Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984), más allá de premios y reconocimientos, va, paso a paso, labrando una sólida carrera literaria que le configura como uno de los escritores cántabros más importantes del panorama actual y con más proyección de futuro. Acaba de publicar su cuarta novela ('Ni siquiera los muertos', Sexto Piso) y tras de sí tiene 'Kanada' (Sexto Piso, 2017), 'El cielo de Lima' (Salto de Página, 2014) y 'Los que duermen' (Salto de Página, 2012). En su obra narrativa, el tiempo, y por lo tanto la Historia, juegan un papel determinante, en primer lugar para explicarse, pero también para explicar a los demás el tiempo en que viven.
Hágame de prescriptor de sí mismo y convénzame de que tengo que leer 'Ni siquiera los muertos'.
Lo cierto es que me gusta mucho más escribir libros que venderlos. Mi novela no es ni “imprescindible” ni “necesaria” ni ninguno de esos adjetivos tan socorridos: ninguna obra es, me parece, ni imprescindible ni necesaria. Solo puedo decir que es un libro que a su vez es muchos libros -una novela de aventuras, un western, una novela filosófica, un alegato político- y sobre todo que es una novela que a mí me habría gustado leer. Ojalá al lector le pase lo mismo.
Después de revisitar el Holocausto se ha dirigido a la América hispana para tejer una historia de un conquistador y emigrantes. ¿Le gusta jugar con el tiempo?
El tiempo es el protagonista, directo o indirecto, de todo lo que escribo. He reflexionado mucho sobre qué tiene el tiempo que me atraiga tanto, y todavía no he llegado a una respuesta definitiva. Creo que fundamentalmente hay dos temas que me interesan particularmente: la Historia como un laboratorio a partir del cual reflexionar sobre el presente y el tiempo como un horizonte en el que redescubrir nuestra mortalidad y finitud.
Hace ya mucho tiempo que no pienso en la revolución. Me conformo con que el neoliberalismo y el auge de la extrema derecha no desmantelen ciertos derechos que creíamos imperecederos y eran, ahora lo sabemos, frágiles
También en su novela hay un revolucionario. ¿Esta es una palabra en desuso que hay que desempolvar?
Hace ya mucho tiempo que no pienso en la revolución. Me conformo con que el neoliberalismo y el auge de la extrema derecha no desmantelen ciertos derechos que creíamos imperecederos y eran, ahora lo sabemos, frágiles.
¿La literatura tiene una misión mesiánica? ¿Puede aspirar a un cambio social?
Creo que la literatura no tiene más misión que la que cada autor le atribuye -o cada lector, incluso, en la experiencia concreta de su lectura-. Por mi parte, sí creo que la novela debe aspirar a cambiar la realidad, a transformar la mente de los lectores; pero por supuesto respeto a aquellos que creen que su obra debería servir para otras cosas, y actúan en consecuencia.
Si el lector es alguien que sueña el sueño de otro. ¿Qué sueños tiene usted como autor?
Mi sueño, en una sociedad donde esto fuera posible, sería simplemente poder escribir sin tener que desempeñar otros trabajos alimenticios que restan tiempo y valor a mi escritura.
Calculo que con la reciente pandemia se habrán escrito unas decenas de miles de novelas más. ¿No es todo autor un vanidoso que piensa que aún no está todo dicho? ¿Qué sentido tiene escribir y publicar?
No creo que el autor escriba necesariamente para decir algo que no se haya dicho antes. Yo, al menos, no persigo ese fin. Escribo para decirme a mí mismo cosas que no sé; cosas que habría ignorado para siempre, si no hubiera escrito ese libro. Luego, solo te queda confiar en que esas cosas interesen también al lector, y luchar por hacérselas lo más atractivas posibles.
Usted que es profesor de la Escuela de Escritores, ¿es más fácil la teoría que la praxis?
Mucho más fácil. Sobre todo porque la teoría, las reglas que enseñamos en los talleres, están llenas de pequeñas excepciones. Los genios suelen florecer, precisamente, habitando esas excepciones y transgrediendo las leyes. Eso sí, para poder romperlas con inteligencia, primero hay que conocerlas.
¿El hecho de estar vinculado con Cantabria condiciona de algún modo su escritura?
El medio geográfico y social en que uno crece acaba nutriendo y condicionando su escritura; a veces de modos secretos, que permanecen invisibles para el propio autor. Si nos referimos a una influencia más inmediata, hasta ahora Cantabria solo se ha filtrado en mis textos en forma de pequeños guiños -topónimos y nombres de personajes reales, fundamentalmente-; sin embargo, precisamente ahora estoy preparando una nueva novela ambientada íntegramente en Cantabria.
¿Puede dar algún detalle más?
Llevo muchos años investigando los libros parroquiales, juicios y expedientes notariales de una diminuta aldea de Cantabria, Toñanes, y reconstruyendo las vidas de los habitantes en sus últimos 400 años de historia. Mi futura novela parte de este esfuerzo documental, y se dirige a algún lugar que por ahora no soy capaz de precisar.
¿Qué es más importante para usted: una traducción a otro idioma o un premio?
Depende del premio, claro, pero diría que las traducciones me han dejado un poso más satisfactorio; sobre todo cuando vienen acompañados de viajes a otros países, que te permiten conocer a lectores con los que apenas eres capaz de darte los buenos días y que sin embargo han sido capaces de leerte y comprenderte mejor que la mayoría de tus compatriotas. Es una sensación muy gratificante.
¿Qué consejos daría a un joven escritor, aparte de tomárselo con calma?
Que no solo lea los libros que le gustan, sino que también se familiarice con géneros que de entrada no le interesan; y también que no solo lea libros, sino que consuma productos de todo tipo de disciplinas artísticas. Diría que la buena literatura siempre surge de la encrucijada de temas o motivos que previamente no estaban relacionados.