Mohamed Alí Hashim es un joven de 19 años de origen libio nacido en Santander, al que la guerra le obligó hace siete meses a regresar a la ciudad cántabra que le vio nacer, dejando a su familia en el país africano, en busca de seguridad y formación académica. Sin embargo, la realidad fue diferente a la que se esperaba cuando llegó a España. Y es que la situación irregular en la que se encuentra desde entonces no le está poniendo nada fácil conseguir su objetivo, para el que no cesa en su empeño, tras una vida marcada por las consecuencias de vivir en un territorio que está inmerso en un conflicto bélico.
“Mi padre se llama Alí Hashim Mansur, proviene de una familia modesta, estudió los primeros años de Medicina en la Universidad de Trípoli (Libia) y consiguió una beca para terminar sus estudios en Santander”, relata en conversación con eldiario.es. Posteriormente, trabajó en el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla, donde se especializó en Cardiología, periodo en el que consiguió el permiso de residencia permanente y en el que tuvo dos hijos, a Mohammed Alí Hashim y a una de sus dos hermanas. Un año después, toda la familia se trasladó a Trípoli, donde disfrutaron de una vida normal hasta que, en el año 2011, estalló la revolución y comenzaron los problemas en el país árabe.
En ese momento, la vida del joven Alí empezó a complicarse. “Mi padre viajaba constantemente a otros lugares del país por trabajo, por lo que con 11 años tuve la responsabilidad de cuidar de mi madre y mis hermanas durante un periodo de tres o cuatro años”, relata, subrayando que la situación en Trípoli se iba haciendo más delicada para vivir.
“La guerra me obligó a madurar antes de tiempo, tengo 19 años y quiero disfrutar y estudiar”, confiesa. No obstante, como la situación de su país en este momento sigue siendo “caótica” no puede seguir con su formación académica allí, de forma que su padre le planteó que viniera a Santander en busca de oportunidades.
Alí llegó a Cantabria lo antes posible con un visado de turista, cuya vigencia era de un mes. Nada más llegar acudió a las oficinas de extranjería para presentar los papeles que le permitirían cambiar ese visado por una tarjeta de residencia como estudiante. “Primero me dijeron que faltaban dos papeles pero que podía conseguirlos y volver a presentar la petición. Debido a la situación de mi país, tardaron en llegar más de lo normal y cuando los recibí, los presenté de nuevo y me dijeron que no, que ya no podía hacerlo”, explica desconcertado.
“Tengo recursos suficientes para estudiar y vivir, cumplo todos los requisitos” asegura este joven, que no entiende por qué desestimaron su petición de permiso si le dijeron que podía entregar los papeles que le faltaban más tarde. No obstante, admite que este tipo de trámites antes de la guerra eran “más sencillos” hasta el punto de que ahora incluso su padre, teniendo la residencia permanente, tiene problemas para entrar en España.
“No quiero asilo político”
Después de siete meses buscando alguna salida factible pasando por abogados, la única alternativa que le ha ofrecido uno de ellos ha sido la protección internacional. “No quiero asilo político porque no podría salir de España y si le pasa algo a mi familia me tendría que ir”, sostiene, insistiendo en que solo está lejos de su familia por seguridad y para estudiar. Y es que, tal y como manifiesta, en su cultura y dentro de su círculo familiar son “muy apegados”, por lo que se siente “responsable” de todo lo que le pueda pasar a su familia. “Necesitaría tener total libertad para marchar cuando sea necesario”, sentencia.
Así pues, Alí se encuentra entre la espada y la pared. Si finalmente no le conceden la tarjeta de residencia como estudiante tendrá que irse a Túnez, donde, a pesar de estar a salvo de la guerra de su país, no podría encontrarse con su familia. “Mi familia y la gente de Santander que me apoya no quieren que vuelva a Libia, pero tampoco puedo quedarme en España sin el permiso”, concluye, lamentando la encrucijada en la que está sumido.
A pesar de que han sido siete meses frustrantes en busca de una solución para su caso, Alí no ha estado de brazos cruzados. Durante este periodo ha realizado dos cursos de castellano, uno de cuatro meses en las escuelas verdes de Santander y uno intensivo de un mes en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) hasta llegar a un nivel A2.