“Cuando nací era un vago y un maleante, cuando entré en el colegio pasé a ser un peligro social y cuando terminé el instituto dejé de ser un escándalo público. Después, cuando ya había terminado la carrera y había hecho un posgrado, entonces, ya me concedieron dejar de ser un enfermo”. Así resume Regino Mateo (Santander, 1965), el recién elegido -o reelegido, porque ya estuvo en el cargo hace cerca de 20 años- presidente de la Asociación de Lesbianas, Gais, Bisexuales, Transexuales e Intersexuales de Cantabria (Alega) la discriminación que ha sufrido a lo largo de su vida simplemente por formar parte del colectivo LGTBI. Ahora, en un momento clave para este movimiento y a un año de que comience la época electoral, Mateo analiza en elDiario.es cómo se ha vuelto a esta situación de temor a perder derechos y cuál será el papel de la sociedad y de asociaciones como la suya en una “guerra” que el máximo representante de Alega percibe como “dura, turbia y larga”: “El lobo ya se ha quitado la piel de cordero y enseña los dientes sin el más mínimo pudor”.
¿De dónde surge la idea de volver a la Presidencia de Alega?
Surge un poco de repente. Yo había sido presidente hace muchos años, en 2005 o por ahí, y luego haces tu vida, sigues en contacto con la asociación, colaboras en lo que puedes, pero tienes un poco la sensación de que la parte del día a día mejor que la hagan otros. En buena medida no corren demasiados buenos tiempos para las asociaciones en general, y la gente tiende a no participar demasiado y prefiere que sean otros los que solucionen los problemas y den la cara. Además, la pandemia ha sido matadora, porque ha supuesto estar mucho tiempo sin el contacto del día a día, sin poder hacer actividades, sin poder ver al resto de compañeros… Y ha habido gente que ha estado tirando del carro, pero como suele pasar también, llevan mucho tiempo con sus responsabilidades e igual que se ha hablado de fatiga pandémica a todos los niveles, esta también ha afectado a las asociaciones. Hubo un momento, allá por finales de diciembre, en el que entramos en el proceso de reflexión de si podíamos y queríamos seguir porque en abril se cerraba el plazo que los estatutos marcan para la gestora. Ahí la gran mayoría de los asociados insistíamos en que era necesaria la presencia de Alega porque es una interlocutora estabilizada que se ha ganado un respeto por su forma seria de trabajar.
Y más con la situación política que estamos atravesando, ¿no?
Claro. Además eso. Si hace cinco años alguien podía plantear que ya estaba todo resuelto para el colectivos era mentira, pero es que ahora es todavía más evidente que no, y que incluso estamos en procesos en los que podríamos empezar a dar pasos hacia atrás. Bueno, pues poco a poco se empezó a tejer una sensación de ilusión, y el problema ya comenzó a ser que alguien tenía que dar el paso al frente, y en una reunión tres personas pusimos esa cara de “venga, vale”. Mi idea con la candidatura era que no fuésemos solo tres sino que pudiese haber un poco de reparto de trabajo y trabajar en más áreas además de en las que ya se había trabajado en otros momentos. Y al final hemos conseguido formar una junta de ocho personas, mayoritariamente jóvenes, porque yo soy la excepción. Pero fue un poco porque me pillaron con la guardia baja, con el momento sentimental y con el ataque de responsabilidad. Fue todo eso junto. Y no sé que hubiese pasado si ese día no hubiese ido a la reunión, pero ahí estamos, en la trinchera otra vez.
En cualquier asociación hay un punto de egoísmo de: si mis posibles problemas los van a resolver otros, que lo hagan otros. ¿Para qué lo voy a hacer yo? Ese individualismo que siempre ha sido un lastre en la sociedad cántabra ahora está agravado
¿Por qué cree que la gente ya no participa tanto en las asociaciones?
Supongo que cada tipo de asociación tendrá su propia guerra. En el caso de asociaciones como la nuestra, que es LGTBI, tenemos varios problemas que no son nuevos. Uno de ellos es que en lugares pequeños como Cantabria todavía hay mucha LGTBIfobia estereotipada y esa sensación de que no quiero que la gente se entere, no necesito ayuda, puedo solo… Hay un poco ese punto de la discreción de que no me vean, no me conozcan ni me reconozcan. Así que cuando oyes discursos de que todo está hecho te das cuenta de que realmente es mentira. Sí tienes consecuencias y sí puedes tener problemas en tu trabajo, con tu familia o con tus amigos. No es como antes, por fortuna no, pero mucha gente tiene complicaciones y los que estamos ahí dentro sabemos el precio que hemos pagado cuando nos hemos visibilizado. Pero también, y volviendo a la pregunta, en cualquier asociación hay un punto de egoísmo de: si mis posibles problemas los van a resolver otros, que lo hagan otros. ¿Para qué lo voy a hacer yo? Ese individualismo que siempre ha sido un lastre en la sociedad cántabra ahora está agravado. Y por último, también creo que hubo un tiempo en el que las asociaciones como Alega eran lugares de sociabilización donde las personas conocían experiencias ajenas, contaban las suyas…Y eso ahora se hace más a través de internet y redes sociales, que es diferente y tiene otro tipo de objetivos y otro tipo de peligros.
Vuelve a un cargo que ya tuvo... ¿Qué será diferente esta vez?
Probablemente la principal diferencia es que aquel 2003 que yo me vinculé a Alega y estaba muy activo, era una época en la que estábamos conquistando derechos, estábamos trabajando para que la sociedad empatizara con nosotros y educarla en que entendiera la necesidad del matrimonio en plena igualdad, por ejemplo. Ahí estábamos de subidón, estábamos seguros de que lo íbamos a conseguir, y ahora, 20 años después se ha declarado una guerra cultural porque determinados grupos quieren devolver a 1950 al mundo occidental. Un momento donde el feminismo casi no existía y la mujer no había conquistado sus derechos, donde los gais íbamos a la cárcel y las lesbianas a los manicomios… Y es curioso porque van por ahí gritando “libertad” y luego hacen ataques directos contra la libertad de mucha gente. Esos mismos movimientos de extrema derecha y ultrarreligiosos han focalizado acabar con esa transformación cultural en el mundo LGTBI y el feminismo. Somos sus dos grandes enemigos y van a por ellos. Están volviendo a meter miedo para que nos metamos en la invisibilidad de nuevo. A ellos les gustaría ir por la calle y que una pareja de chicos no fuera de la mano, o que una mujer trans no se atreviera a pedir un trabajo, con eso se conformarían. Estoy seguro de que nos mantendrían algunos derechos siempre y cuando lo hiciésemos en casa y en la intimidad. Van de que no te consideran enfermo, de que no atacan al colectivo pero luego se oponen a que se proscriban las terapias de reconversión. Ahora estamos en un contexto de una guerra que yo percibo dura, turbia y larga. Y el lobo ya se ha quitado la piel de cordero y enseña los dientes sin el más mínimo pudor.
En los tres últimos años Alega ha pasado por dos presidentas y una gestora, ¿en que situación se ha encontrado la asociación una vez ha cogido las riendas?
Estoy cogiendo las riendas aún, pero la asociación está en un estado estupendo al margen de que está un poco baja de ánimo. Sé lo que supone estar al frente de un colectivo como Alega, el trabajo, las consecuencias y el compromiso que conlleva, así que para todos los equipos anteriores solo tengo palabras de agradecimiento.
¿Qué asuntos quiere abordar durante los próximos dos años?
La lucha contra los discursos de odio y nuestro posicionamiento claro en la trinchera dentro de esa guerra cultural que determinada gente ha querido declarar. Eso es fundamental, prioritario y no podemos dormirnos. Luego, como fruto de ese discurso de odio y de cómo se esta extendiendo, hay que fortalecer nuestra actividad en el campo educativo. Cada vez hay más centros que piden nuestra presencia ya sea para prevenir determinadas conductas, porque creen que pueden venir o porque ya se han enfrentado a situaciones de acoso o incluso agresión LGTBIfóbica, y este año no hemos podido atender a todos los centros que nos lo han pedido, así que hay que fortalecerlo para no dejar fuera a ningún instituto.
También tenemos realidades como la de los solicitantes de asilo por persecución por orientación sexual o identidad de género. En Cantabria tenemos un grupo de personas LGTBI que están como refugiados y que tiene quien les da apoyo, pero Alega tiene que estar ahí.. Y queremos retomar la conexión con la Asociación Ciudadana Cántabra Antisida (ACCAS) para organizar un grupo de trabajo de personas LGTBI seropositivas. Y, por último, en Cantabria hay un reto importante en el que además tenemos que implicar a las instituciones, y especialmente al Gobierno de Cantabria. Necesitamos ver cuál es la situación de las personas LGTBI en las áreas rurales porque puntualmente nos llegan casos y queremos ver cómo se puede intervenir para prestar apoyo a todas las personas que lo necesiten. Es muy importante desarrollar algún tipo de estrategia porque el año pasado se aplicó la ley LGTBI en Cantabria pero esa Ley necesita un reglamento para poder aplicarla de manera clara, y explicar a todas las administraciones de Cantabria que están obligadas al cumplimiento de la ley porque tienen vecinos LGTBI y no lo pueden olvidar. Nos gustaría poner en marcha todo eso, pero también somos conscientes de que a veces lo urgente se come a lo necesario.
Hay quien está jugando desde hace mucho tiempo de forma consciente y culpable a tensionar la sociedad para romperla en algún momento y conseguir llevarnos a todos los países occidentales a la Polonia de los Kaczyński o a la Hungría de Orbán
Cada vez se denuncian más delitos de odio y parece que las personas están más concienciadas con lo que no se puede tolerar, ¿se van dando pasitos hacia delante aunque parezca que hay discursos de odio que se están normalizando?
Hay quien está jugando desde hace mucho tiempo de forma consciente y culpable a tensionar la sociedad para romperla en algún momento y conseguir llevarnos a todos los países occidentales a la Polonia de los KaczyÅski, a la Hungría de Orbán, a la Rusia de Putin o a los EEUU de Trump, y están trabajando muy duro para conseguirlo. Ese tensionamiento de la sociedad es el que hace que aunque cada vez haya más gente que sea consciente de que los discursos de odio son un cáncer que hay que extirpar, al mismo tiempo tengas foros y webs donde hay un rearme profesional y pagado en el que hay personas que están esperando a que escribas “homofobia” para contestarte que no existe.
Se habla mucho de no retroceder en derechos, pero parece que la incursión de partidos de extrema derecha en el tablero político está cada vez más asentada. ¿Se puede retornar esta tendencia?
Últimamente estoy repitiendo mucho eso de que “hemos salido de situaciones peores”. Cuando a veces tenemos esa sensación de desolación hay que pensar en que ha habido momentos peores porque ha habido momentos en los que a los homosexuales se nos metía en campos de exterminio. Lo que sí es cierto es que nos empeñamos en pensar que el cambio va siempre hacia adelante y no. Se pueden dar pasos atrás, claro que sí. Pero vamos, que hemos estado en situaciones peores y se revirtieron aunque eso obliga a mucho trabajo e implicación por parte de los poderes púbicos, de las sociedad, de los medios de comunicación… Y mientras haya gente que prefiere mirar hacia otro lado o bailar el agua a los discursos de odio no los vamos a poder arreglar.
¿Temen lo que ocurra en las próximas convocatorias electorales?
Nosotros solo tenemos miedo al miedo, pero sabemos que cabe la posibilidad de que haya resultados que no nos gusten y puede que sean dolorosos. No sé, depende. Pueden pasar muchas cosas. Puede que no tengamos a nuestros mejores amigos en el Gobierno, pero también te digo que los mejores amigos no siempre nos han dado buen resultado. Los sustos vienen por todos lados, así que de momento vamos a seguir peleando. Y quizá ahora lo tenemos que empezar a hacer de forma más áspera o más implicada, pero en peores plazas hemos lidiado.