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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

La violencia ‘normal’ que no ves

Manifestación del 25N en Santander.
26 de noviembre de 2023 19:43 h

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Hemos avanzado mucho. Ahora, se visibilizan y denuncian algunas violencias machistas en el espacio público. Este sábado, por ejemplo, Santander acogió una manifestación de miles de personas de todas las edades que gritaban en contra de la violencia patriarcal que inferioriza, hostiga, pone en riesgo, hiere y mata a las mujeres por el hecho de ser mujeres. Quien mata, hiere, pone en riesgo, hostiga e inferioriza es un hombre. Un hombre normal, tan normal que asusta.

Uno, que es hombre, se mira al espejo y se siente un tipo ‘normal’ y esa normalidad da miedo porque lo ‘normal’ es lo aceptado como natural y lo ‘natural’ en esta sociedad es que los hombres ‘normales’ sean violentos, aunque nadie lo diga en voz alta. Unas veces de palabra, otras de acción, otras con silencios brutales, muchas veces a punta de ningunear en público y en privado a las mujeres que le rodean, otras ocupando los espacios que no nos corresponden, casi siempre aprovechando los privilegios de los que gozamos por el simple hecho de haber nacido como varones.

Hablar de los victimarios es, como mínimo, tan importante como visibilizar y apoyar a las víctimas. A todas las víctimas. Y eso incluye a todas las mujeres que sufren violencia por parte de los hombres, sean estos su pareja o no. Nos cuesta ver a los victimarios. Son nuestros primos, nuestro vecinos, nuestros compañeros de trabajo, somos nosotros mismos: hombres ‘normales’ que ejercemos muy diferentes tipos de violencia —desde la más micro hasta la que arranca de cuajo la vida de una mujer—. El patriarcado no funciona sin violencia porque para someter a más de la mitad de la población mundial es imprescindible un sistema de subyugación violenta. Unas violencias casi invisibles y cotidianas, y una violencia directa, brutal y sangrienta cuando las víctimas levantan la voz o no responden a los ‘estímulos’ de las microviolencias.

Es tan ‘normal’ el hombre violento que algunos íbamos incluso en la marcha contra la violencia patriarcal del 25 de noviembre. Es tan ‘normal’ ser ‘normal’ que algunas mujeres se comportan como ‘hombres normales’ —violentos— para abrirse espacio en esta sociedad absurdamente ‘normal’.

Si los victimarios siguen gozando de la invisibilidad que otorga la ‘normalidad’ —y las siglas que ocultan su identidad en la jerga policial—, como sociedad seguimos invisibilizando e ignorando a un importante número de mujeres que sufren la violencia patriarcal. Por ejemplo, las mujeres migrantes racializadas que viven junto a nosotros —casi ninguna vive ‘con’ nosotros—, sometidas a un nivel de violencia estructural naturalizada; las mujeres trabajadoras sexuales, cuyas vidas valen menos que la de casi cualquier persona; las mujeres trans, que ahora, además de luchar contra la violencia de los hombres deben enfrentar la violencia de otras mujeres que no entienden esas ‘otredades’; y las mujeres mayores…

Las mujeres mayores que sufren violencia por parte de los hombres son tremendamente ‘normales’. Son nuestras madres, nuestras tías, la entrañable vecina del cuarto o la señora que hace fila delante de nosotros en el supermercado. Los poquísimos estudios existentes nos indican que las mujeres mayores sometidas a violencia de género la llevan sufriendo décadas. Para su entorno —familia, vecinos, parroquia, etcétera— esa violencia es tan ‘normal’ que ‘no es para tanto’. Un “calla que tu no sabes” en plena comida familiar… un control estricto del dinero familiar para que la esposa no tenga autonomía alguna… o un par de hostias para recordar quien manda en casa no es tan grave ¿no?

Mujeres sometidas a maridos violentos, a hijos varones violentos, a la violencia del ninguneo general y a la violencia sicológica del ninguneo familiar. En el pasillo de la escalera, al mirar la puerta de sus domicilios, todo parece ‘normal’. La realidad es que dentro —de esos domicilios y de muchos de sus corazones— han sido tan vaciadas de sí que les cuesta autoidentificarse como víctimas de la violencia de género y, en ese mismo sentido, denunciar o pedir ayuda no son situaciones imaginables para muchas de ellas. 

Las que logran verbalizar que lo que les ocurre, que lo que le hacen sus victimarios, no es normal, están normalmente solas. La administración en Cantabria, y en casi toda España, no tiene programas ni mecanismos de acompañamiento y ayuda pensados para mujeres mayores; la familia y el entorno les suelen pedir que aguanten un poco más, que ya, a los setenta y tantos, para qué armar el follón; las amigas no entienden cómo la ‘normalidad’ puede estallar ante sus ojos… Las mujeres mayores supervivientes de violencia de género suelen tener que seguir respirando, caminando, viviendo sólo con su energía o con la ayuda de otras mujeres mayores que, como ellas, saben lo que es sufrir 20, 30 o 40 años de violencia de género en todas sus dimensiones.

Las hay que no llegan a tiempo de hacer nada que las libere. Como Mª Encarnación (81 años), Evarista (91 años), Suzan Ann (80 años), o la mujer de 71 años de la que no conocemos el nombre que fueron asesinadas en este 2023 por sus parejas (hombres ‘normales’); o Elena (68 años), Semiana (83 años) y otra mujer de 79 años que fueron asesinadas por sus hijos varones; o Josefa (79 años), a quien la mató su hermano; o Carmen (68 años), que perdió la vida a manos de su sobrino; o María Begoña (89 años), que fue asesinada por su sobrino nieto, o Rosa (de 78 años), que recibió a su nieto adolescente quien, junto a tres amigos, le asestaron 47 puñaladas —a cuál más mortal— para robarle lo poco que tenía. Esto sólo en este año al que le cuesta terminar.

La violencia ‘normal’ es tan invisible como los ‘victimarios’ normales. Por eso, necesitamos poderosos espejos y gafas que superen la niebla de lo aceptado como normal, necesitamos seres excepcionales para acabar con tanta y tan insoportable normalidad.

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