En la noche del 8 al 9 de mayo de 1945, hace 70 años, el ejército aliado formado, principalmente, por Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, la URSS y China puso fin a la Segunda Guerra Mundial derrotando al imperio nazi. En aquellas fechas, España estaba en ruinas debido a la reciente Guerra Civil y su posición en esta contienda internacional fue oficialmente de neutralidad, si bien el régimen franquista mantenía simpatías evidentes con las también dictaduras italiana y alemana.
La caída de Adolf Hitler y la victoria de las potencias democráticas occidentales provocó el aislamiento de España, cuyo gobierno había llegado al poder en 1939 a base de un golpe de Estado militar contra la Segunda República. El general Francisco Franco y sus simpatizantes temían que aquel triunfo terminara por tener consecuencias directas en el país y que los aliados quisieran imponer un nuevo régimen democrático.
España había sido expulsada de la ONU y, prácticamente, solo tenía relaciones diplomáticas con Argentina y el Vaticano. “El gobierno de Franco encontró entonces en la cultura una herramienta para tratar de conseguir la legitimidad que no podía tener en el campo de la política al ser un residuo fascista”. Es en este contexto en el que nace y surge el impulso al Festival Internacional de Santander (FIS), según expone Jesús Ferrer Cayón, doctorado en Historia por la Universidad de Cantabria.
Su versión, basada en una tesis doctoral que le llevó cinco años de trabajo, tiene poco que ver con la oficial y más extendida. “El origen del FIS no es el que se nos ha contado. Santander no ha llegado a tener un festival internacional por ser una ciudad como se decía de gran efervescencia cultural. Que el FIS se convirtiera en internacional tuvo mucho más que ver con el régimen de Franco, con la política exterior del franquismo para contrarrestrar el aislamiento diplomático al que estaba sometido”, asevera.
España quería ingresar en la incipiente Comunidad Económica Europea pero no podía y entre tanto consiguió entrar en organismos internacionales culturales, como la Asociación Europea de Festivales de Música, que se había creado en 1952. “Este tipo de organizaciones vinculadas a la cultura y también al deporte –en esos años nacieron la Copa de Europa y el Festival de Eurovision, entre otros–, se crean para acercar a los países europeos a la órbita capitalista y alejarlos, lógicamente, de la influencia comunista”, continúa relatando este profesor colaborador en el Centro Universitario Internacional de Estudios Superiores del Español (CIESE)-Comillas.
¿Por qué Santander?
Ferrer señala que el franquismo solo creó un festival con la idea de proyectarlo internacionalmente, que fue el de Granada, ubicado en el marco incomparable de La Alhambra. “La prueba clara de que es diplomacia exterior es que este festival no nace dependiente del Ministerio de Información y Turismo –el Ministerio de Cultura no existió hasta los años de la Transición–, sino dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores”, apunta.
En su caso, el FIS surge por una “confluencia de intereses” entre la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) y la Cámara de Comercio. Por un lado, había “mucho recelo” en la ciudad porque se veía a la UIMP como una “institución madrileña”, que no contaba con la gente de Santander, que ni siquiera podía acceder a La Magdalena. Y por otro, las encuestas realizadas por el Centro de Iniciativas y Turismo de la Cámara de Comercio entre los turistas recogían un cierto descontento porque en los festejos de la ciudad “solamente había toros y fuegos artificiales”.
Al deseo de la UIMP por abrirse a la ciudadanía y al de la Cámara de Comercio por convertir a Santander en la “capital cultural de verano”, se sumó el interés por apoyar la iniciativa de “burócratas del franquismo”, como el delegado del Gobierno, Roldán Losada, y el delegado provincial de Turismo, José Manuel Riancho, y la relación de este con Ataúlfo Argenta, que es “otro elemento fundamental”. “Si él no llega a ser de Castro Urdiales, Santander no hubiera tenido el apoyo que tuvo de la Orquesta Nacional”, recalca Ferrer.
Más de 200.000 personas
Así es como nacen las fiestas artístico populares que comienzan a realizarse en el año 1952 en la Plaza Porticada de Santander y que, a su vez, tienen sus precedentes en las fiestas de la Universidad de Verano de la República, cuyo evento más destacado fue la visita de Federico García Lorca con el grupo de teatro La Barraca.
Al año siguiente de su creación, en el verano de 1953, “unas 215.000 personas”, según recogen las crónicas de la época, pasaron por la céntrica plaza de la capital cántabra para ver algunos de los espectáculos que se representaban entre finales de julio y primeros de septiembre. “La Plaza Porticada se desbordó por los cuatro costados; la gente lo mismo bajaba a escuchar coros y danzas que a escuchar una sinfonía de Beethoven de la Orquesta Nacional”.
“El franquismo se dio cuenta de que esto era un auténtico fenómeno de masas y a raíz de este éxito impulsó una red de festivales por toda España, dependientes del Ministerio de Información y Turismo”, -continúa explicando Ferrer.
La importancia de la UIMP
La internacionalización del Festival de Santander se logró en 1956 y tuvo un papel destacado la UIMP. Ferrer cuenta que la Universidad fue utilizada como plataforma para atraer, fundamentalmente, “a pensadores del orbe católico” que respaldaran al régimen ante la comunidad internacional. En este sentido, indica que uno de los mayores apoyos del franquismo en esos años de incertidumbre fue el Vaticano.
“España hizo un viraje del fascismo al nacional-catolicismo. Y la UIMP fue una plataforma donde se invitó a los pensadores importantes católicos para que de esa manera se diera un espaldarazo al gobierno del país”, sostiene recordando que la institución académica dependía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, “controlado por el Opus Dei”.
Además, por los cursos de verano también pasaban estudiantes extranjeros, “a los que se tenía aislados y se les trataba muy bien”.“Cuando visité el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores te encontrabas la embajaba de Finlandia, de Noruega… enviaban cartas con declaraciones que hacían los estudiantes después de haber estudiado español en Santander aportando una visión de España muy positiva que no tenía nada que ver con aquellos años”, incide.
La UIMP, la élite de Madrid veraneando en Santander, la necesidad de la ciudad por relanzar el turismo, la presencia de Argenta y los intereses de la política exterior franquista en un momento de aislamiento político, todas esas circustancias, fueron por las que se impulsó el rango internacional del festival, que no había nacido con esa vocación, resume este historiador.
El adiós a La Porticada
La conversación con Ferrer deriva en los cambios entre los inicios y el FIS en la actualidad. “La elitización supuesta del festival ha venido después del año 91, cuando el festival deja la Plaza Porticada y pasa al Palacio de Festivales, a una sala de 1.600 espectadores frente a los 3.500 que cabían en La Porticada; las entradas se empiezan a carecer y, sobre todo, los ciudadanos empiezan a ver el festival como algo que no está en la calle, que ya no está al acceso de todos y se alejan”, explica.
En la evolución del festival, y en línea con lo anteriormente anotado, este historiador destaca que en los noventa España lanza un mensaje al mundo de que puede organizar una Expo, unas Olimpiadas… “Fue una operación de marketing muy buena, como ha tratado de hacer Brasil ahora, pero claro, a partir de ese momento también estás diciendo al mundo que ya no eres un país pobre y los artistas y las orquestas comienzan a subir el caché cuando antes habían venido casi gratis”.
“Santander es lo que es, y en esa liga ya no puede jugar”. Además, a partir del año 81 pasa a depender de la Comunidad Autónoma, con lo que los recursos económicos tampoco son los mismos.
A juicio de Ferrer, así como “los años ochenta con la dirección de (José Luis) Ocejo en la Plaza Porticada fueron buenos, cuando el festival se va al Palacio de Festivales no supieron leer el cambio que se había producido en España ni que estaban en otro escenario”. “Eso obligaba a redefinir el Festival. Sin embargo, se sigue programando como se consolidó en los años 50, pero ni estamos en una dictadura ni España es lo que era”.
“Modelo decimonónico”
Siguiendo ese argumento, Ferrer subraya que “en aquella época a la élite que veraneaba en Santander siempre se le ofrecían buenos espectáculos pero, hoy en día, los mismos ya se pueden ver durante el año en Madrid”. “Además, aquí se hace peor, porque es un bolo de verano, no se hace con la plantilla titular… Pero esta gente sigue con un modelo decimonónico”, opina.
Igualmente, cuestiona que el Festival no tenga presencia en la ciudad durante el resto del año. “Un festival tiene que ser muchas más cosas; tiene que haber una labor en los colegios, en los institutos, conferencias... Lo que no puede ser es que exclusivamente se oriente a la tercera edad, que le quedan diez años de conciertos. Tienes que buscar el público joven, que es el futuro. Y tienes que vincularte con las compañías de danza, que aquí siempre ha habido muy buenas”, reflexiona.
En esta misma línea, critica la ausencia de dotaciones. “No es normal que la misma ciudad que trae a alumnos del extranjero a recibir cursos magistrales de piano no tenga una orquesta ni un Conservatorio Superior. Es como cuando se tenía UIMP y no universidad pública. Es decir, traías a grandes intelectuales pero tus ciudadanos se tenían que ir fuera a estudiar”, concluye.
A este respecto, añade que “los festivales, en casi todas las ciudades europeas, han acabado generando una orquesta en la propia ciudad, compañías de danza, etc. Cuando toca la Joven Orquesta (JOSCAN) veréis que el ambiente es completamente distinto porque van familiales y amigos. Ese es el ejemplo claro de que cuando una ciudad tiene una orquesta crea afición a la música. Y mucha gente escucha así por primera vez un concierto sinfónico y además se da cuenta de que le gusta”.
Finalmente, niega tajantemente que la música clásica sea para élites. “Hoy día no se sostiene. Es mentira. Yo voy a conciertos en el Palacio de Festivales por 5 y 10 euros y la entrada más barata para ver al chico que 'cantó' en El Sardinero [en referencia a Enrique Iglesias] eran 40 euros”.