Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Sobre la torpeza
Esta semana estaba tomando un café y, de pronto, la taza se precipitó al vacío, como si se suicidara. El café se derramó por la mesa y el resultado fue muy parecido al de haber descuartizado a alguien con una motosierra. Haciendo recuento es el tercer café que se cae de mis manos en los últimos meses. Se me caen de las manos también cervezas, helados, papeles y objetos de todo tipo. Cada vez que soy víctima de una de mis torpezas siento una oleada de cariño a mi alrededor, como si diera lástima y la gente quisiera compensarme para que no se venga abajo mi autoestima.
Lo bueno es que los torpes no somos competitivos, tenemos desactivado ese gen y, además, ninguna persona ágil nos considera rivales a tener en cuenta. Así que, liberados de ese peso enorme de tener que ser los mejores en algo, vivimos con mayor ligereza y, asumida nuestra inseguridad, llenos de confianza. La torpeza, como los despistes (de los que ya he hablado por aquí), no tiene cura. Uno es torpe y tiene que aprender a vivir con ello. Las torpezas no se pueden prevenir, simplemente sobrevienen. Así que los torpes lo que demandamos es comprensión.
Los torpes, paradójicamente, tenemos menos posibilidades de morir porque somos tan conscientes de nuestra falta de coordinación psicomotora que evitamos zonas de riesgo. Es difícil que un torpe se caiga por un precipicio o desde un rascacielos o en una moto porque un verdadero torpe nunca se atreverá a caminar por un precipicio, no se asomará desde lo alto de un rascacielos y jamás irá rápido en una moto. El torpe, tan acostumbrado a los percances, se vuelve un ser prudente y no tiende a los grandes accidentes sino a los pequeños tropiezos. La torpeza física implica, es inevitable, una forma de vivir menos aventurera y, de esta forma, el torpe es un ser que se detiene en cosas que los ágiles, por considerarlas muy accesibles, desprecian.
La torpeza es un regalo, un don, porque nos hace interiorizar nuestros límites y nos hace ser más humanos. El verdadero riesgo en la vida es para los ágiles, ser ágil es una tragedia que no envidio. Veo sus movimientos perfectamente sincronizados y no quiero ser como ellos. Los veo pisar con seguridad y precisión y no lamento mi andar titubeante. Ellos despiertan admiración y nosotros ternura. Los ágiles se pueden llegar a sentir dioses que dominan lo que hace su cuerpo en el mundo. Los ágiles se confían y se sienten poderosos. Y así sobrevienen las tragedias porque su agilidad no les libra de poder ser torpes alguna vez.
Esta semana estaba tomando un café y, de pronto, la taza se precipitó al vacío, como si se suicidara. El café se derramó por la mesa y el resultado fue muy parecido al de haber descuartizado a alguien con una motosierra. Haciendo recuento es el tercer café que se cae de mis manos en los últimos meses. Se me caen de las manos también cervezas, helados, papeles y objetos de todo tipo. Cada vez que soy víctima de una de mis torpezas siento una oleada de cariño a mi alrededor, como si diera lástima y la gente quisiera compensarme para que no se venga abajo mi autoestima.
Lo bueno es que los torpes no somos competitivos, tenemos desactivado ese gen y, además, ninguna persona ágil nos considera rivales a tener en cuenta. Así que, liberados de ese peso enorme de tener que ser los mejores en algo, vivimos con mayor ligereza y, asumida nuestra inseguridad, llenos de confianza. La torpeza, como los despistes (de los que ya he hablado por aquí), no tiene cura. Uno es torpe y tiene que aprender a vivir con ello. Las torpezas no se pueden prevenir, simplemente sobrevienen. Así que los torpes lo que demandamos es comprensión.