Las descendientes de las amas de cría pasiegas reivindican “el sacrificio y la valentía” de sus antecesoras en un proyecto cinematográfico

Irene Sainz Oria

Santander —

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“Ellas también lo pasaron muy mal marchándose. Mi abuela lloró mucho, todavía lloraba cuando se acordaba. Dice que muchas veces estaba dando de mamar al criuco y le caían las lágrimas al niño en la cara porque se acordaba de que el suyo no mamaba… Pues sí, lo tenían que pasar muy mal. Si a mí me pasara ahora yo no me iba, dejar al mío comiendo papilla para criar a otro a pecho, ni hablar”. Florentina Gutiérrez conoció la historia de su abuela, Laureana Acebo Abascal, de viva voz. Laureana fue ama de cría en Córdoba, en el Palacio de los Duques de Hornachuelos; después en Palencia, en casa de los Calderón, una familia muy rica que tenía una fábrica de harinas; también pasó por el Palacio de los Pombo, en Santander, y por último, salió para Cuba, detalla su bisnieta, Gilda Ruiloba.

“Fue una de las pocas mujeres que fue al extranjero a criar y que pudo llevarse a su hijo porque, claro, al tener que hacer el viaje en barco, que duraba más de un mes, si no seguía dando de mamar se le podía cortar la leche”, explica Ruiloba. Laureana alimentó en Cuba a la hija de los banqueros Gómez-Mena, cuenta la escritora de la bilogía Esencia pasiega, “porque el señor tenía el capricho de que a su única descendiente la criara una nodriza pasiega”. “Eran las más cotizadas, las más deseadas, por aquello de la pureza de sangre. De hecho, las que eran de otro lugar falsificaban su procedencia en el currículum”, añade. Las amas de cría debían cumplir una larga lista de requisitos y, entre ellos, pesaba la asunción de que “las mujeres del norte de España no habían tenido mezcla con otras etnias, judía, musulmana o árabe, porque eso era lo peor en aquella época”, apunta María Teresa Ruiz en el documental Lágrimas de leche

Gilda Ruiloba, Florentina Gutiérrez y María Teresa Ruiz son tres de las protagonistas de las Jornadas de Diálogo y Creación Cinematográfica sobre las Amas de Cría, celebradas en el municipio cántabro de Selaya entre abril y mayo del año pasado con el apoyo de la Sociedad Regional de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de Cantabria. El proyecto, una iniciativa del cineasta Aitor Sánchez Smith y la educadora social especializada en Igualdad de Género Rocío Fernández, contó con una decena de participantes, la mayoría mujeres descendientes de aquellas nodrizas de las que, en muchos casos, “es difícil encontrar información porque era un tema del que tampoco se hablaba de forma abierta en las familias”, comenta Ruiz.

La propuesta pone en el centro la vivencia y el legado emocional de aquellas mujeres que, huyendo de la pobreza de forma voluntaria o impulsadas por sus familias, “dejaban su tierra para ir a amamantar a la prole de la alta burguesía, la aristocracia e incluso la realeza española durante los siglos XVIII, XIX y hasta bien entrados los años cuarenta y cincuenta del siglo XX”, especifica Charo Quintana, presidenta del Observatorio de la Violencia Obstétrica (OVO) en Cantabria. Este organismo ha impulsado la proyección del Making off -a cargo de Andrea Sierra- y los cortometrajes que realizaron las participantes -el documental Lágrimas de leche, coordinado por Lucía Venero; el videoclip El llanto escondido, dirigido por el propio Sánchez Smith y basado en el tema La perla del Pas de Jaya Folk y la pieza de ficción experimental Leche amarga, con la supervisión de Yordana Romero- dentro de la programación de actividades del Día Internacional de la Mujer.

El acto, previsto para este martes 5 de marzo en la Biblioteca Central de Cantabria, coloca en la agenda del 8M no solo la reivindicación de la figura de las amas de cría, con sus luces y sus sombras, consideradas como “heroínas” que impulsaron con su sacrificio la economía de los Valles Pasiegos, pero también como “víctimas de la explotación por parte de las familias pudientes”, sino además temáticas como la “maternidad fragmentada”, la consideración histórica de la lactancia, la utilización del cuerpo de la mujer, en este caso, de sus “capacidades nutricias”, el “síndrome del niño abandonado”, los vínculos entre los “hermanos de leche” o incluso “el paralelismo que puede existir en la actualidad con los vientres de alquiler”, añade Quintana.

Los “requisitos”

Las amas de cría tenían que estar casadas, tener entre 19 y 26 años, la dentadura sana, ninguna mancha en el cuerpo, pasar una serie de exámenes médicos y además contar con “referencias del cura” sobre su conducta moral y sus virtudes maternales. Laureana Acebo, por ejemplo, “era fuerte como un caballo”, recuerda su nieta. “También se decía que debían irse cuando tenían ya el segundo hijo, porque así tenían experiencia, pero mi bisabuela fue a criar cuatro veces, desde el primer parto”, apostilla Gilda Ruiloba.

Las pasiegas eran las más cotizadas por la pureza de sangre, porque no se habían mezclado con judíos, árabes o musulmanes

Durante su estancia en Cuba, el hijo de Laureana Acebo estuvo a cargo de seis nodrizas distintas mientras ella atendía a la primogénita de los Gómez-Mena. “Mi bisabuela exigió que su hijo tuviera el mismo peso que la hija de los señores, era una pasiega lista, pero intentaron engañarla colocándole al niño una sábana doblada entre los vestidos para que alcanzara la medida. Ahí se enfadó muchísimo y quiso volver a España, pero le buscaron otra nodriza y la séptima funcionó”. “Los señores la querían muchísimo”, continúa Ruiloba. “Bueno, entre ellos hacían competiciones, ya sabes, para ver quién tenía la mejor ama de cría. Ella era muy guapa y tenía muy buena leche, ganó el premio, claro”. Laureana Acebo volvió de Cuba y cumplió su promesa: “regalarle unos jarrones a la Virgen de Valvanuz y a San Lorenzo, patrón de Llerana, si regresaba sana y salva”. 

Ignacia Sainz-Pardo era de Selaya y después de parir a su tercer hijo, Vidal Carral Sainz, abuelo de María Teresa Ruiz, “fue a Barcelona para dar el pecho a la única hija de los marqueses de Marianao, María Victoria Samá y Coll. Mi bisabuela se marchó en 1911. Desconocemos por qué fue allí, quién la llamó o lo que pasó durante su estancia. Es cierto que tuvo relación con la marquesa porque se carteaban. Después de estar en Barcelona se fue a Francia, no sabemos si está relacionado o no con la influencia de la familia. Varios de sus hijos se quedaron allí, pero mi abuelo volvió a España”, relata.

La posición de ama de cría tenía una transmisión “matrilineal”, explica Charo Quintana. “El oficio pasaba de madres a hijas, sobrinas, nietas… y por eso hay familias donde existen varias generaciones de nodrizas”. María Teresa Ruiz, que ha indagado en su árbol genealógico, ha descubierto que una de sus tatarabuelas, María Mantecón, nació en Villacarriedo y falleció en 1865 en la Corte de Madrid. “En aquella época tenía tres hijos, el pequeño de meses. Teniendo en cuenta la época y sus circunstancias, la hipótesis es que también era ama de cría”. Para María Teresa Ruiz es relevante analizar “la sensación de abandono” de los hijos e hijas que quedaban atrás, que según cuentan, en muchos casos no reconocían a sus madres cuando regresaban, y que ha provocado “que no se hablara de ello, que no se viera con orgullo como un sacrificio que habían realizado para el bien de la familia”, opina.

No creo que fuera una explotación. Era un oficio como los que tenemos hoy. Para mí eran auténticas heroínas, valientes y emprendedoras

“Piensan las amas de cría/ piensan y no piensan bien/ piensan que son señoritas/ y son burras de alquiler”, rezaba una antigua canción de corro y comba. Su lectura en voz alta durante la grabación del Making Off provoca un contundente “efectivamente”, pero también una exclamación desaprobatoria entre el grupo. “Yo no lo considero explotación para nada. Era un oficio como los que tenemos hoy. Era una época en la que había mucha miseria, vino esta oportunidad y la aprovecharon. Para mí eran auténticas heroínas, mujeres pasiegas valientes y emprendedoras”, afirma Gilda Ruiloba. “Gracias al dinero que ganó, mi bisabuela se pudo comprar dos casas, fincas, vacas y gracias a las influencias consiguió dos trabajos para el marido, que fue cartero en Saro -y después lo fueron su hijo y su nieta, o sea, trabajo para tres generaciones- y luego encargado en la fábrica de luz de Llerana”, sentencia la bisnieta de Laureana Acebo. 

“Se habla mucho de lo que hicieron los hombres, pero ¿y estas mujeres? Resulta que son las que reavivaron la economía del valle, que en una época en la que la mujer era un cero a la izquierda sacaron a la familia adelante, que hicieron un sacrificio y convirtieron la crianza en su profesión, ¿de ellas no se habla? Ellas pensaron solo en el futuro, en el porvenir de sus descendientes, porque si no, no tiene lógica. Hay que hablar de estas mujeres porque fueron el motor económico y social de la zona y gracias a ellas, de una manera u otra, estamos aquí”, defiende María Teresa Ruiz. En defensa de esta reivindicación trabaja también Gilda Ruiloba desde la secretaría de la Sociedad Cántabra de Escritores: “Estamos recogiendo firmas para pedirle al Ayuntamiento de Santander que construya un monumento a las amas de cría pasiegas”. “Un hito simbólico que ponga en valor la importancia que tuvieron para la comunidad”, apostilla.

Las mujeres pasiegas emigraban gracias a una cadena de solidaridad femenina pero impelidas por la necesidad, por la auténtica miseria

“Nos parece relevante analizar esa migración, basada en una cadena de apoyo totalmente generizada. Las mujeres pasiegas tenían que emigrar a Granada, Sevilla, Zaragoza, Barcelona o Madrid, a veces no tan lejos, ya que en el propio Santander también se podían ofrecer como nodrizas. Bien es cierto que la condición tradicional de la sociedad pasiega como trashumante hacía quizá más fácil esa migración, pero se iban impelidas por la necesidad, por la auténtica miseria”, desarrolla Charo Quintana. Y esa migración era posible por esos lazos de solidaridad femenina que se creaban en la comunidad y que permitían que las amas de cría “se fueran con cierto grado de tranquilidad, dejando a sus hijos pequeños a cargo de la cuñada, la abuela, la vecina, la amiga, o bien al cuidado de nodrizas locales, que cobraban mucho menos que lo que ellas iban a ganar por ejemplo en Madrid, desde luego”, explica la presidenta de OVO. 

Rocío Fernández, encargada de las sesiones previas a la grabación de los cortometrajes, cuyo objetivo fue “facilitar que las participantes pudieran sacar de dentro esas historias familiares guardadas en un cajón durante generaciones”, también ha buceado en su propia genealogía para rescatar una buena ristra de antepasadas dedicadas a la cría. “Sigo investigando porque no tengo aún datos suficientes, pero mi tatarabuela, Gaspara Gutiérrez Fernández (1836-1920), nació en Bustantegua, tuvo siete partos y fue a criar las siete veces”, cuenta la especialista en Igualdad de Género. A ella se suman dos de sus bisabuelas: Josefa Benita Grandal de la Concha (1870-1951), que nació en Selaya y fue ama de cría en Bilbao en la familia de los Marqueses de Satrústegui, y María Carral Fernández, que nació en San Bartolo; además de la hermana de esta última, Avelina Carral Fernández y una tía abuela, Avelina Fernández Fernández (1900-1988), que nació en Bustantegua y fue a criar a Barcelona a una niña llamada Marta Catasús de la Cruz, que falleció en 2022.

El hilo es cada vez más fino y a veces desaparece del todo. “Sobre mi tatarabuela solo he encontrado algún testimonio de gente muy mayor del pueblo, pero hay algo emocional que está ahí y que me ha llevado a investigar sobre el tema. Hay estudios epigenéticos que apuntan que no solo se heredan los aspectos físicos, sino que hay algo interno que compartimos todas las descendientes de estas mujeres”, considera Fernández. Y ahí es donde el planteamiento de Aitor Sánchez Smith, con experiencia en proyectos cinematográficos de creación colaborativa y comunitaria, ha conseguido aportar una nueva perspectiva sobre las amas de cría, alejada de la teoría academicista y centrada en las vivencias personales de sus descendientes.