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“La tranquilidad ya” de la memoria infame
Todos los esfuerzos por agrietar la memoria infame, por desnudarla, son actos dignos. Pueden ser incompletos y pueden parecer estériles, pero son lo que nos salva ante nuestros antepasados y ante las generaciones venideras.
La memoria de un territorio, de un país, de un suceso histórico casi nunca es una construcción colectiva. De hecho, de ser colectiva suele llenarse de moho a la sombra de la indolencia general. Lo que conocemos por memoria, o por historia -siento informarles- es siempre una construcción del poder. Y no defiendo aquí que un poder conforme una memoria más (con) fiable que la que armaría otro poder divergente. El punto es que no son las personas, en su diversidad, desde sus incertidumbres, ataviadas de sus incertidumbres, cargadas de prejuicios, dolor, satisfacción o ignorancia las que armen un relato colectivo de lo sucedido. Nunca es así.
Y luego está la imagen. ¿A dónde y a quién enfoca el fotógrafo? ¿Cuánto cierra el ángulo de la imagen? ¿Qué deja fuera? ¿Cómo se logra en una imagen estática el olor del miedo o la densa bilis de la venganza?
Las fotografías que rescata eldiario.es Cantabria de la Biblioteca Nacional son la memoria infame de la victoria (y dudo que cualquier victoria, de cualquier bando en conflicto, sea digna o deje pequeñas brechas para la voz y los ojos de los vencidos, para su verdad que también es verdad). Airearlas es fundamental porque Cantabria, Santander, fue un territorio donde los golpistas liderados por ese general Dávila que tanto recuerda a Franco -y que sigue incrustado en nuestro callejero infame- nos utilizaron como laboratorio.
Era muy pronto, demasiado pronto. En agosto de 1937, cuando todavía no había vencedor en la contienda, Cantabria era de los vencedores. La puesta en escena de la victoria temprana es la precuela de los primeros campos de concentración organizados como tales por los golpistas, de los batallones de trabajos forzados, de la persecución sin límite, de la imposición de una 'memoria histórica' que pasó por rebautizar calles, imponer bustos y homenajear a mercenarios, ocultar la barbarie (como el brutal e 'invisible' bombardeo del Barrio Obrero del Rey que precedió a la sobreexplotada venganza sobre los prisioneros del barco 'Alfonso Pérez')…
La memoria sigue estando en manos de notarios al servicio de quien paga. Por suerte, hay grupos de la sociedad civil que se empeñan en contar las otras memorias (siempre plurales y, a veces, contradictorias, como toda memoria honesta), pero el relato que se enseña o se oculta en colegios, universidades y medios de comunicación es el del poder real. Y el poder real sigue siendo el mismo que hace 83 años. En Santander no hay casi una huella visible del asalto de los golpistas. Apenas una placa mínima en la actual Biblioteca Central y un monolito en el cementerio de Ciriego. Lo demás… olvido, silencio, calles dedicadas a sicarios falangistas, a militares golpistas o a hechos de la memoria heroica paramilitar.
De ahí, la importancia de estos documentos paridos en el vientre de la bestia de la guerra. Los ejércitos gustan de documentar lo que para ellos es normal: guerrear, vencer, aplastar al enemigo. Uno de los pies de fotos de los registros de los propagandistas militares reza así: “Una familia sentada a la puerta de su casa, con la tranquilidad ya”. El que redactó el pie de foto –como los que redactan ahora los pies de página de la crisis pandémica– se permitió el lujo de definir el estado de ánimo de una familia mientras la “tranquilidad ya” también era la “gestión” de casi decenas de miles de prisioneros, la ejecución de unas 2.500 personas en las semanas y meses siguientes, el encarcelamiento, el señalamiento, la deportación después, la privación de empleo, el señalamiento de las mujeres rojas como zorras, sucias, promiscuas, apestadas, el descalabro de la educación, el advenimiento del tiempo de las sotanas y los pistoleros de camisa azul, esos que escoltan todo el tiempo a un general Dávila siempre alejado del 'pueblo' que, según él, acaba de liberar.
Hace unas semanas, cuando se difundió la imagen de un hombre sentado en un descapotable, ondeando una bandera de España y cagándose en el Gobierno, podía pensarse que en Santander había una rebelión contra el Estado. Lo mismo parecía en el Barrio de Salamanca de Madrid. No era así: todo depende de cuanto cerremos el plano, del grupo que elijan los memoristas del poder para definir a todo un pueblo.
La memoria infame es la memoria del poder real y, por desgracia, es la memoria hegemónica. Todos los esfuerzos por agrietarla, por desnudarla, por contraponerla, son actos dignos. Pueden ser incompletos y pueden parecer estériles, pero son lo que nos salva ante nuestros antepasados y ante las generaciones venideras. Ese preso mallorquín que contó con poemas el drama vivido en el Campo de Concentración de La Magdalena, esos documentos sacados a la luz por Desmemoriados.org para tejer una nueva colcha con los retazos de lo olvidado, esos familiares que siguen buscando en fosas comunes sepultadas por la desidia inducida, estos pocos medios que siguen recordando en el frenesí del 'momentismo'… “La tranquilidad ya” tendrá que esperar a que le hagamos hueco a codazos.
Todos los esfuerzos por agrietar la memoria infame, por desnudarla, son actos dignos. Pueden ser incompletos y pueden parecer estériles, pero son lo que nos salva ante nuestros antepasados y ante las generaciones venideras.