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Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.

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Cazar a Irene Montero

23 de noviembre de 2022 22:38 h

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Hay una cacería contra Irene Montero solo superada por la persecución a Pablo Iglesias y se ha acentuado precisamente desde que este abandonó la arena parlamentaria. No le perdonan que sea su pareja, mujer, joven, de izquierdas y ministra del Gobierno socialcomunista que come niños, viola a tu hermana y se acuesta con etarras y separatistas. Hasta ahora ha tenido que aguantar insultos, humillaciones y burlas muy alejadas de la legítima crítica política, pero con la polémica en torno a la ley del “solo sí es sí” se han cruzado todas las líneas. El PP abrió la veda. La llamó “inútil” en el Congreso y aseguró que había provocado un efecto llamada para violadores que mañana estarían violando en las calles. Era la señal del cuerno que esperaban los amantes de la caza de la ultraderecha.

Este miércoles, la diputada de Vox, Carla Toscano, vestida con su fachaleco, cogió el fusil, se subió a la tribuna del Parlamento y disparó. La llamó “obsesa sexual” y “libertadora de violadores”, la acusó de ser “lo peor que le ha pasado a España en mucho tiempo” y aseguró que “su único mérito es haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias”. Los jueguecitos de palabras los escribe Federico por la mañana y los sueltan sus perros de presa por la tarde. En la sede de la soberanía popular. Les pagamos por confundir el Parlamento con una tertulia de Intereconomía. El presidente en funciones de la Cámara ordenó que se retirara del diario de sesiones la frasecita de marras, pero Montero le pidió que la dejara para que quede constancia del machismo de los fascistas y en el futuro no lo sufran otras. 

Le aplaudo a la ministra la sororidad y la entereza. Los del fachaleco aplaudieron en pie a su compañera. Como dijo Alfonso Guerra, cada cual se retrata por lo que aplaude. No obstante, no es la primera vez que Montero recibe exabruptos del grosor del cañón de una recortada. La han acusado de defender la pederastia por unas palabras sacadas de contexto sobre la sexualidad de los adolescentes, de no condenar las muertes en la valla de Melilla por el montaje de un tuitero de ultraderecha, incluso de malversación por hacerse una foto en Times Square en un viaje oficial a Naciones Unidas. Recuerda a la campaña de acoso y derribo contra la que fue primera ministra de Igualdad, Bibiana Aído. Y no es casualidad. Es un ataque al feminismo. Un ataque dirigido a disciplinar y desalentar a las mujeres que se atreven a enfrentarse al patriarcado. 

En el caso de Irene Montero, no soportan que promueva leyes feministas como el consentimiento y en defensa del colectivo LGTBI como la ley trans. Ni soportan que sea pareja de quien es. Consiguieron convertir a Iglesias en enemigo público número uno hasta forzar su salida de la política institucional porque su nombre no sumaba, restaba. Al olor de la sangre, han salido como hienas a devorarla a ella. Quieren que la cacería termine en matanza. A su labor de matarife se entrega cada día la jauría. No pararán hasta que la cesen o dimita. Espero que ni Sánchez ni Montero cedan al ruido de rifles porque es la ministra, junto a Yolanda Díaz, que más derechos efectivos está impulsando en esta legislatura. Por eso la odian.

Pero, ojo, nada de lo que está pasando es inofensivo. La violencia verbal atrae la violencia física. Se han normalizado comportamientos inaceptables en democracia. Desde las tribunas de la prensa y del parlamento les han puesto en la diana y los más desaprensivos les han enviado balas en sobres y los perros de caza han salido a morder la presa hasta la puerta de su casa. Demos gracias porque hasta ahora no haya ocurrido ninguna desgracia, pero recordemos el intento fallido de asesinato a la presidenta argentina como advertencia de lo que puede pasar cuando quienes tienen el poder de la palabra deshumanizan a una persona, como hacían los nazis con los judíos o los hutus con los tutsis, como han hecho con Iglesias llamándole “Coletas”, “Chepas” o “Rata”, hasta convertirla en una lacra social a la que debe eliminarse como a una alimaña. Unos apuntan, otros aprietan el gatillo. 

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