Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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El peligro para las democracias tiene un nombre: ultraderecha. También se le conoce por otros: fascismo, trumpismo, bolsonarismo… Dos años y dos días después del esperpéntico asalto al Capitolio de Estados Unidos, una turba de bolsonaristas brasileños hizo exactamente lo mismo tomando las sedes del Congreso, la Presidencia y el Supremo de Brasil como una tragicómica horda de bárbaros. A nadie puede sorprenderle la repetición de la jugada. Como Trump, Bolsonaro se ha negado a reconocer su derrota electoral. Como Trump, ha sembrado dudas sobre el proceso electoral. Como Trump, ha evitado asistir a la transición de poder. Como Trump, ha alentado las manifestaciones por todo el país contra la victoria de su rival político. Como Trump, ha tardado horas en condenar el asalto y lo ha hecho de medio lado. Y como Trump, ha rechazado su implicación en los hechos. Tanto monta monta tanto, Trump como Bolsonaro.
El patrón es el mismo. Creas una masa enfurecida de negacionistas y conspiranoicos a base de inyectarles, por redes y medios, cantidades industriales de bulos y propaganda. Deslegitimas a tu adversario acusándole de rojo, masón, corrupto, ilegal, terrorista, bolivariano… Siembras dudas sobre el proceso electoral, sobre los políticos y la política, sobre la democracia misma. Agitas todos los ingredientes en la coctelera y te sale un cóctel molotov que estalla en una llamarada de rabia y odio. La muchedumbre se lanza sobre las instituciones para recuperar el poder que creen que les ha sido robado. Son golpistas salvando al país de un supuesto golpismo. Es la “Noche de los Cristales Rotos” de la nueva ultraderecha. Como en el nazismo, se utiliza a civiles para desatar el caos. Como en el nazismo, hay fuerzas de choque avivando el fuego.
Llama la atención cómo estas hordas entran en los Parlamentos sin apenas oposición policial. No son solo cuatro chalados, es el aparato el que conspira con ellos. Durante semanas han acampado por todo el país y frente al cuartel militar de Brasilia, Bolsonaro los recibió en el palacio presidencial, su mujer fue a rezar a la acampada, miles han llegado en autobuses financiados por empresarios golpistas, el gobernador del Distrito Federal es bolsonarista, el secretario de Seguridad del DF fue ministro de Seguridad con el anterior gobierno y Lula cometió el error de nombrar como ministro de Defensa a un conservador que veía las manifestaciones con buenos ojos y no tomó ninguna precaución para evitar el asalto. Es la crónica de un golpe de Estado anunciado. Es la ultraderecha empresarial, militar, mediática y política conjurada para provocar el levantamiento.
Pasó en Estados Unidos, ha pasado en Brasil, puede pasar en España. Aquí la oposición lleva años macerando el caldo de cultivo que ha reventado la olla en Norte y Sudamérica. Aquí tenemos a militares que sueñan con fusilar a media España, que disparan a dianas con la cara del presidente y sus ministros o envían balas a los miembros del Gobierno. Aquí tenemos jueces del más alto grado declarándose en rebeldía ante la Constitución y cloacas políticas y periodísticas, policiales y judiciales, confabulándose contra las urnas. Aquí los medios ultraconservadores han empezado a esparcir la sospecha sobre el proceso electoral. Aquí la portavoz del PP, Cuca Gamarra, ha reaccionado al asalto contra Lula acusando a Pedro Sánchez de blanquear los golpes de Estado en España (en referencia a los catalanes). Así construye el golpismo la ultraderecha: les dice a los suyos que nuestro presidente es golpista así que está justificado derrocarlo. Por el medio que sea. Deberíamos aprender de lo que ha ocurrido en Brasil y EE.UU. y depurar de las instituciones a todos los elementos antidemocráticos que ponen nuestra convivencia en riesgo.
Hablemos claro. Cada vez que el PP pacta gobiernos con los amigos de Bolsonaro y Trump, cada vez que Ayuso, Abascal o ahora Feijóo pone en duda la legitimidad democrática del Ejecutivo y sus socios, cada vez que acusan al Gobierno de coalición de okupa, están creando el clima para que ocurra lo mismo que en Washington y Brasilia. Si te pasas el día llamando al gobierno ilegítimo y golpista, acusando al presidente de dictador, calificando sus medidas de inconstitucionales y descalificando al Parlamento que le apoya, no te extrañe que alguien te crea y dé un golpe de Estado creyendo que defiende a su país.
Es un movimiento global de la ultraderecha contra las democracias. Está sucediendo en Estados Unidos donde el ala más reaccionaria de los republicanos bloquea la elección del presidente del Parlamento. Está sucediendo en Italia y en la Iglesia Católica en todo el mundo donde desde Meloni, Salvini, Abascal, Bannon y Orban a los prelados más reaccionarios se movilizan para acabar con el Papa Francisco después de la muerte de Ratzinger. Está sucediendo en España donde han convocado otra manifestación en Colón contra “el golpe a la democracia” del gobierno. Lo venimos avisando desde hace años, lo que ha sucedido al otro lado del charco podría suceder a este lado. Hasta ahora los golpes han fracasado, pero podrían tener éxito.
Algo falla en nuestras sociedades cuando los demócratas no son capaces de hacer la democracia más atractiva que el golpismo. No se trata solo de parar a los golpistas, se trata de hacerlos indeseables para la mayoría del pueblo. Se trata de hacer ver que los que dicen defender el orden son el caos. Se trata de señalar a la derecha que es cómplice y responsable de darles aliento. Se trata de repetir que el peligro para la democracia no es la extrema izquierda: es la extrema derecha la que asalta los Parlamentos.
El peligro para las democracias tiene un nombre: ultraderecha. También se le conoce por otros: fascismo, trumpismo, bolsonarismo… Dos años y dos días después del esperpéntico asalto al Capitolio de Estados Unidos, una turba de bolsonaristas brasileños hizo exactamente lo mismo tomando las sedes del Congreso, la Presidencia y el Supremo de Brasil como una tragicómica horda de bárbaros. A nadie puede sorprenderle la repetición de la jugada. Como Trump, Bolsonaro se ha negado a reconocer su derrota electoral. Como Trump, ha sembrado dudas sobre el proceso electoral. Como Trump, ha evitado asistir a la transición de poder. Como Trump, ha alentado las manifestaciones por todo el país contra la victoria de su rival político. Como Trump, ha tardado horas en condenar el asalto y lo ha hecho de medio lado. Y como Trump, ha rechazado su implicación en los hechos. Tanto monta monta tanto, Trump como Bolsonaro.