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“Todos los hombres son violadores en potencia”

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Setenta hombres violaron hasta noventa veces durante diez años a una mujer drogada por su marido, pero han sido las mujeres, mucho más que los hombres, las que han puesto el grito en el cielo. Pocos hombres han expresado su repulsión, no pocos han salido rápidamente a excusarse: not all men, no todos los hombres. No todos los hombres, pero muchos hombres. No todos los hombres, pero casi siempre hombres. Solo en España hay una violación cada dos horas, casi 18.000 en un año, sin contar las que no denuncian. Todas las mujeres han sufrido episodios de acoso, abuso, violencia, comentarios, tocamientos, miedo. No todos los hombres, pero son hombres los que casi siempre agreden y matan a las mujeres. Son hombres los que las violan en casa, en la familia, en la calle, en la iglesia, en el colegio. No todos los hombres, pero todos hombres. 

Los setenta violadores de esa mujer no son monstruos o bichos raros, son padres, abuelos, hombres comunes y corrientes, hombres entre 26 y 74 años, hombres de familia, hombres como nosotros. Podría ser nuestro padre, nuestro abuelo, nuestro hermano, nuestro amigo, nuestro vecino. Podríamos ser nosotros. No, yo no podría hacer eso. Espero que no, ruego que no. Lo mismo dirían los hombres que violan en las guerras, lo mismo decían los violadores de la Manada, lo mismo dicen los acusados de este caso. Creíamos que ella sabía, que ella consentía, que ella era consciente. Pero jamás le preguntaron. Dos de ellos se abstuvieron porque se dieron cuenta de que estaba ausente. Pero jamás lo denunciaron. Miedo a verse involucrados, ningún miedo a dejar que decenas de hombres la violasen. 

Da miedo pensarlo. Da miedo pensar que hay hombres así y que están ahí, que los violadores y sus cómplices están entre nosotros, y da aún más miedo pensar que podríamos ser nosotros. Pero debemos sentir ese miedo a ser los agresores para empezar a entender el miedo que sienten las mujeres. El miedo que nos tienen. Para entender por qué en mitad del bosque prefieren encontrarse a un oso que a un hombre. A eso se refieren las feministas cuando dicen que “todos los hombres son violadores en potencia”: al miedo que tienen de que lo seamos en acto. Al  miedo que tienen de que cualquier hombre con el que se cruzan pueda hacerles daño. Porque ese hombre puede hasta dormir a su lado. 

A mí me costó entenderlo. Como tantos hombres, rechacé la idea, pensé que no ayudaba a la compresión entre los sexos. Cómo vamos a luchar juntos si nos llaman violadores en potencia. Precisamente para que no lo seamos en acto. Para que nos demos cuenta de que formamos parte del sistema que sexualiza, cosifica, agrede, violenta a las mujeres. Para que nos demos cuenta de que somos el patriarcado, que somos parte del problema, que la solución a la violencia de los hombres pasa por los hombres, que esto va con nosotros. Tenemos que darnos cuenta de que somos parte de los agresores para dejar de serlo. Cuando tocan a una, tocan a todas, dicen las mujeres. Cuando tocamos a una, tocamos todos, deberíamos decirnos los hombres. 

Solo así empezaremos a acabar con la violencia que ejercemos, solo así señalaremos como hacen ellas a los hombres que odian a las mujeres, solo así dejaremos de mirar para otro lado ante los abusos, el acoso, los asesinatos y las violaciones, solo así nos indignaremos y saldremos a la calle a defender que las vidas de las mujeres importan tanto como las de los hombres, cuando sintamos que lo que otros les hacen a ellas, lo hacen en nuestro nombre. Eso escuece y tiene que escocer para que cure. Para eso cantan las mujeres que “el violador eres tú” apuntándonos con el dedo. Puede que el violador no seas tú. Pero el violador te señala a ti. Me señala a mí. Nos señala a todos los hombres.

Ella ha dado la cara. La mujer violada. Por dignidad. Porque la vergüenza deben sentirla los violadores. Los violadores se la han tapado, se han ocultado. Ellas dan la cara por ellas. Y nosotros qué. Y nosotros cuándo. Cuándo vamos a dar la cara por ellas, cuándo vamos a dar la cara, cuándo vamos a dejar de ocultarnos.  

Setenta hombres violaron hasta noventa veces durante diez años a una mujer drogada por su marido, pero han sido las mujeres, mucho más que los hombres, las que han puesto el grito en el cielo. Pocos hombres han expresado su repulsión, no pocos han salido rápidamente a excusarse: not all men, no todos los hombres. No todos los hombres, pero muchos hombres. No todos los hombres, pero casi siempre hombres. Solo en España hay una violación cada dos horas, casi 18.000 en un año, sin contar las que no denuncian. Todas las mujeres han sufrido episodios de acoso, abuso, violencia, comentarios, tocamientos, miedo. No todos los hombres, pero son hombres los que casi siempre agreden y matan a las mujeres. Son hombres los que las violan en casa, en la familia, en la calle, en la iglesia, en el colegio. No todos los hombres, pero todos hombres. 

Los setenta violadores de esa mujer no son monstruos o bichos raros, son padres, abuelos, hombres comunes y corrientes, hombres entre 26 y 74 años, hombres de familia, hombres como nosotros. Podría ser nuestro padre, nuestro abuelo, nuestro hermano, nuestro amigo, nuestro vecino. Podríamos ser nosotros. No, yo no podría hacer eso. Espero que no, ruego que no. Lo mismo dirían los hombres que violan en las guerras, lo mismo decían los violadores de la Manada, lo mismo dicen los acusados de este caso. Creíamos que ella sabía, que ella consentía, que ella era consciente. Pero jamás le preguntaron. Dos de ellos se abstuvieron porque se dieron cuenta de que estaba ausente. Pero jamás lo denunciaron. Miedo a verse involucrados, ningún miedo a dejar que decenas de hombres la violasen.