Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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Ya vivimos en una distopía. Meloni ha intentado poner en marcha un Guantánamo para migrantes en Albania. Un tribunal de Roma ha suspendido la medida en base a una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. ¿La respuesta de Meloni? Intentará imponerlo por ley. ¿La respuesta de Europa? Copiar el modelo italiano. Dice la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, que lo quiere una mayoría de países. Ya no hace falta que los fascistas ganen las elecciones, se aplican sus políticas. Dinamarca propone enviar convictos a Kosovo. Polonia o Finlandia han suspendido temporalmente el derecho de asilo. Hasta el laborista británico, Starmer, se interesa por conocer los métodos de Meloni. Lo dijo Thatcher cuando perdió contra el laborismo: no importa que nos hayan ganado porque ya piensan como nosotros.
Von der Leyen lo llama “soluciones innovadoras”, un eufemismo para ocultar la barbarie. La propaganda nazi era experta en esconder el horror detrás de palabras huecas. La solución final, la zona de interés. Ahora resulta que lo innovador es volver a las deportaciones y los campos de concentración. Ni siquiera hay que irse tan atrás. Europa ya paga miles de millones a Turquía, Túnez, Libia, Marruecos o Egipto para que detengan a inmigrantes en centros de tortura y los devuelvan a países donde su vida corre peligro. Europa ya les paga para que los abandonen en el desierto y los echen al mar. Europa ya tiene centros de detención de extranjeros dentro de sus fronteras. Europa ya paga, ya pagamos, para que nos quiten la basura de la puerta o la oculten debajo del felpudo.
Los albaneses han animado a otros países candidatos a entrar en la Unión como ellos a hacer lo mismo para ganarse el favor de Bruselas. Mercadeo de personas para entrar en el mercado común. Mercadeo con seres humanos para favorecer a los mercaderes. Porque no solo se “externaliza” (otro eufemismo) a otros países sino a empresas privadas. La Europa Fortaleza se levanta con los muros, vallas, cuchillas, cámaras, drones, blindados, armas de la industria privada de la seguridad y la guerra. Nos gastamos en echarlos lo que no nos gastamos en acogerlos porque es un negocio milmillonario para los multimillonarios. Los fascistas siempre llegan de la mano de los capitalistas.
“Es el espíritu de Europa”, dice Meloni. Tristemente, tiene razón. Un fantasma recorre Europa y es el fascismo. Bienvenidos de vuelta al siglo XX, al odio que acabó con las democracias y hundió al planeta en el abismo. La distopía ya está aquí. En Gaza se comete un genocidio televisado. En Líbano hacen estallar cientos de móviles a distancia como en un vídeojuego. En Reino Unido fletan una cárcel flotante para solicitantes de asilo que parece sacada de Netflix. La distopía ya está aquí pero ni nos roza. La miramos impasibles como si fuera Black Mirror. Paso a paso, sin darnos cuenta, nos hemos ido acostumbrando a la aberración hasta normalizarla. No distinguimos la realidad de la ficción porque todo nos parece ficción y nosotros espectadores pasivos.
Como decían en Years and years, la serie que nos hizo ver que ya vivíamos en una distopía, la culpa también es nuestra. Hemos ido aceptando lo inaceptable como si no tuviéramos ninguna responsabilidad ni poder para cambiarlo. Como si no pudiéramos rebelarnos, salir a la calle, actuar. El otro día me acordé de la serie cuando vi que los cajeros del supermercado de mi barrio habían sido sustituidos por máquinas automáticas. Ese fue el principio —explica la abuela de Years and years en un memorable discurso—, cuando eso pasó y no dijimos nada. Nos molestó pero no escribimos una carta para quejarnos ni nos fuimos a comprar a otro sitio. Lo soportamos. Lo soportamos porque podíamos pagar sin tener que mirar a esa persona a los ojos. Esa persona, probablemente migrante, que cobra menos que nosotros. Nos deshicimos de ella. Ya está. Problema resuelto.
Sustituyen a las personas por máquinas, tratan a las personas como mercancía. Expulsan a los inmigrantes como delincuentes, los encierran como animales. Todo forma parte de lo mismo. La cárcel en Albania costará a los italianos 18.000 euros al año por preso. Un dineral que no ganan muchos europeos trabajando. Un dineral que podría invertirse en integrarlos. “Equivale a medio año de crucero por el Caribe con todos los gastos pagados”, dijo un comentarista italiano. La distopía no está solo en Netflix.
Ya vivimos en una distopía. Meloni ha intentado poner en marcha un Guantánamo para migrantes en Albania. Un tribunal de Roma ha suspendido la medida en base a una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. ¿La respuesta de Meloni? Intentará imponerlo por ley. ¿La respuesta de Europa? Copiar el modelo italiano. Dice la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, que lo quiere una mayoría de países. Ya no hace falta que los fascistas ganen las elecciones, se aplican sus políticas. Dinamarca propone enviar convictos a Kosovo. Polonia o Finlandia han suspendido temporalmente el derecho de asilo. Hasta el laborista británico, Starmer, se interesa por conocer los métodos de Meloni. Lo dijo Thatcher cuando perdió contra el laborismo: no importa que nos hayan ganado porque ya piensan como nosotros.
Von der Leyen lo llama “soluciones innovadoras”, un eufemismo para ocultar la barbarie. La propaganda nazi era experta en esconder el horror detrás de palabras huecas. La solución final, la zona de interés. Ahora resulta que lo innovador es volver a las deportaciones y los campos de concentración. Ni siquiera hay que irse tan atrás. Europa ya paga miles de millones a Turquía, Túnez, Libia, Marruecos o Egipto para que detengan a inmigrantes en centros de tortura y los devuelvan a países donde su vida corre peligro. Europa ya les paga para que los abandonen en el desierto y los echen al mar. Europa ya tiene centros de detención de extranjeros dentro de sus fronteras. Europa ya paga, ya pagamos, para que nos quiten la basura de la puerta o la oculten debajo del felpudo.