Un libro, una película, un disco. Así se simple y de interesante es “El planazo del Sr. Sanabria”. Tres recomendaciones culturales imperdibles para navegar entre el underground. Primero empezó con una sección en el programa y ahora tiene sus propios programas completos.
UN PLANAZO PARA CORAZONES DOLIENTES
Planazo literario para corazones desterrados
Pocas veces encontramos una crónica de una separación más tierna y cachonda que Alta Fidelidad, escrita en 1995 por Nick Hornby (buen debut, Nick) y llevada al cine por Stephen Frears en el 2000. La novela nos relata las crisis existenciales del dueño de una tienda de discos, Rob Fleming, un tipo neurótico y peterpanesco que se replantea muchas cuestiones después de que su novia le abandone. El abandono viene por aquello de no aceptar responsabilidades y eludir compromisos. La existencia de Rob se reduce a juntarse en su tienda con dos colegas, Dick y Barry, filosofando y haciendo listas de top-fives, (de las más profundas a las más peregrinas; música para tu funeral, mejores cara A de singles, mejores canciones sobre la muerte, primeros cinco grupos o músicos que habría que matar a tiros cuando llegue la revolución musical…) En este punto encontramos la clave de la historia, todas las interacciones y desarrollos están basadas en la cultura pop de estos tres frikazos; cada vez que la vida real asoma la reducen y dominan a través de sus gustos, porque como dice Rob: “No se trata de cómo eres, sino de las cosas que te gustan”. O esta otra aseveración: “Los libros, películas, discos…estas cosas son importantes”
Tengo que reconocer que cuando leí el libro hace ya años sentí un poco de vergüencilla ajena, un tipo en su treintena incapaz de afrontar la vida y refugiándose en listas y referencias músico literarias, y haciendo mix tapes, (esas cintas de cassette con temas especiales, tú también las hiciste, amable lector), pero con el tiempo descubrí que efectivamente los gustos moldean la personalidad. Una cosa que sin embargo me da más repelús es que a la hora de enfrentarse a su separación (abandono, más bien) le da por investigar sus anteriores relaciones y se pone en contacto con su ex para determinar culpas y responsabilidades, lo que le lleva, claro está, a mayores angustias existenciales. Y es que el auto engaño, como mecanismo de defensa, no sirve durante mucho tiempo, amigos.
“El día anterior a mi cita con Caroline, aunque sólo sea para tomar una cerveza y darle la cinta que le he grabado, me entran de golpe todos los síntomas de enamoramiento que se citan en los libros de texto: nerviosismo estomacal, largos ratos de quedarme embobado, mirando las musarañas, e incapacidad para recordar cómo es ella. Consigo acordarme del vestido y de las botas, del peinado que llevaba, pero su cara es un espacio en blanco, que relleno con detalles tomados de cualquier tía potente: labios carnosos y pintados de rojo intenso, aunque lo que me atrajo de entrada fue su carita bien lavada, de inglesita lista; ojos almendrados, aunque prácticamente no se quitó las gafas de sol; piel blanca, perfecta, aunque sé que tiene bastantes pecas. Cuando me encuentre con ella, ya sé que notaré al principio una punzada de desilusión: ¿por tan poca cosa estoy como una moto desde ayer? Luego, enseguida encontraré en ella algo que me apasione: el hecho de que realmente haya ve nido a la cita, o lo sexy que me parezca su voz, su inteligencia, su ingenio, lo que sea. Entre la segunda y la tercera cita habrá nacido todo un nuevo conjunto de mitos, como siempre”.
Planazo fílmico Hasta que la muerte Nos Separe
Como muchos de ustedes, recuerdo con afecto esas tardes delante de la televisión viendo pelis de aventuras ochenteras, como por ejemplo Tras el Corazón Verde o la Joya del Nilo, con Michael Douglas en su cénit, Kathleen Turner y Danny de Vito. Siendo un adolescente impresionable me animé a lo que yo pensaba que sería una continuación, y me encontré con La Guerra de los Rose, rodada en 1989. ¿Y qué me encontré? Pues la comedia más negra de la época, una cantidad de mala leche y maldad reconcentrada que me puso los pelos como escarpias. Vista posteriormente es una delicia, una crítica sangrante de esa idea de éxito sobre todas las cosas, tan propia de los ochenta; un fresco delirante sobre la desintegración de un matrimonio que no está cimentado en el amor, si no en la idea de medrar, de alcanzar un status. Una vez los protagonistas han alcanzado lo que creían que querían en la vida se revuelven contra el que tienen más cerca como aves de presa. El resultado es una simpática psicopatía, de una violencia desatada y muy cruel. Pero que te hace desopilarte vivo. Para empezar porque la pareja protagonista funciona como un mecanismo de precisión, Turner y Douglas, a veces recuerda a las comedias de los 40 de Frank Capra, pero sustituyendo la elegancia por un resquemor furibundo, en una guerra por la posesión de una casa, que llega a recordar a las batallas medievales por un feudo. Y luego el papel conciliador de Danny De Vito, absolutamente brillante, incapaz de asumir lo que está presenciando. Con escenas hilarantes e histriónicas (la de la lámpara del final) funciona perfectamente para comprender que por muy mal que estemos, siempre se puede estar peor. Y eso no es poco.
Planazo musical para corazones rotos
A ver, los cinco discos motivados o inspirados en una separación; sin orden concreto, Blood on the Tracks de Dylan, por supuesto. In the Wee Small Hours de Sinatra, con la precaución de haber tirado antes las cuchillas de afeitar. The Boatman’s Call, de Nick Cave. Rumours de Fleetwood Mac por el morbo de ver eso con los dos protagonistas en el mismo disco, y el que he elegido hoy, Greenland de Cracker. Y ¿por qué Greenland? Por varios motivos; uno es el deseo de dar visibilidad a esta banda, una de mis favoritas ; nunca han logrado dar el pelotazo, pero llevan años a un nivel superlativo; la verdad es que están en un vértice un tanto incómodo; con un pie en el country y el americana más tradicional, y el otro en el rock clásico, bordeando siempre el indie , pero sin encajar en ninguno de los estilos definidos. Y sobre todo con un fabuloso cronista, David Lowery, quizá el mejor letrista del momento, ese tipo de escritor que parece que te está contando un chiste privado que solo tú pareces entender. En 2006 Cracker publicaban Greenland, la crónica de dos divorcios; uno, el de la banda con su discográfica, Virgin Records, de que salieron trasquilados, y otro el de Lowery con su esposa, que dio como resultado algunas de las canciones más tristes y bellas del disco. Pero no se trata de canciones tristonas, depresivas; son evocadoras y elegantes, si acaso podremos admitir una lacónica y doliente despedida al optimismo, pero basculando en el eje donde Cracker ha funcionado como una de las mejores bandas de rock americano; la actitud, la tradición y un humor rasposo.
Javier Sanabria
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Planazo literario para corazones desterrados
Pocas veces encontramos una crónica de una separación más tierna y cachonda que Alta Fidelidad, escrita en 1995 por Nick Hornby (buen debut, Nick) y llevada al cine por Stephen Frears en el 2000. La novela nos relata las crisis existenciales del dueño de una tienda de discos, Rob Fleming, un tipo neurótico y peterpanesco que se replantea muchas cuestiones después de que su novia le abandone. El abandono viene por aquello de no aceptar responsabilidades y eludir compromisos. La existencia de Rob se reduce a juntarse en su tienda con dos colegas, Dick y Barry, filosofando y haciendo listas de top-fives, (de las más profundas a las más peregrinas; música para tu funeral, mejores cara A de singles, mejores canciones sobre la muerte, primeros cinco grupos o músicos que habría que matar a tiros cuando llegue la revolución musical…) En este punto encontramos la clave de la historia, todas las interacciones y desarrollos están basadas en la cultura pop de estos tres frikazos; cada vez que la vida real asoma la reducen y dominan a través de sus gustos, porque como dice Rob: “No se trata de cómo eres, sino de las cosas que te gustan”. O esta otra aseveración: “Los libros, películas, discos…estas cosas son importantes”