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La casa de la memoria

Mis sobrinas Julia y Lola han descubierto de manos de sus abuelos uno de mis juguetes infantiles favorito, un pueblo de casitas de cartón desmontables, en el que yo pasaba las tardes haciendo de urbanista y dejando vagar mi imaginación entre callejas como un paseante que se pierde en un laberinto de historias. Las dos niñas montaron orgullosas su primer pueblo. Para ellas son todavía casas vacías que tendrán que amueblar con sus vivencias, pero para mí es un hogar de la memoria, un lugar en el que habitan, a salvo del olvido, algunos preciosos recuerdos de la infancia.

Curiosamente, en un libro que estoy leyendo ahora, El refugio de la memoria, el historiador británico Tony Judt cuenta cómo las casas pueden funcionar como almacenes de recuerdos. Por culpa de una esclerosis lateral amiotrófica, pasó sus últimos años sin poder escribir por su propia mano, por lo que ideó un método para ordenar sus pensamientos antes de dictarlos. Los imaginaba guardados en estancias y muebles de un hotel de veraneo de su infancia que le traía gratos recuerdos. Después memorizaba el recorrido que le llevaba de unos a otros. De esta forma su mente se sobrepuso a su devastación física.

A mi abuelo Paco la devastación le afectó al cerebro. En sus últimos años, como tantos viejos, su cabeza se perdió en ese recorrido por los lugares de la memoria y ya no encontró la salida. Andaba siempre aturdido y asustado como una sombra que ha perdido a su cuerpo. En un minuto, te podía preguntar la hora varias veces. Creo que el pobre intentaba aferrarse al tiempo que se derrumbaba bajo sus pies.

Todo esto lo cuento porque España tiene un problema de memoria. Le han hurtado los episodios más oscuros y terribles de su historia reciente. Como mi abuelo no recordaba lo que había hecho un minuto antes, a este país no le dejan recordar lo que hizo hace tan solo 40 años, o sea, anteayer. España es como un abuelo desorientado que se pierde en el presente y no tiene futuro porque ha olvidado su pasado. Para caminar hacia delante hay que venir de atrás.

Ni siquiera se han podido juzgar en nuestros tribunales los crímenes más atroces de la dictadura. Las víctimas han tenido que acudir a la Justicia argentina para que se persiga a los torturadores, criminales y asesinos que siguen libres. Es una minoría la que sabe que somos el segundo país del mundo con más desaparecidos, más de 110.000, solo superados por el sanguinario régimen de Pol Pot en Camboya. Hasta ayer, literalmente, un juez no ha aceptado estudiar la exhumación de las fosas del Valle de los Caídos. Todo atado y bien atado. Los que ganaron la guerra siguen ganándola después de muerto Franco.

Se cumplen ahora 40 años de los últimos crímenes de la dictadura. Los mismos años que tengo. Nací cuando moría Franco, que no el franquismo. Sé quién soy y soy una persona adulta porque tengo mis recuerdos almacenados en mi pueblo de casas de la memoria. Pero a los españoles nos la ocultan como si fuéramos tan pequeños como mis sobrinas y no estuviésemos preparados para saber. Por eso nuestra democracia sigue en pañales y no madura. Un país sin memoria es tan desolador como una casa vacía, como un pueblo fantasma, como un abuelo tan indefenso que parece un niño: es una sombra que no encuentra su cuerpo.

La única manera de sobreponerse a la devastación que dejó la dictadura es hacer como Tony Judt, recoger los recuerdos que han quedado escondidos en los cajones de esta casa y sacarlos a la luz. Las víctimas merecen tener un refugio de la memoria. Se lo debemos por lo que lucharon por nuestra libertad. No es reabrir heridas, como dicen quienes las infligieron, es cerrarlas. Es cerrar el capítulo más negro de nuestra historia reciente porque el franquismo seguirá vivo y los muertos, remuertos, mientras no se haga justicia. Lo decía Juan Gelman, que perdió a un hijo a manos de la dictadura argentina, lo contrario del olvido no es la memoria, es la verdad.

Hoy a las 12h en www.carnecruda.es, ESPECIAL ÚLTIMAS VÍCTIMAS DE FRANCO DESDE EL PARLAMENTO EUROPEO.www.carnecruda.esÚLTIMAS VÍCTIMAS DE FRANCO

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Mis sobrinas Julia y Lola han descubierto de manos de sus abuelos uno de mis juguetes infantiles favorito, un pueblo de casitas de cartón desmontables, en el que yo pasaba las tardes haciendo de urbanista y dejando vagar mi imaginación entre callejas como un paseante que se pierde en un laberinto de historias. Las dos niñas montaron orgullosas su primer pueblo. Para ellas son todavía casas vacías que tendrán que amueblar con sus vivencias, pero para mí es un hogar de la memoria, un lugar en el que habitan, a salvo del olvido, algunos preciosos recuerdos de la infancia.

Curiosamente, en un libro que estoy leyendo ahora, El refugio de la memoria, el historiador británico Tony Judt cuenta cómo las casas pueden funcionar como almacenes de recuerdos. Por culpa de una esclerosis lateral amiotrófica, pasó sus últimos años sin poder escribir por su propia mano, por lo que ideó un método para ordenar sus pensamientos antes de dictarlos. Los imaginaba guardados en estancias y muebles de un hotel de veraneo de su infancia que le traía gratos recuerdos. Después memorizaba el recorrido que le llevaba de unos a otros. De esta forma su mente se sobrepuso a su devastación física.