Lo que para muchas personas comenzó como una noticia esperanzadora -la de que el teletrabajo comenzase a instaurarse en España con mayor normalidad-, poco a poco va perdiendo fuelle, al menos para algunos padres. Quizás que el momento para ponerlo en marcha fuese por obligación, como consecuencia de un estado de alarma en mitad de una pandemia, no ha ayudado demasiado a que muchos hayan visto esta situación como excepcional y no como una apuesta clara para comenzar a practicarlo.
Hablamos de las familias y de los equilibrismos que están teniendo que realizar para conseguir sacar adelante sus trabajos, que sus hijos hagan los deberes, cumplir con las tareas del hogar y entretener a los más pequeños. Todo un reto que ha puesto de manifiesto que a la conciliación aún le quedan unos cuantos asuntos que abordar, máxime en mitad de una crisis sanitaria mundial.
Javier, de 9 años, y Manuel, de 3, dos meses en 55 metros cuadrados con papá y mamá
Javier padre se prepara un día más para un ritmo de vida que se ha convertido en demasiado habitual. Con un horario fijo para despertarse de las 7.15 horas, Javier hijo y Manuel permiten a sus padres adelantar trabajo en las primeras horas del día, “pero a partir de ahí nos vamos turnando: un rato trabaja uno y el otro se encarga de los niños, y al revés”. Esta es la nueva normalidad de muchas familias que además confiesan que la etapa del confinamiento ha creado a sus hijos “una dependencia mayor” de los progenitores.
Él es publicista y su mujer, Marta, profesora, y ambos comenzaron a teletrabajar el 13 de marzo en su piso de Santander de 55 metros cuadrados. Más de dos meses después y con la vista puesta en septiembre, la incertidumbre les acecha: “Los colegios tendrán que reabrir, no para que los padres podamos conciliar, sino para educar”, explica Javier.
Pese a las dificultades que se está encontrando para poder realizar su trabajo “con cierta normalidad”, este publicista advierte de que, si la situación sigue como hasta ahora, no se reincorporará a su oficina para llevar a los niños al colegio: “Les tendría que dejar con mi madre, que tiene 75 años, y no voy a arriesgarme a que le puedan contagiar el coronavirus”, comenta.
Sin embargo, y por la propia situación de su entorno, es consciente de que “la mayoría” de los padres tendrán que mandar a sus pequeños de vuelta a las escuelas aunque no sea lo que quieren. “Se tendría que buscar una solución que ni siquiera creo que exista, porque todos vamos a estar igual”, argumenta. Y es que para él esta situación está siendo “un reto”: “Tenemos que trabajar, cuidar y dedicar tiempo a los deberes de nuestros hijos. Es un poco locura”, admite.
Elena, divorciada y lejos de su tierra, en un confinamiento con Cora y Marcos
Si una pareja como la de Javier y Marta ya se encuentra con complicaciones para sacar su trabajo adelante, no es difícil imaginarse que estando 'solo' sea aún más difícil vivir el confinamiento sin perder los nervios. Este es el caso de Elena, una funcionaria del Gobierno de Cantabria que está divorciada y tiene la custodia de Cora, de 11 años, y Marcos, de 9.
Aunque reconoce que, por su edad, ya son “bastante autónomos”, explica que siguen requiriendo su ayuda, por lo que a veces tiene que hacer de maestra e ir buscando huecos para hacer su trabajo. “Antes tenía un horario cerrado de oficina y ahora estoy todo el día conectada, pero lo prefiero porque estoy tranquila y porque tampoco nadie se podría hacer cargo de ellos ya que soy gallega y mi familia está allí”, indica.
Uno de los mayores problemas que se ha encontrado esta madre es la falta de medios para que los niños puedan estudiar: “En casa teníamos mi portátil y teníamos que trabajar los tres con el mismo ordenador, pero finalmente me facilitaron otro en el trabajo, así que ahora nos apañamos mejor”, señala. Sin embargo, se muestra molesta por otras familias que quizá no tengan esa opción: “Se ha dado por hecho que todos tenemos tablets, ordenadores e incluso internet... Y no es así”, asevera.
A pesar de todo, confiesa que si a la vuelta del verano puede seguir teletrabajando, lo hará “para cuidarlos”. “Hemos tenido días terribles y hasta yo he acabado harta del colegio, pero intentaré alargarlo para sentirme más segura cuando les mande”, sentencia.
Marta, maestra a tiempo completo de sus alumnos y de Víctor y Ana
Positiva ante todo, Marta suele compartir el cuidado de sus hijos Víctor y Ana, de 10 y 8 años, con su marido, José. Pero como tantas cosas, esto también se ha dado la vuelta en los últimos meses. Él, educador en un centro de personas con discapacidad intelectual, continúa trabajando fuera de casa por lo que Marta ha pasado a encargarse durante más tiempo de los deberes y del cuidado de los niños. “En casa mi marido es quien pone lavadoras, lleva la cocina y va a la compra, lo que me ha servido para poder centrarme en Víctor y Ana”, argumenta.
Ella es maestra de profesión y como tal, lleva teletrabajando desde que se inició el estado de alarma. Por esta razón, además de educar a través de videollamadas o clases virtuales, también lo hace en el hogar: “Ahora tenemos una gran mesa en el salón con todos los ordenadores para trabajar los tres a la vez y que yo no tenga que andar yendo y viniendo a sus habitaciones constantemente porque me requieran”, afirma.
Esta forma de organización les está funcionando, pero reconoce que al principio “fue todo un poco más locura”, y que ahora, pudiendo salir más frecuentemente -Cantabria está en la fase 1 de la desescalada-, la situación se ha relajado. “Yo creo que cuando hemos estado más agobiados ha sido por nosotros, los adultos, y no por ellos. Se creaban conflictos pero considero que era porque nosotros también estábamos a la que saltábamos. Ahora ya podemos salir, tenemos un poco más de espacio y va todo mejor”, explica.
Sobre su reincorporación al trabajo, todo apunta a que será en septiembre, aunque atisba que “no será igual que antes”. Sobre qué harán con los niños, reconoce que si ella tiene que volver al trabajo, ellos también tendrán que volver al colegio. “Nosotros no podemos disponer de los abuelos para que los cuiden y sería cuestión de contratar a alguien, algo inviable. Tendrán que volver porque no queda otra”, concluye.