Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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Dos personas en un mismo día me hacían este comentario tan resignado como amargo respecto a la más que posible llegada de la derecha y la ultraderecha al Gobierno y el retroceso brutal que supondría: “Si es lo que quiere este país, habrá que aceptarlo, eso es la democracia”. Mi reacción fue cuestionar la premisa, no la conclusión, disculpando a los votantes que son víctimas de la manipulación de los medios, pero la réplica me dejó sin respuesta: “ya nadie puede decir que no sabe lo que es Vox”. Es cierto. La intoxicación mediática, sin duda, ha hecho odiosa a la izquierda para muchos electores y ha blanqueado a los simpáticos fascistas, pero hoy no se puede decir que los que votan a Vox o al PP sabiendo que va a pactar con Vox, desconocen qué es la ultraderecha. No hay excusas.
No hay excusas porque todos tenemos la obligación como ciudadanos de informarnos para votar, pero incluso aunque no quieras enterarte y los medios y las redes te tengan sorbido el seso, el ideario de Vox es como la canción del verano, es imposible que no la hayas escuchado. Nadie puede decir que no sabe que el PP valenciano ha pactado con un candidato de extrema derecha condenado por maltrato del que Feijóo ha dicho que tuvo “un divorcio difícil”. Nadie puede alegar que no se ha enterado de que han sustituido el concepto “violencia machista” por el de “violencia intrafamiliar”, que derogarán la ley de memoria y que impondrán un veto parental. Todo el mundo sabe que le han dado la consejería de Cultura a un ex torero franquista, es difícil que no hayas oído al número 2 de Vox en Valencia decir que “la violencia de género no existe” y es imposible que no sepas que el PP sigue asegurando que luchará contra esa lacra al mismo tiempo que da entrada en gobiernos a quienes la niegan.
Lo sabemos todos. Sabemos que los populares le han regalado la presidencia del parlamento balear a un diputado de Vox, Gabriel Le Senne, que reúne todas las cualidades para el puesto: es machista, racista, homófobo, antiabortista, antivacunas, anti eutanasia, negacionista del cambio climático y conspiranoico. Sabemos que en su cuenta de Twitter escribió que los africanos van a sustituirnos, que “las mujeres son más beligerantes porque carecen de pene” y que los perseguidos no son los gays sino los militantes de Vox. Pobrecitos. Sabemos que los de Abascal han colgado una lona nazi en el centro de Madrid tirando a la papelera los símbolos del feminismo o del colectivo LGTBQ+, como antes empapelaron las calles con carteles criminalizando a los niños extranjeros sin padres. No es que se escondan, aunque los medios llevan años banalizando y ocultando que los bárbaros han venido a arrasar los consensos de la democracia, como ya hicieron antes.
A lo mejor piensas que todavía hay una derecha civilizada que se opone a esta barbarie. A lo mejor has creído que es sincera la líder del PP en Extremadura que ha roto sus negociaciones con Vox por atacar al feminismo, a los gays y a los migrantes pobres. Pero un día antes les ofreció la presidencia del parlamento y un acuerdo que incluía el pin parental y la derogación de la ley de memoria extremeña, esa que recuerda que no son lo mismo los golpistas que sus víctimas, no es lo mismo democracia que dictadura. Ahora más que nunca hay que recordarlo. No es más que una maniobra de distracción del PP para intentar que olvides lo que ya sabemos todos: que la derecha es la vaselina para meter los discursos de odio de la ultraderecha en las instituciones.
Pero es que nada de esto es nuevo. Lo hemos sabido siempre. Lo hemos escuchado en el Parlamento y en las televisiones, entre risas y aplausos. Lo hemos visto en Castilla y León donde sus mentiras han acabado con un asalto a la asamblea. La única diferencia es que antes eran, sobre todo, palabras, ahora serán políticas y leyes. Nadie puede decir que no lo sabe cuando vaya a votar (o deje de hacerlo) en las generales. No creo que la mayoría de españoles se hayan vuelto fachas sino que les han quitado el miedo a la ultraderecha, lo que ha sacado a los verdaderos fachas del armario y ha convertido su discurso en respuesta simple a una angustia compleja y a una indignación inducida por la derecha política y mediática. Pero tampoco creo en la minoría de edad de los que votan. Ya nadie puede decir que no sabía lo que harían, que no cree que hagan lo que amenazan con hacer. Lo están haciendo. Quienes votan para que lleguen al poder o no votan para pararlos, saben lo que hacen. No tienen perdón ni excusa.
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Dos personas en un mismo día me hacían este comentario tan resignado como amargo respecto a la más que posible llegada de la derecha y la ultraderecha al Gobierno y el retroceso brutal que supondría: “Si es lo que quiere este país, habrá que aceptarlo, eso es la democracia”. Mi reacción fue cuestionar la premisa, no la conclusión, disculpando a los votantes que son víctimas de la manipulación de los medios, pero la réplica me dejó sin respuesta: “ya nadie puede decir que no sabe lo que es Vox”. Es cierto. La intoxicación mediática, sin duda, ha hecho odiosa a la izquierda para muchos electores y ha blanqueado a los simpáticos fascistas, pero hoy no se puede decir que los que votan a Vox o al PP sabiendo que va a pactar con Vox, desconocen qué es la ultraderecha. No hay excusas.