El último día de Revilla como presidente de Cantabria: “Me libero de un trabajo agobiante y terrible”
El traspaso de poderes con la nueva presidenta de Cantabria, María José Sáenz de Buruaga, del PP, ha estado rodeado de cordialidad, cafés y buenos deseos
Miguel Ángel Revilla se ha levantado este jueves, 6 de julio, a las 6.45 horas, como todos los días. Pero no es un día cualquiera: es su último día en la Presidencia de Cantabria y posiblemente el último día en primera línea política de una carrera de más de 40 años al timón del PRC. Esto hay que repetirlo porque es Revilla, un animal político al que la política le entra por los pies y no para 24/7 hasta llegar a la coronilla: su último día.
Ha desayunado leche con un sobao, se ha despedido de la familia y encaramado a su coche particular ha viajado de Astillero a Santander para acabar entrando por la puerta de su despacho como los últimos ocho años antes de las 8.00 horas. Luego ha bajado a la calle, en donde lo esperaba un enjambre de periodistas, ha cruzado la calzada y pedido un café en el bar La Jara, exactamente a 15 metros de la verja del Gobierno de Cantabria en la calle Peña Herbosa.
Son las 8.50 horas, 10 minutos antes del acto informal de traspaso de poderes a su sucesora, la 'popular' María José Sáenz de Buruaga. Ella no ha llegado aún, pero sí el presidente del Colegio de Médicos de Cantabria, Javier Hernández de Sande, quien pide otro café y ambos se colocan en una mesa alta en la acera. Revilla ya tiene el puro encendido, le tiembla un poco la mano al coger la cucharilla, departe con el presidente colegial. En todo momento está circunspecto. Como es un profesional de la imagen, actúa como si no hubiera una treintena de personas alrededor esperando a que termine su consumición.
Sáenz de Buruaga llega puntual con una enorme sonrisa, Revilla le invita a un café –“Yo nunca digo que no a un café. ¿Me vas a invitar? Pues se agradece”– y se incorpora a la mesa. El presidente colegial ha desaparecido y su lugar lo ocupa Paula Fernández, estrecha colaboradora de Revilla y consejera de Presidencia en funciones. Los fotógrafos parecen ocupar un burladero y toman cientos de imágenes. La nueva presidenta de Cantabria, en el centro, habla con uno y con otro. Revilla siempre responde, pero no parece animado.
Si fuera un día normal, hubiera leído la prensa y despachado la agenda del día. Sus colaboradores le hubieran seleccionado los temas más perentorios y él los habría examinado e interiorizado. Sí, lee documentos y sí, es metódico; y no, no come nunca en el despacho, sino en algún bar de alguna calle cercana. Por lo general, es raro verle perder la compostura, pero emocionarse se emociona. Quienes le conocen creen que su peor momento fue el 11M. Ese día, Revilla, que cuando quiere adquiere el semblante pétreo de una estatua de la isla de Pascua, se echó a llorar.
Si hubiera sido un día como otro día cualquiera, por la tarde hubiera vuelto a su despacho, en donde suele permanecer hasta las 20.00 horas si no tiene agenda. Durante la pandemia allí estaba y a media tarde salía al exterior de la última planta y se daba caminatas sobre la azotea del edificio, para adelante y para atrás y luego vuelta. Eso durante la pandemia. En una tarde cargada de normalidad, esos serían sus planes, a no ser que tenga que ir a Madrid a algún plató televisivo o haya un compromiso público. A sus 80 años, le gusta presumir de que aguanta el tirón y que aguanta como si nada de 8.00 a 20.00. En campaña, incluso más horas. Sus colaboradores dan fe de ello.
Lleva varios días diciendo que está impaciente de que le desalojen del despacho, que se siente un okupa. Este jueves ha sido desahuciado, siguiendo sus analogía. Acompañado de María José Sáenz de Buruaga y Paula Fernández, ha subido a la sexta planta de la Presidencia del Gobierno y allí le ha presentado a su sucesora sus nuevos dominios. No hay rastro personal de su paso, algo a lo que ha dedicado una semana. De hecho, dice que ha alquilado un garaje en donde ha almacenado cerca de 300 libros dedicados, 400 cachavas y 'palos' que le han regalado, 200 cuadros procedentes de toda España con su retrato y que ahora no sabe dónde colocar. Dice que son varias toneladas, pero Revilla siempre ha sido un poco exagerado.
Aunque no es la primera vez que abandona la Presidencia –en 2011 recogió sus bártulos al cederle el testigo al también 'popular' Ignacio Diego–, sabe que esta vez va en serio. No hay vuelta de hoja. Dejará de dirigir el partido, que elegirá un sucesor, y dejará la primera línea política poco a poco. No volverá a ser presidente. Tampoco será portavoz parlamentario, aunque ocupará el despacho en la Cámara que precisamente ocupaba Buruaga, el de jefe de la oposición: “Ya le he dicho que deje su despacho como le dejo yo a ella el mío, aunque sale ganando con el cambio”–. Se dedicará a sus cosas: pescar y jugar a las cartas. Pero no hay que engañarse: no parará. Ahora anuncia que promocionará más sus libros, y viajará por España y el extranjero, cosa que no ha podido hacer como le hubiera gustado estos años.
“Le he dicho que me lo deje como le he dejado yo este, que todavía no lo ha hecho. Ha dicho que ha dado orden ahora mismo para que me lo dejen y poder meter mis cosas: mis pastillas para el riñón, mi cepillo de dientes, mi laca, mi cardador de pelo... Tengo un cacharro porque mi pelo sale así de punta y no vale con un peine”, ha bromeado quien ha ocupado durante 16 años –en dos periodos de ocho– el principal despacho de Peña Herbosa. Nunca le ha gustado ser timorato en detalles.
El despacho de marras tiene dos mesas oscuras de oficina. No es nada suntuoso. Hay vistas a la calle, una estantería, una mesita pequeña y un par de cuadros. Los fotógrafos dejan solos unos minutos a Buruaga y Revilla sentados en un sofá. 20 minutos después, ambos salen y se enfrentan a una pared de micrófonos. La nueva presidenta no quiere hablar y se retira. Sabe que no es su momento.
–Esto es para ti –le dice.
–¿Tú no vas a declarar nada? –le pregunta Revilla.
–¡Nada! Yo, mañana.
–¡Pues vete ya para no oír!
Momento de declaración política y personal: La política es cosa de ciclos, como la vida; estamos aquí de paso y hay que acomodarse a una nueva vida: me voy muy contento de cómo dejo la región; las grandes reivindicaciones históricas están encauzadas; orgulloso de mis colaboradores; hemos propiciado la sucesión con toda tranquilidad; hemos hecho una nueva política que me gustaría que cuajara en España: sensatez y coherencia; la presidenta me tiene a su disposición. “No tendrá ningún impedimento para hacer lo que no quiera y lo que no desea es pactar con Vox”, ha añadido. “Me libero de un trabajo agobiante y terrible, que es estar aquí las 24 horas del día”. Esa es su última declaración.
Dicen que Revilla es muy confiado, pero que ha recibido tantas desilusiones que ya tiene más coraza que un animal prehistórico. Ahora se retira, pero no se va inmediatamente. Se le seguirá viendo presentando libros y viajando por España y el extranjero, a todos esos sitios que le han invitado y a los que no pudo acudir por razones obvias. También mantendrá su escaño de diputado en el Parlamento de Cantabria, del que forma parte desde la primera legislatura. Y son once, nada menos. Por casa parará poco porque no puede parar. Pero en casa ya están acostumbrados.
Seguirá cenando pronto, él que ha rehuido de las comidas oficiales y se despide del día comiendo fruta. Se acostará pronto como el día anterior y como el siguiente. Este 6 de julio no estará por la tarde en su despacho. Tiene previsto pasar por el partido y por el Parlamento.
Cuando sale del que fuera de su despacho hasta este mismo jueves, se despide de los empleados de la sexta planta del edificio gubernamental. Alguno se emociona y él le riñe: “¡No te me irás a echar ahora a llorar!”. Luego llega el ascensor y Miguel Ángel Revilla desaparece en las tripas del edificio con dirección al parking, donde está su coche.
Son las 9.46 de la mañana. Telón.
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