Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
El último romántico
Hay quien asegura que vivimos en el peor de los mundos, en una sociedad egoísta y desprovista de valores que solo agita con pasión una bandera, la del individualismo. Por eso reconforta saber que todavía quedan hombres y mujeres que defienden sus ideas hasta las últimas consecuencias, que no se rinden y luchan para hacer del mundo un lugar mejor para todos. Hablemos de uno de estos últimos románticos, el ciudadano suizo Andreas Glarner.
Glarner soñó desde siempre con una Suiza agradable y tranquila, a imagen y semejanza de esos idílicos paisajes verdes con montañas nevadas al fondo y casas de piedra con tejados a dos aguas que suelen verse en las postales que compran los turistas. Para mantener la pureza de su país de ensueño Glarner se alistó en el SVP, el partido de la ultraderecha, y en 1998 comenzó su carrera política como concejal en el pequeño municipio de Owerbil-Lieli. Fue ascendiendo poco a poco y en 2001 fue elegido miembro del Parlamento regional de su cantón, Aargau. Cuatro años después ganó las elecciones municipales y se convirtió en el alcalde de Owerbil, desde donde comenzó a luchar con mano firme contra los enemigos de su patria.
Ni que decir tiene que un pueblo de 2.000 habitantes no puede contener a un visionario de la talla de Glarner, que se dio a conocer a nivel nacional con motivo de las elecciones generales de 2007. Nuestro hombre saltó al primer plano de la actualidad gracias al diseño de una serie de carteles que marcaron un antes y un después en el desarrollo del marketing xenófobo y que han inspirado desde entonces cientos de campañas racistas a lo largo de toda Europa. Glarner utilizó el montaje dialéctico para contraponer imágenes asociadas al Islam, como un minarete o una mujer con el rostro oculto por un burka, con textos escuetos que desafiaban al votante poco concienciado a averiguar si la escena transcurría en un país musulmán o en una ciudad cualquiera de la vieja Suiza de postal: ¿Es esto Baden o Bagdad? ¿Arau o Ankara?
La campaña llegó hasta la Corte Federal, el máximo tribunal suizo, que finalmente sentenció que los carteles no violaban ninguna de las leyes del país. El largo proceso legal no consiguió enturbiar los ánimos de Glarner, que volvió a la carga en las elecciones de 2015. Esta vez no recurrió a los signos de interrogación y apostó por un mensaje mucho más directo, acorde con los tiempos convulsos que atraviesa un país permanentemente instalado en los primeros puestos de todos los índices de desarrollo humano y calidad de vida. En uno de los carteles se podía ver a un terrorista del Daesh acompañado de la poco ambigua frase: Están entre nosotros. En el segundo, junto a la imagen de un cuchillo ensangrentando, se leía: Cabeza cortada, cabeza pagada.
Glarner se define a sí mismo como un político “implacable” cuando se trata de defender el bienestar de su país y en su página web cita la Oración de la Serenidad del teólogo Reinhold Niebuhr: Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia. No sabemos hasta qué punto el Señor ha concedido sabiduría a Glarner, pero sí conocemos el resultado de sus plegarias: una de sus últimas propuestas consiste en rodear Suiza con alambre de espino para protegerla de inmigrantes, refugiados y demás elementos peligrosos para el sagrado bienestar del país.
Como todo hombre marcado por el destino, Glarner sabe que su misión no es sencilla y que el camino está lleno de obstáculos. Por eso predica con el ejemplo. Recientemente ha logrado que el municipio de Owerbil apruebe vía referéndum el pago de una multa de 280.000 euros a cambio de no acoger a seis solicitantes de asilo. Y, entre pleno y pleno, se dedica a tirar abajo cualquier edificio vacío que pueda servir como alojamiento para los refugiados. Me gusta imaginar a Glarner subido a un bulldozer con su eterno traje gris mientras reparte folletos a favor de aumentar el déficit público. Soy incapaz de encontrar una imagen mejor para retratar a la Europa asustada y xenófoba que se desentiende de los problemas humanitarios que tienen lugar en sus fronteras.
Sin embargo, no todo son buenas noticias en la pequeña, rica y muy europea comuna de Owerbil-Lieli. Los opositores a Glarner se han organizado y mientras termino de escribir estas líneas recogen fondos para llevar a cabo una acción que amenaza con destruir la paz y la tranquilidad del municipio: pretenden rodear el pueblo con un muro de rosas.
Hay quien asegura que vivimos en el peor de los mundos, en una sociedad egoísta y desprovista de valores que solo agita con pasión una bandera, la del individualismo. Por eso reconforta saber que todavía quedan hombres y mujeres que defienden sus ideas hasta las últimas consecuencias, que no se rinden y luchan para hacer del mundo un lugar mejor para todos. Hablemos de uno de estos últimos románticos, el ciudadano suizo Andreas Glarner.
Glarner soñó desde siempre con una Suiza agradable y tranquila, a imagen y semejanza de esos idílicos paisajes verdes con montañas nevadas al fondo y casas de piedra con tejados a dos aguas que suelen verse en las postales que compran los turistas. Para mantener la pureza de su país de ensueño Glarner se alistó en el SVP, el partido de la ultraderecha, y en 1998 comenzó su carrera política como concejal en el pequeño municipio de Owerbil-Lieli. Fue ascendiendo poco a poco y en 2001 fue elegido miembro del Parlamento regional de su cantón, Aargau. Cuatro años después ganó las elecciones municipales y se convirtió en el alcalde de Owerbil, desde donde comenzó a luchar con mano firme contra los enemigos de su patria.