Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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¿Cómo es posible que Ayuso esté al borde de la mayoría absoluta, según todas las encuestas, después de la muerte de 7.291 ancianos en las residencias a los que dejó sin asistencia hospitalaria, después de las dos manifestaciones masivas en Madrid contra su destrozo de la Sanidad Pública, después de que diera a dedo a un amigo de su familia un contrato de mascarillas por el que su hermano se embolsó 250.000 euros, después de tener los peores datos de mortalidad en la pandemia de toda la Unión Europea, después de que el Zendal costase tres veces más de lo presupuestado para convertirse en un cascarón inhóspito, después de abandonar a la Cañada Real y llamar delincuentes a sus vecinos? ¿Cómo es posible? ¿Es que la mayoría de madrileños son fachas, son zombis?
Desde fuera, estoy seguro de que muchos lo ven así. Pero la respuesta a esta pregunta provocadora es un poco más compleja. Es un no pero sí. No son tanto los madrileños como el medio: los medios. Es el aire irrespirable de Madrid, de su ecosistema mediático y su cloaca periodística, que es contagioso como el hongo de The Last Of Us. Es difícil no volverse un zombi facha con la ponzoña que sale a todas horas por las mil bocas de riego de la derecha madrileña, que es extrema en la capital. Madrid es tristemente más la cuna que la tumba del fascismo. Ahí nace, crece, se reproduce y carcome los cerebros como en La invasión de los ultracuerpos, nunca mejor dicho lo de ultracuerpos.
Madrid es un gigantesco plató en el que Ayuso es la reina porque los medios le hacen la corte y porque el Ayusismo es básicamente una estrategia de comunicación. Es una fachada para esconder el vacío. Detrás, no hay una acción de gobierno, no hay gestión, solo pésima gestión, y el caciquismo, el conservadurismo y el neoliberalismo que heredó de su mentora. ¿Qué ha hecho Ayuso aparte de despilfarrar como Aguirre, regalar contratos a los colegas y bajar los impuestos a los más ricos? Ni sus votantes sabrían decirlo. No sabrían decir ni una sola medida más allá del Zendal, Telepizza y Sarasola. No sabrían decir más que Sanchismo, comunismo, libertad, Bildu y ETA. Porque no hay mucho más. Ayuso es un meme, lo reduce todo a un meme, a un emoji, a un tweet. Lo vacía de contenido, lo convierte todo en nada.
Tiene dos formas de hacerlo. El consentido y el sinsentido. Es un niño consentido cuando le llevan la contraria. Carga contra todos y lo rompe todo. Es precisamente ese descaro y esa ordinariez con los que ataca a la izquierda lo que tanto le pone a la derecha. El resto del tiempo, juega al sinsentido, a decir banalidades y barbaridades para que sea imposible tener una conversación adulta. Las ayusadas que nos tomamos a broma son muy serias, en realidad, por lo que persiguen y lo que consiguen casi siempre: que no hablemos de lo importante, del desastre de la Sanidad o del récord de muertes en pandemia mientras ella invitaba a cañas y bares. Su éxito es que hablamos de las cañas y los bares y no de los cadáveres. La única vez que no dirigió ella el debate, cargó contra los médicos, como le enseñó Aguirre. No consiguió desviar por completo la atención, pero sí echar a algunos usuarios encima de los sanitarios. Ahí hay otras dos claves: tener siempre un enemigo y tratar de humillarle.
Porque si vamos al contenido, el Ayusismo también tiene dos patas. Orgullo y prejuicio. Orgullo y odio. El odio de clase y el orgullo nacional. El odio de clase es ideológico, es el odio al pobre y al rojo, que en su cabeza van unidos, porque “el comunismo es miseria”, ya se sabe. Ayuso es franquismo sociológico más que político, o sea, no es Vox, pero sí es ultraderecha. Sin caspa y sobaco. Como cuqui. Franquismo simpático que no ve a los pobres y les llama delincuentes cuando los ve. De ese franquismo clasista que quiere borrar a la mitad de España viene el orgullo patriotero de Ayuso que tiene una formulación paradójica: el Ayusismo es independentismo madrileño pero nacionalismo español. Defiende el dumping fiscal de Madrid y la unidad de España al mismo tiempo. Se declara en rebeldía ante el Gobierno, pero pide el 155 para Euskadi o Cataluña. En resumen, Madrid es España dentro España, pero Madrid es única, Madrid is different.
Escribía Pla que Madrid es un pueblo de señoritos pagados de sí mismos, que tienen muy poco mundo pero se las dan de viajados. El Ayusismo es la máxima expresión de esa vulgaridad insustancial. Del Madrid que se cree el ombligo de España. Ese Madrid que detestan fuera y muchos detestamos dentro porque no es inclusivo ni abierto, es excluyente, desaprensivo, superficial. Ayuso funciona porque tiene un altavoz monstruoso, al que todos contribuimos, para rebajar el debate y alimentar todas las formas zafias del orgullo y el prejuicio: machismo, racismo, clasismo, nacionalismo, regionalismo... Es fácil hacerte creer que eres especial, mejor que el otro: que los rojos, las feminazis, los gitanos, los malditos vascos y catalanes... Sobre todo cuando todo va peor, o te dicen que va peor. Make Madrid great again. Make yourself great again.
Trump presumía de que podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos. Tan fieles eran sus votantes. Tan zombis. A Ayuso le pasaría algo parecido si lo hiciera en la Gran Vía. Los medios dirían que estaba defendiendo la libertad de los comunistas que la quieren destruir. La única manera de hacerle frente a este ejército de comecerebros es con sus mismas armas: comunicación y agitación. Con la camiseta y la lona del hermano de Ayuso. Con el libro sobre las residencias que le dieron en el debate. “No invada mi espacio”, le dijo a Alejandra Jacinto. Eso es justo lo que hay que hacer. Invadir a la invasora. Invadir su espacio.
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