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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Pequeño Gran Hombre

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Al hilo del libro de Alce Negro, recuperamos una película que puso el foco en la persperctiva del indio nativo y denunció el genocidio norteamericano.

Sin ninguna duda se trata de un producto de su época, en pleno conflicto de Vietnam. Arthur Penn ya había revolucionado el mundo del cine dando el pistoletazo de salida al nuevo Hollywood con Bonnie & Clyde. No era novato en el tema western, ya había retorcido sus estereotipos con El Zurdo, western de corte psicológico en el que reviertía el mito de Billy El Niño. No contento con eso se propone un ejercicio desmitificador del género en conjunto, Pequeño Gran Hombre, y de paso reivindicar la figura del indio nativo ante el imperialismo que da significado y origen al pueblo americano. Si las distintas películas de Penn ilustran las etapas de la evolución de los USA a Pequeño Gran Hombre le corresponde el genocidio como reflejo de un pueblo, tema de rabiosa actualidad allá en 1970. Nos enfrentamos a un film ambicioso y atrevido que cuestiona el universo del viejo western.

 El film relata de forma retrospectiva (valiéndose de un largo flash-back), las múltiples aventuras y peripecias  de Jack Crabb, que comienzan cuando él era un niño adoptado por los Cheyennes (los seres humanos, como ellos se autodenominan) después de que asesinaran a sus padres en la caravana donde viajan y que terminan justo después de la batalla de Little Big Horn. Durante ese periodo, el joven Crabb vive todo tipo de aventuras y desventuras, pivotando unas veces hacia el lado de los indios y otras tantas hacia el lado de los blancos, en una época convulsa y violenta pero apasionante al mismo tiempo. Es una historia de mundos que desaparecen, no solamente el de los indios de las Grandes Praderas, sino también el del salvaje Oeste en general, el de los pioneros, los cazadores de bisontes o los pistoleros. Y Jack Crabb se encuentra inmerso de lleno en ese proceso de extinción, al que suele llegar por medio de cómicas casualidades, viviéndolo además desde ambas orillas y sintiéndose un ser desarraigado y perdido. No es que los indios lo rechacen por ser blanco ni que los blancos le rechacen por ser medio indio. Más bien es él mismo el que no encuentra su lugar en el mundo.

La primera parte de la película trata de la educación de Jack en los dos mundos, con los indios y con los blancos. Mientras que con los indios la instrucción es dichosa, al aire libre y con libertad, la educación que le otorga el hombre blanco es restrictiva, castradora e hipócrita. No es casualidad que esta parte de la película sea rodada en interiores opresivos.

La segunda parte deja en parte atrás el tono humorístico y trata la toma de conciencia del adulto, que sigue sin encajar en un mundo donde prima el engaño (papelazo del charlatán Martin Balsam) y la violencia (representada en Will Bill Hickock). Se casa y monta un negocio, pero pronto lo pierde todo; el negocio a manos de su socio y su esposa secuestrada por los indios; aquí es donde por primera vez toma la determinación de actuar e inicia la búsqueda de su mujer; precisamente en este punto del film se inicia el tono sombrío. Se une al ejército de Custer como mozo de mulas pero deserta horrorizado ante la masacre de Washita. Vuelve a convivir con los indios después de casarse con una Cheyenne, tener un hijo  y adoptar a sus hermanas viudas (en los últimos coletazos de humor de la película) pero una nueva matanza de Custer (la masacre de Sand Creek) acaba con esta paz doméstica. Determinado a matar al general se une a su destacamento; después de un intento fallido en el que se revela su incapacidad para matar a sangre fría, logra finalmente, y mediante un retorcido juego de psicología inversa, arrastrar a Custer a Big Horn, donde se termina de desmitificar a un paranoico y narcisista Custer en el momento de su caída.

Técnicamente es uno de los westerns mejor rodados de la época; la estructura episódica dota de dinamismo a una historia que nunca decae. La combinación de comedia- tragedia, o interiores-exteriores cuando Jack se encuentra con indios o blancos no es casual. Se ha acusado a Penn de desviar el habitual trato hacia los indios haciendo parecer al hombre blanco un salvaje inhumano, incluso de racismo, pero, entonces, ¿por qué el protagonista nunca se puede desprender de su condición de hombre blanco?

El equilibrio se consigue gracias a la raza de Jack Crabb, no es blanco, no es indio, es las dos caras de la moneda, como lo es América, el país. En efecto, el hecho de que sea Jack el que nos cuenta la historia en un flash back refuerza esta teoría, él es América, lo ha visto todo, el sufrimiento, la sangre, el progreso, y aún está ahí para contarlo.

Al hilo del libro de Alce Negro, recuperamos una película que puso el foco en la persperctiva del indio nativo y denunció el genocidio norteamericano.

Sin ninguna duda se trata de un producto de su época, en pleno conflicto de Vietnam. Arthur Penn ya había revolucionado el mundo del cine dando el pistoletazo de salida al nuevo Hollywood con Bonnie & Clyde. No era novato en el tema western, ya había retorcido sus estereotipos con El Zurdo, western de corte psicológico en el que reviertía el mito de Billy El Niño. No contento con eso se propone un ejercicio desmitificador del género en conjunto, Pequeño Gran Hombre, y de paso reivindicar la figura del indio nativo ante el imperialismo que da significado y origen al pueblo americano. Si las distintas películas de Penn ilustran las etapas de la evolución de los USA a Pequeño Gran Hombre le corresponde el genocidio como reflejo de un pueblo, tema de rabiosa actualidad allá en 1970. Nos enfrentamos a un film ambicioso y atrevido que cuestiona el universo del viejo western.