Hace cosa de un mes el Gobierno de Cantabria autorizó destinar cerca de 100.000 euros a elaborar un mapa de los quirópteros de la región. Los quirópteros son lo que el común de los mortales conocemos como murciélagos, y de esto me enteré a raíz de la previsible polémica generada por el asunto: con la que está cayendo, venía a ser la queja, ahí están los políticos dejándose una pasta en contar ratones voladores. Después de eso, hace apenas unos días, se ha sabido que el Ayuntamiento de Santander va a gastar 400.000 euros en un proyecto arqueológico, unas excavaciones en el entorno de la catedral que buscarán vestigios de la ciudad romana: 400.000 euros para desenterrar piedras. ¿Saben cuántas camas de hospital pueden pagarse con 400.000 euros?
España es un país que utiliza los campos de fútbol como medida de superficie y las camas de hospital como coartada, aunque esto último solo a veces. Porque también esta semana nos han dicho que el puerto de Santander ha salvado los últimos obstáculos legales y está ya en disposición de invertir 30 millones de euros en la ampliación de uno de sus muelles: 30 millones de euros que servirán para aumentar el tráfico de mercancías, incrementarán la riqueza de la región y traerán felicidad para todos. No he leído todavía en cuántos campos de fútbol aumentarán las dimensiones del puerto, pero estoy seguro de que tarde o temprano alguien nos lo dirá. Tampoco sé calcular cuántos hospitales podrían levantarse con el dinero que va a invertirse en el nuevo muelle, aunque temo que de esto último no voy a enterarme nunca.
Hay inversiones que nacen con la condición de sospechosas, mientras otras vienen al mundo envueltas en bendiciones. La sospecha me parece una actitud muy sana cuando se trata de decidir en qué usar el dinero de todos, pero me preocupa cómo se reparten los recelos y los parabienes porque en esto me parece que no hemos aprendido nada. Pese a todo lo que hemos visto en estos años, seguimos convencidos de que la prosperidad necesita autopistas, líneas de AVE, puertos y aeropuertos, y que gastar en cultura o en conocimiento es un despilfarro que no podemos permitirnos.
Sé que todo es cuestión de prioridades, que la construcción genera empleo y que con el empleo se pagan impuestos, y que incluso no es descartable que todas esas infraestructuras que hagamos terminen por servir para algo. Pero convendría recordar que con una pequeña parte de lo que se nos ha ido en sobrecostes, pago de comisiones, sobornos y financiación irregular de partidos políticos bastaría para pagar cualquiera de los gastos sociales que nos han obligado a recortar. No recuerdo que ninguna de esas tramas corruptas haya utilizado como vehículo para el enriquecimiento a quienes cartografían quirópteros o buscan ruinas romanas, pero sí que en prácticamente todas ellas había por medio una obra de vital trascendencia económica.
Ahora mismo, y con lo que conozco sobre el particular, no estoy en condiciones de cuestionar si el muelle portuario es o no una inversión adecuada, y el caso es que tampoco sé nada de murciélagos. La cuestión es que, con toda esa ignorancia a cuestas, creo que tendría un notable éxito como tertuliano si me animara a defender lo primero –recuerden: 30 millones de euros– y a lanzar improperios contra los amigos de los mamíferos alados y lo caros que nos resultan. Y es ese presumible coro de aplausos lo que me inquieta, porque quizá todo tenga algo que ver: que creamos que la cultura es un lujo y que contemos en campos de fútbol, o que votemos a políticos corruptos mientras despreciamos a quienes intentan saber más del mundo que nos rodea.
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