En una sociedad en la que cada vez es más común tener una mascota, independientemente de que las familias vivan en un piso o en una casa con jardín, no es de extrañar que los animales domésticos estén presentes en más ambientes. Se trata de una tendencia muy arraigada en países anglosajones y que se ha extendido ya por muchos otros países europeos. Ya no sorprende tanto ver a perros en las tiendas, en los bares, en los trenes o por los aeropuertos, espacios hasta hace poco vedados a cualquier animal que no fuera un perro guía o un perro policía.
Las mascotas, poco a poco, están llegando también a hospitales, centros educativos o residencias de mayores, como es el caso de Miko, siempre acompañado de su dueña, eso sí. Este tándem 'humana-perro' lleva ya cinco años dedicando parte de su tiempo libre a estas visitas terapéuticas, una actividad que, según la dueña de Miko, Isabel García, es beneficiosa para todos: “Es cierto que la visita se programa para los mayores del centro como parte de sus actividades con el objetivo de proporcionarles un rato agradable, sacarles de la rutina, luchar contra la soledad… Pero también Miko y yo obtenemos beneficios: él se divierte con ellos, recibe mimos y premios -que le encantan- y yo aprendo siempre algo nuevo, tanto de los mayores como de mi perro, que es un gran maestro”.
Hay numerosos estudios científicos que avalan lo que de forma intuitiva ya conocen quienes conviven con animales domésticos: pasar tiempo con ellos nos hace sentir mejor. Se ha demostrado que acariciar a un animal, por ejemplo, puede contribuir a bajar la presión arterial o a segregar hormonas -tales como la oxitocina- que nos proporcionan sensación de bienestar o de placer. Por eso, según Isabel García, el valor fundamental de estas visitas es trasladar lo que las familias con perros ya experimentan en su casa de manera natural a entornos en los que hay más presencia de soledad, de depresión o de aislamiento.
“No hay más que ver la cara con la que los residentes reciben a Miko según entramos por la puerta para darse cuenta de que estas visitas les vienen bien”, explica Isabel. “Más allá de lo que se haya demostrado de forma científica, hay algo que es intangible pero muy evidente, porque se ve en su expresión y porque nos lo cuentan: que esperan a Miko con ilusión, que durante el rato que están con él se olvidan de sus achaques o de sus problemas, que no se aburren… ¡A mí con eso ya me vale!”, incide.
Pero hay más. El personal de la residencia ha visto cómo, en muchos casos, la presencia de un perro durante una mañana ayuda a trabajar aspectos de la terapia integral que los residentes reciben en el centro. “Los juegos con Miko, por ejemplo, ayudan a que ejerciten la movilidad, lo que es muy importante a su edad. Por supuesto, ellos tienen sus horas de gimnasio con fisioterapeutas, sus tablas de ejercicios, etc, pero tirar la pelota a Miko o inclinarse para acariciarle son movimientos que realizan de forma natural y les vienen bien”, explica María Nárdiz, terapeuta ocupacional en San Cipriano.
Trabajar la reminiscencia
Nárdiz, que durante este año se ha encargado de coordinar estas visitas en la residencia, asegura que otro aspecto muy importante de esta actividad tiene que ver con los beneficios que aporta a los residentes con problemas de memoria. “Hemos observado que, al ver a Miko, algunos residentes recuerdan episodios de su pasado que hasta entonces estaban enterrados en el olvido”, apunta. “La presencia de un perro en la residencia, al no ser lo habitual, rompe con la rutina. Eso ayuda a trabajar la reminiscencia, a estimular los recuerdos de su infancia, de su juventud… Y esta actividad cerebral es muy positiva para su salud mental y también para su autoestima, ya que poder compartir un recuerdo les ayuda a sentirse mejor, más integrados, más útiles… Todo son ventajas”, subraya.
Miko no es estrictamente un perro de terapia: no está adiestrado para llevar a cabo acciones específicas dentro de un programa terapéutico determinado. Esto demuestra que un perro doméstico, siempre que tenga un carácter tranquilo y esté educado para comportarse en distintas situaciones, puede aportar mucho en nuestra comunidad. Según su dueña, a veces esto es -para ella- el recordatorio de una enorme contradicción: “La realidad es que Miko hoy en día presta un servicio muy valioso en una sociedad que, nada más nacer, le dio la espalda”, cuenta Isabel. Y es que Miko es un ejemplo de esos 105.000 perros que los humanos abandonamos cada año en España… porque no nos sirven, porque nos molestan, porque no queremos responsabilidades.
“Parece una paradoja que un ser que de cachorro fuera abandonado en una caja de cartón a la puerta de una perrera sea ahora quien lleva alegría a otras personas. Ojalá de esto se saquen lecturas y aprendamos a valorar a los animales un poquito más”, concluye.