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Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.

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Chupópteros

9 de noviembre de 2020 22:02 h

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La monarquía es como El Corte Inglés, tiene semanas fantásticas. Ésta ha sido una de ellas. En pocos días, ha trascendido que los eméritos y algunos familiares usaban presuntamente tarjetas opacas y que Juan Carlos presuntamente blanqueó dinero a través de la compra y manutención de un caballo para su nieta, que tiene 10 millones escondidos en el paraíso fiscal de la isla de Jersey y que retiró durante cuatro años 100.000 euros mensuales de una cuenta en Suiza, la cuenta en la que depositó, por ejemplo, 1,7 millones de euros en efectivo procedentes de un regalo del sultán de Bahréin. Vamos para bingo. 

A esto hay que sumar, las comisiones recibidas de Arabia Saudí por sus gestiones en el AVE a la Meca. Y mucho más que no sabemos, hasta los 2000 millones de euros que el New York Times calculó que Juan Carlos I tenía en 2012, una estimación basada en las escasas publicaciones que existían sobre su fortuna, mayoritariamente opaca. No sabemos de dónde ha salido pero imaginamos que de los supuestos regalos de los sátrapas con los que el Borbón ha hecho migas y negocios. No hay que ser republicano para saber que no eran regalos sino el pago por sus servicios. 

A los eméritos no les bastaba el sueldazo Nescafé que llevan cobrando toda la vida, una media de 300.000 euros anuales en la última década. Lo que está claro es que el yerno encarcelado no hacía más que seguir el ejemplo del Borbón que predicaba ejemplaridad al pueblo mientras él se hacía de oro. Haz lo que yo digo, no lo que yo hago. Dijo Valle-Inclán de Alfonso XIII que el pueblo español no lo había echado por rey sino por ladrón. Su nieto ha seguido la misma senda. No sé qué más tiene que hacer esta familia para que les enseñemos el mismo camino que al abuelo.

Juan Carlos también copiaba a su padre político, Francisco Franco, que saqueó el país durante la dictadura, además de someterlo. Ahora sus herederos quieren continuar el expolio. Expulsados del Pazo de Meirás, planeaban vaciarlo con 50 camiones de mudanza. Ladrones como el viejo. Ha tenido que venir una jueza a cerrarles el paso y el Pazo. Borbones y Francos, las dos grandes familias de chupópteros hispanos siguen pensando que España es su cortijo y nosotros sus vasallos. Se creen por encima de la ley porque la Justicia, la prensa y el bipartidismo cortesanos se lo han permitido, incluso lo siguen disculpando. 

España es un huésped propicio para los parásitos porque tienen a una clase política parasitaria trabajando para ellos y no para quitarnos los piojos, que es su trabajo. No nos faltan ejemplos diarios. Pablo Casado contrata al despacho que dirige Albert Rivera para recurrir la ley de alquileres catalana que limita los precios. El Supremo anula la venta de pisos de protección a Goldman Sachs, el fondo quiere devolverlos y Ayuso rechaza quedárselos. La misma presidenta se gasta 100 millones en un hospital sin médicos levantado por las grandes constructoras, mientras tiene cerradas 16 UCI en otro hospital, como mostró este fin de semana Salvados. La derecha dirá misa, que es lo suyo, pero no gobiernan para la gente que se desangra sino para las élites extractivas que sangran al vecino. 

La derecha siempre ha parasitado lo público para engordar a lo privado. Pero no sólo ellos. Todo el que ha estado demasiado tiempo agarrado al poder como una garrapata ha acabado vampirizándonos y sirviendo a otros chupópteros. Hay manera de acabar con ellos. Si una mayoría concienciada lo exige, la democracia tiene mecanismos para proteger el bien común. Más de 100 sicavs se han dado de baja desde que el Gobierno de coalición anunció controles sobre ellas. La mayoría pertenecían a banqueros, grandes empresarios y familiares de diputados del PP y Vox. A quién van a proteger esos partidos si no es al sistema parasitario del que todos participan. A la cabeza de ese universo de chupópteros está la monarquía, por eso la protegen y por eso destronarla es el primer paso para desparasitarnos.  

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