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España no tiene solución

5 de octubre de 2020 22:21 h

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Que España es un problema lo sabemos desde que lo enunciara la generación del 98, aunque el problema viene de antes y pervive irresuelto hasta hoy. Cambian los personajes, pero la obra se repite con escasa alteración. La corrupción endémica que devora el edificio desde el ático a los sótanos, la inmundicia que rodea a la justicia, la política, la policía, las élites y la monarquía, la resistencia al progreso y la destrucción de quien lo intenta, el periodismo faldero que oculta la esclerosis múltiple del sistema y el público complaciente que aplaude este esperpento de función. 

Abrir el periódico ahora, aparte de indigesto, es volver a repasar esos males que arrastramos desde tiempo inmemorial. Leamos. El viejo rey se esconde en desiertos lejanos para apartarse de sus presuntos delitos de los que su hijo sería beneficiario. Los socialistas del Gobierno se niegan a preguntar a los españoles por la monarquía no vaya a ser que salga que no nos gusta. Por proteger también a la Corona de los independentistas, Sánchez deja al monarca fuera del acto de apertura del curso judicial en Barcelona y la cúpula de los jueces se la monta. Un magistrado acaba gritando ¡viva el rey! en el evento y los demás le contestan. Luego esperaremos imparcialidad para juzgar al Borbón. La justicia es igual para todos, menos para él, que es inviolable, como esos mismos jueces se encargan de repetir retorciendo la ley. 

El presidente del Consejo General cita en su discurso un mensaje de Felipe VI que deja en mal lugar al Gobierno. Dos ministros de Podemos se defienden y acaban zurrados en la plaza pública. Se pide flagelación y muerte para los comunistas. El líder de la oposición dice que al rey le votamos y a los rojos, no. Fin de la historia. Fin de la Historia. En España, la monarquía parlamentaria es más monárquica que parlamentaria. Se considera más legítima una institución hereditaria restaurada por un dictador que un gobierno salido de las urnas. Por poner urnas, te pueden hasta apalear. 

La misma Justicia que grita vivas al rey, se parapeta tras el muro de la derecha para no renovar su mayoría conservadora, nombrada por el PP para colocar a sus amistades en las salas donde van a juzgar sus casos de corrupción. Todo en orden. En el orden establecido, se entiende. El Supremo, por cierto, rebaja la pena de un pederasta del Opus de 11 años a 2. Será casualidad que la Obra tenga jueces pululando por el alto tribunal. Con la Iglesia hemos topado, Sancho. Esos sí que son gigantes, mi señor.

La Audiencia absuelve a los 34 responsables de hundir Bankia, el mayor agujero de la crisis financiera, porque la responsabilidad es de los organismos de control que no controlaron. Tampoco a estos se les juzgará. Usaron el juicio para enjuagar sus culpas y las de la entidad. A los dos días de la sentencia, Rato está en la calle. Los que tendríamos que estar en la calle protestando somos el resto. Pero estamos en pandemia y han pasado ocho años de aquello y quién se acuerda ya de esta movida y los medios tampoco le dan mucha bola y la vida sigue igual. Tanto es así que el Gobierno autoriza la compra de Bankia por Caixabank. Más concentración bancaria, más poder para unos pocos, oportunidad perdida de crear un banco público, la banca vuelve a ganar.

También tendríamos que estar en la calle por lo de la Kitchen. Un día sí y otro también conocemos conversaciones entre las ratas de la cloaca. Los dedos apuntan al ministro del Interior y al mismísimo presidente del Gobierno. Políticos, policías y periodistas con dinero del contribuyente conspirando para machacar a los rivales y entorpecer juicios de corrupción del PP por financiación ilegal. Esto te lo afina la fiscalía, que dijo Fernández Díaz, primer violín de la orquesta que parece dirigía M. Rajoy, ese Barbas del que usted me habla.

Tampoco dio ejemplo el PSOE que nombró fiscal general a su antigua ministra del ramo. Sus socios de gobierno, que venían a renovar, se lo tuvieron que tragar. Todo el que viene a cambiar las cosas, termina cambiado o perseguido o destrozado o destruido por la maquinaria del poder. Sus medios de comunicación hacen el mismo papel que la policía en una manifestación: acabar con quien disiente, perseguir el cambio, demoler toda posibilidad de regeneración. Les jalea con fanático fervor una parroquia de fieles votantes, tuiteros y telespectadores entrenados para morder al enemigo y lamer la mano del amo. España es un juego de manos. Una trinca, otra unta, otra tapa, otra golpea, otra enjabona, otra aplaude, todas meten mano en todas partes hasta dejar tieso al cadáver.

El problema de España no tiene solución porque España es el problema. Tampoco es solución la ruptura de España que sólo sirve para cambiar de dueño conservando el collar. Como decían en el 98, España habría que refundarla. Pero llevamos intentándolo desde entonces y seguimos como estábamos. Según Unamuno, es una tarea quijotesca. Es de locos. Es más fácil perder la cabeza que ganar la batalla. Pero habrá que seguir intentándolo, “porque cambiar el mundo, amigo Sancho, no es locura ni utopía, es Justicia”. Justo lo que falta en este país.