DÍA MUNDIAL DE LOS REFUGIADOS

“Hay gente que viene a España para buscar una vida mejor, pero no es mi caso, yo nunca quise estar aquí”

“Todo el mundo piensa que los refugiados llegan en patera, pero la realidad actual es que muchísimos vienen en avión”, cuenta Toñy, orientadora sociolaboral de la Asociación Nueva Vida antes de comenzar las entrevistas con tres de ellos. Esta oficina, ubicada en un bajo de Santander, es el lugar escogido para el encuentro con Willinton, Elisabeth y Cristian, aunque para ellos es de sobra conocido porque, al llegar a la comunidad, este programa de acogida fue lo que les sirvió para lograr integrarse.

Ahora, unos meses más tarde y con su situación “más o menos” regulada, repasan qué fue exactamente lo que les hizo tener que huir de su país, cómo fue el proceso hasta llegar a España y cómo están actualmente. Sobre el 'perfil' al que responden los refugiados que llegan a Cantabria, Toñy apunta a una edad de entre 30 y 45 años, con experiencia laboral e incluso universitaria “y buenos trabajos en su país”, una imagen “que quizá choca” con la idea preconcebida de muchas personas.

En el momento en el que Toñy realiza esta afirmación, Willinton, electromecánico industrial, y Elisabeth, que se dedicaba a las finanzas y sistemas contables en Colombia, asienten con la cabeza, conscientes de que su situación es una de esas que, al llegar a España, ha mejorado en la seguridad, pero ha empeorado en lo económico.

Elisabeth y Willinton

Willinton y Elisabeth forman un matrimonio colombiano de 38 y 33 años respectivamente que llegó a España “en fases”. En primer lugar, lo hizo Willinton y al año siguiente, y debido a que la situación no mejoraba, llegaron Elisabeth y sus dos hijas. La razón que les hizo tener que huir de su país fue la extorsión constante, ya que Willinton pertenece a un grupo indígena conocido como el pueblo 'Nasa', y estos, los indígenas, son unos de los grandes objetivos del gobierno colombiano por su neutralidad política.

“Heredé 130 hectáreas de mi padre y comencé a invertir en ellas porque se acababa de firmar el acuerdo de paz con la Guerrilla de las FARC, y el Gobierno estaba dando ayudas para activar el campo. Pero poco después entró otro gobierno a tumbar esos acuerdos (el que está actualmente), y se revivió el conflicto y volvieron las bandas criminales, los paramilitares... Ahí comenzaron a extorsionar y desplazar indígenas, y uno de los paramilitares comenzó a extorsionarme hasta que llegó un punto en el que no podía pagar. Y el que no paga, o se 'desplaza' o se le mata, así que tuve que salir desplazado”, recuerda aún acongojado.

Hice denuncias y solo sirvió para llamar más la atención. Sabes que no están jugando, ellos hablan en serio y en Colombia no hay seguridad

Precisamente, el hecho de poseer tierras tan fértiles -los indígenas las conservan sin explotación y de forma natural- complicó aún más su vida, ya que “los que tienen el control” pretendían obligar a Willinton a sembrar cultivos “ilícitos” o a sembrarlos ellos mismos. “En ese momento hice denuncias ante el Cabildo indígena, pero solo sirvió para llamar más la atención con esos grupos... Sabes que no están jugando, ellos hablan en serio y en Colombia no hay seguridad”, relata.

Escuchando a su marido, Elisabeth añade cómo “de la noche a a mañana” estaban buscándole: “Nos tocó irnos de nuestra casa el primer día que él tuvo un problema, y nuestros vecinos nos estuvieron diciendo por mucho tiempo que había gente rondando por allí”, asevera. Así que Willinton fue el primero en pedir el asilo político hace más de dos años, pero lo que no sabía es que se toparía de frente con la pandemia, la cual retrasó “muchísimo” los trámites administrativos.

Tanto es así, que recibió la respuesta el 9 de marzo, al cumplir dos años de su llegada a España. Entretanto, tuvo que enfrentarse a trabajos 'en negro' y precariedad con la vista siempre puesta en su país y en cómo todo comenzaba a ir peor: “Nuestra familia que sigue allí está sobreviviendo y hay mucha incertidumbre... A veces les extrañamos mucho, pero es muy difícil pensar en volver después de lo que nos pasó”, declara Elisabeth.

Pero a rasgos generales, admiten estar “bien”, sobre todo por poder “brindarles posibilidades” a sus hijas, “en lugar de vivir con el miedo de que puedan llegar a casa y encontrarnos muertos, o incluso que les pueda pasar algo a ellas”. Sobre sus niñas, de 13 y 5 años, cuentan cómo al principio les costó integrarse: “Recuerdo que un día nuestra hija mayor llegó del colegio corriendo y asustada porque sus compañeros se decían entre ellos que se iban a matar, y es que en Colombia cuando te dicen que te matan va en serio, y aquí cuando se dice, es más de broma o para pegarse... Eso le costó entenderlo”, relata Elisabeth.

Por el momento, tanto ella como sus hijas siguen a la espera de recibir la protección internacional, aunque esperan que salga favorable al disponer Willinton de su permiso: “Afortunadamente no tenemos inconvenientes en cuanto a servicios sociales, educación o sanidad, de hecho, una de nuestras hijas tenía un problema de salud que en nuestro país no le habían podido atender, y aquí fue muy rápido. Ahí se nota mucho la diferencia”, exponen ambos.

Cristian

Por su parte, Cristian tiene 32 años y llegó a España en noviembre de 2019. Él vivía en Bogotá, donde estudiaba ingeniería industrial mientras lo compaginaba trabajando como coordinador de transporte de una empresa que distribuía equipos médicos y estéticos, pero además era líder social de su barrio junto a su padre, abogado y vinculado a la política. No obstante, la raíz de sus problemas no fue tanto la cuestión política, sino su denuncia hacia unos narcotraficantes de su barrio. “Un día, mientras dormíamos, repartieron volantes por todas las casas poniendo los nombres de las personas que estaban amenazadas y diciendo que, o se quedaban callados, o los mataban. Ahí estábamos escritos mi padre y yo”, cuenta.

Un amigo le dijo a mi padre que me iban a matar cualquier día porque estaban matando a muchísimos líderes sociales. Ya no les importaba porque no se investigaban las muertes

No obstante, su padre no corría peligro ya que, “al ser mayor, a él no le iban a tocar”, por lo que Cristian fue el que cargó con las consecuencias: “Llegó un momento en el que ya no podía salir de casa, así que mi padre habló con un amigo que trabajaba en una ONG y era abogado, y le dijo que me iban a matar cualquier día porque estaban matando a muchísimos líderes sociales. Ya no les importaba porque no se investigaban las muertes, así que la mejor opción era que me fuese”, revela.

Sobre su vida en España, y pese a que reconoce que está contento, indica que sigue sin ser su hogar: “Hay gente que viene a España para buscar una vida mejor pero no es mi caso, yo nunca quise estar aquí”, manifiesta con cierta pena. Pero si hay algo que la transforma la expresión es el pensar en el momento de su vuelta: “Me imagino llegando y escuchando ballenatos, salsa, bailando, tomando... En mi casa las fiestas duraban tres días”, y vuelve a sonreír.

Me parece horrible que los inmigrantes solo podamos trabajar en limpieza o construcción

Él reconoce seguir trabajando de forma ilegal, pero aspira a encontrar un empleo relacionado con su profesión en Colombia, para lo que se ha apuntado a hacer un ciclo superior de Logística y Transporte: “Yo no quiero tener una vida mala por ser refugiado y cobrar 400 euros, yo quiero trabajar y me parece horrible que los inmigrantes solo podamos trabajar en limpieza o construcción, aunque lo entiendo porque en Colombia, cuando empezaron a llegar los venezolanos ocurrió igual, y se daban los mejores trabajos a los colombianos por el hecho de serlo. Ahora veo que es un error”, puntualiza.

Atento a todo lo que ocurre en su país y a las últimas reivindicaciones producidas, principalmente, por gente joven, se muestra a favor y cuenta cómo su país “está dirigido” por un expresidente con 250 investigaciones por homicidios, desapariciones forzadas y narcotráfico, “y si testificas en su contra, o desapareces, o no amaneces”. “Ese es el problema de Colombia. La situación es insostenible, entiendo las manifestaciones porque la juventud se ha cansado y está luchando por su futuro. Si yo me tuve que ir por este problema, ¿qué les espera a ellos?”, y piensa en una respuesta, pero se hace el silencio.

elDiario.es/Cantabria

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