Cuando una mujer inicia el proceso de búsqueda de un embarazo, probablemente lo último que se imagine sea que vivirá esa etapa confinada en su casa y con el terror a contraer la enfermedad por la que su país está paralizado. Quizá tampoco piense que tendrá clases de preparación al parto online, o que le enseñarán la habitación en la que dará a luz a través de una pantalla. Y es que el coronavirus ha podido parar muchas cosas, pero no los embarazos.
Gael, Emma y Martina llegarán al mundo –según las previsiones– entre julio y agosto, es decir, en la 'nueva normalidad'. Y aunque no tardarán mucho tiempo en dar su primer paseo, tal vez sí que tardarán un poco más de lo normal en recibir abrazos y besos de familiares y amigos. Sin embargo, ellos siempre serán los niños a los que la COVID-19 les pilló en el mejor refugio posible.
Gema y Emma, la tranquilidad de la experiencia
Gema Ponce, de 39 años, está esperando su segundo bebé, otra niña a la que llamará Emma y que nacerá a principios de julio. Inevitablemente, al ser su segundo embarazo, Gema no puede evitar hacer comparaciones entre una gestación y otra, pero le resulta un poco complicado teniendo en cuenta que esta vez ha tenido que enfrentarse a un confinamiento. “Esto es una cosa que pasa muy pocas veces en la vida, y cuando te lo imaginas piensas que tienes que aprovecharlo cuidándote, yendo a pasear… Y no, resulta que te pasas el día en casa”, explica.
Ella ha tenido que pasar varias veces por su hospital y su centro de salud para que le terminasen de confirmar la diabetes gestacional que ya tuvo en su anterior embarazo. “He tenido la sensación de que todo el personal sanitario tiene más empatía que de costumbre. Intentan que pases el menor tiempo posible dentro de las instalaciones, pero a la vez que te sientas lo más cómoda posible”, afirma rotunda.
Gema no ha tenido que enfrentarse a aplazamientos de citas ni a una menor atención durante esta etapa en la que los hospitales han estado saturados de pacientes. De hecho, esta última parte apenas la ha notado en el área que ella iba a visitar. “Hay muchísimos menos usuarios y pueden dedicarte más tiempo”, advierte relajada. Sobre la desescalada, ha disfrutado de la noticia, ya que pensaba que quizá Emma iba a tardar en conocer a su familia. “Ahora sabemos que habrá que tener precauciones, pero que podré sacar a la niña a la calle y presentarla”, relata emocionada.
Vanesa y Martina, nueve meses confinadas
Vanesa Fernández, de 35 años, se está enfrentando a su primer embarazo en unas condiciones excepcionales en todos los sentidos: arrancó el primer trimestre de gestación con vómitos y malestar constante, por lo que le dieron la baja laboral. Después, en el momento en el que le tocó revisar la misma para reincorporarse al trabajo, estalló el estado de alarma y comenzó el confinamiento.
Ahora, y de casi 27 semanas, ni se plantea formar parte de la desescalada. “No voy a ver a mis amigos hasta que no dé a luz, no me la voy a jugar… Ya he estado seis meses sin relacionarme mucho, así que ya les daré un abrazo cuando les pueda presentar a mi hija”, indica con pesar.
Al igual que Gema, Vanesa también ha sufrido los cambios hormonales que supone esta etapa y, ante el virus, confiesa haber tenido mucha inseguridad. “Llegué a aplazar una cita –que ya me habían hecho en el ginecólogo privado– por miedo a contagiarme. No quería aparecer por un hospital sabiendo cómo estaba el tema”, recuerda. Pero finalmente fue y lo hizo tranquila: “Llega un momento en el que asumes que debes ir y que debes ir tranquila para no cometer errores ni tocar nada”, asevera.
Esta futura madre a veces se plantea si ha tenido mala suerte por vivir el embarazo en este momento, pero reconoce que cambia de pensamiento en cuanto le da “una patadita”. “Supongo que sean las hormonas”, cuenta entre risas. Lo que le hace entristecerse es pensar en lo que se está perdiendo. “Me hubiese gustado ir a mirar carritos, probarlos… Y ahora voy a tener que comprarlo todo por internet. Además, dentro de poco ya no voy a poder ni moverme, y es cuando nos van a dejar salir”, afirma. Después continúa: “Es un poco faena, pero mi hija va a ser la que va a poner color a esto, ella es quien me cambia de humor y me pone feliz”, confiesa.
Belén y Gael, sin temor pero con incertidumbre
Belén Fernández, de 31 años, espera a su primer hijo, Gael, para el próximo 11 de agosto. “No tengo miedo, pero me da pena no poder compartir el momento que estoy viviendo con mi familia y mis amigas”, comienza contando Belén. Su punto débil durante este embarazo está siendo pensar en el parto, una situación que, si ya de por sí causa incertidumbre a todas las primerizas, en mitad de una pandemia se vive “peor”. “Lo que más me preocupa es que en el momento del parto me hagan la prueba, dé positivo y me separen del bebé”, señala.
Ella, como Vanesa y Gema, está resolviendo muchas de sus dudas en una plataforma que han creado las matronas del Servicio Cántabro de Salud en Facebook. Además, Belén explica que la primera semana de confinamiento le llamaron por teléfono para pedirle su correo electrónico y, desde entonces, han estado continuamente enviándole información “a medida y según los protocolos se iban actualizando”. Gracias a ello ha podido informarse sin tener que acudir a la matrona y exponerse, para vivir de forma más relajada lo que le queda de embarazo.
Además, ha podido acudir con normalidad a todas sus citas médicas con la diferencia de tener que ir “sin acompañante, pero con la protección necesaria”. Y respecto a la desescalada, Belén revela que le ha hecho “muchísima ilusión” porque no la esperaba “tan pronto”. “Es un alivio saber que ya no tardaremos tanto en visitar a nuestros familiares… Espero que en agosto ya haya cambiado un poco la cosa y esté todo más relajado”, augura esperanzada.