presos que cómplices”, este pasado fin de semana se echaron a la mar. Han tenido que asumir que no queda más remedio que desobedecer, con el alto coste que ello implica.
En el Mediterráneo central se encuentran ahora mismo, el Open Arms y el Aylan Kurdi, barco de la ONG alemana Sea-Eye, que recibe su nombre de aquel niño sirio tendido boca abajo en una playa turca que tantas reacciones suscitó pero, al parecer, no las suficientes para virar la política xenófoba e inhumana de la Unión Europea. Salvini ha amenazado con multas, incautación de la embarcación, prohibición de ingreso en aguas territoriales y, en caso de desobediencia, el arresto. Pero el problema no es sólo Salvini: toda Europa es responsable, y reducir la problemática a la actuación de un fascista xenófobo no hace sino desviar la atención de todos y cada uno de los gobiernos europeos y sus políticas neoliberales homicidas.
¿El motivo? Desde luego no es único. Por un lado, el comercio de armas que genera conflictos, armas de las que España es un gran vendedor —recordemos que los refugiados yemeníes tienen sello español, y que las armas salen de Santander—, o el expolio de los lugares de partida, del que los países europeos son destacados responsables. Por otro, el creciente y vergonzante negocio de fronteras del que se lucran grandes empresas como Indra, Airbus o Finmeccanica: como decía la campaña de CEAR, “Sin vías legales, negocio a raudales” … y luego se atreven a acusar a las ONG de salvamento de fomentar el trabajo de las mafias. En tercer lugar, para el capitalismo europeo es más que interesante contar con lo que Marx llamaba un “ejército de reserva”: masas de trabajadores irregulares, ergo baratos y sin derechos, que además se convierten en chivos expiatorios a los que una parte cada vez más significativa de la población culpa de la 'crisis' permanente que es nuestro sistema económico. Siempre es mejor para el poder generar el conflicto horizontal entre los de abajo que permitir un conflicto vertical que apunte a los verdaderos responsables de esta Europa cada vez más desigual.
Sea como sea, el tiempo del análisis de los motivos ha pasado: quien no quiera verlos, es que ha optado por la ceguera que siega vidas. Nos encontramos ahora en el momento de la desobediencia, vista la indiferencia de los gobiernos a las peticiones de la ciudadanía europea. Por ello, toca realizar un esfuerzo de seguimiento de la situación de las rescatadoras y rescatadores y apoyar, no sólo pública o anímicamente, sino con medios materiales, sus misiones, para garantizarles la mejor asistencia letrada y asegurar que no les falta de nada.
También es tiempo de plantearse nuevas estrategias de compromiso, tal vez más expeditivas: desde inundar los juzgados de autoinculpaciones a dejar de comprar productos de los países que se nieguen a cumplir los necesarios acuerdos multilaterales o dejar de pagar impuestos… Habrá que pensar en el cómo pero, para encontrar el por qué, baste con preguntarnos qué hubiéramos hecho para evitar el genocidio nazi, porque lo que está ocurriendo en nuestras costas es dramáticamente similar.
Decía Thoreau: “No es tan importante que algunos sean tan buenos como tú, sino que haya alguna bondad absoluta en alguna parte que influencie a toda la masa”. La bondad de las gentes de Sea Watch, Salvamento Marítimo Humanitario, Sea-Eye u Open Arms es demasiado importante para dejar a sus tripulaciones solas. Desobedezcamos con ellos y ellas.
Está pasando ante nuestras narices: un genocidio migrante y la criminalización de quienes quieren evitarlo. El fascismo y nazismo de ayer se repite como tragedia en la xenofobia y aporofobia de nuestros gobernantes. Que salvar las distancias no nos robe perspectiva de la similitud.
A principio del siglo XXI, ya no resulta tan difícil ponerse en la piel de los alemanes y alemanas que consintieron el nazismo, viviendo, como estamos, un migracidio flagrante. No daré ya cifras, porque todas sabemos que son obscenas. Sin embargo, la respuesta de quienes rechazamos este asesinato sumario en el Mediterráneo está siendo, cuando menos, insuficiente. Y ya no vale con expresar indignación momentánea en las redes sociales, ya no es suficiente con denunciar y mostrar la lógica necropolítica que gobierna la Unión Europea, ya no basta con acciones de concienciación acerca del genocidio migrante: ha llegado la hora de la desobediencia.