Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
¿La vida o la birra?
Todos estamos cansados de la COVID, de la pandemia, de las normas y de la ansiedad que genera. Pero, desde que la pesadilla se concretó en marzo de 2020, los discursos han cambiado. Las prioridades, también.
Si al principio la sociedad parecía estar concienciada sobre la importancia de poner la vida en el centro, ahora parece que otros asuntos (la economía, el ocio, el derecho a la movilidad, la sociabilidad, etcétera) son prioritarios y eso es lo que determina la presión mediática y, por tanto, las decisiones políticas. En general, pareciera que peleamos más por poder tomar una birra sin mostrar el pasaporte COVID que por los servicios sanitarios que pueden salvar la vida a nuestra gente más querida; hemos tenido más ganas de celebrar la Navidad que de proteger a la gente mayor que nos rodea; nos preocupa más un confinamiento que un enterramiento.
Algunos hechos sobre Cantabria…. como para refrescar la memoria: los muertos en esta crisis son personas mayores. No hay ningún matiz al respecto. A 10 de enero de 2022, de las 648 personas fallecidas por COVID en Cantabria, 625 tenían más de 60 años, es decir, el 96,45% de los casos. El 62% de las personas hospitalizadas en la comunidad autónoma (3.546) tenían 60 años o más, y casi el mismo porcentaje de las personas que han sido ingresadas en la UCI tenían esas edades al momento (471 personas mayores).
Según los datos del ICANE , hemos perdido mucho. Muchísimo. Han muerto 13 personas que contaban con 100 años o más; 181 que estaban entre los 90 y los 99; 268 que estaban entre los 80 y los 89; 119 que superaban los 70, y 44 que estaban entre los 60 y los 69 años de edad. 625 vidas con un pasado, sí, pero con presente y futuro. Y ni en la mayoría de los casos ni siquiera pudieron luchar por esa vida en la UCI porque los ingresos en cuidados intensivos son anecdóticos a partir de los 80 años. Se muere sin pasar por la casilla de la esperanza.
Es cierto, el sufrimiento que provoca una crisis económica brutal o las afectaciones psicológicas por la falta de socialización ‘normal’ en miles de personas no son asunto baladí. Pero es que no se trata solo de las muertes. Aún no conocemos el coste real de esta crisis en las personas con enfermedades crónicas anteriores a la COVID y que, en un amplio porcentaje, son mayores. Según el estudio de la Plataforma de Organizaciones de Pacientes (POP) de España, el 43% de las personas con enfermedades crónicas ha empeorado su situación de salud desde que comenzó la pandemia. Según esta entidad, hay razones para ello: restricciones de acceso a los centros de atención médica; la atención mayoritariamente telefónica durante muchos meses; la cancelación y retraso de tratamientos y terapias, y el retraso en el diagnóstico (especialmente en los casos oncológicos).
Esto ocurre mientras los servicios de Atención Primaria (claves en nuestro bienestar cotidiano) no son reforzados convenientemente, mientras se cierran centros de salud en la Cantabria rural, mientras se prescinde de rastreadores… Sin embargo, todas las semanas se anuncian millonarias inversiones públicas para reactivar diversos sectores de la economía privada. No hay que elegir entre una cosa o la otra, pero sí hay que poner en la balanza la urgencia de la vida frente a los tiempos del resto de asuntos.
Los mensajes de los políticos han sido y son contradictorios. Es cierto, las personas mayores no presentan demandas a los juzgados ni salen en manifestaciones, pero daría la impresión de que las políticas cambian en función de una asociación de hosteleros, de los reyes magos o de la necesidad que tienen las empresas privadas de reducir los días de cuarentena para que no se afecten sus negocios.
¿La vida o la birra? De momento gana la birra.
Todos estamos cansados de la COVID, de la pandemia, de las normas y de la ansiedad que genera. Pero, desde que la pesadilla se concretó en marzo de 2020, los discursos han cambiado. Las prioridades, también.
Si al principio la sociedad parecía estar concienciada sobre la importancia de poner la vida en el centro, ahora parece que otros asuntos (la economía, el ocio, el derecho a la movilidad, la sociabilidad, etcétera) son prioritarios y eso es lo que determina la presión mediática y, por tanto, las decisiones políticas. En general, pareciera que peleamos más por poder tomar una birra sin mostrar el pasaporte COVID que por los servicios sanitarios que pueden salvar la vida a nuestra gente más querida; hemos tenido más ganas de celebrar la Navidad que de proteger a la gente mayor que nos rodea; nos preocupa más un confinamiento que un enterramiento.