Artículos de opinión de Javier Gallego, director del programa de radio Carne Cruda.
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Hace unos meses conocíamos la historia de Kathrine Esvitzer a través de una canción de Jabier Muguruza dedicada a la primera mujer que corrió la maratón de Boston.
Competía contra si misma, contra muchos hombres. Con su rivales y contra aquellos que intentaron frenarla, literalmente a empujones, para que no llegara a la meta. Competía contra la idea machista de que una mujer no podía correr 42 kilómetros. Llegó a la meta por ella, por todas sus compañeras y engrandeció el deporte.
Desde que en 1900, la mujer empezó a competir en los Juegos Olímpicos, muchas Kathrine luchan contra la desigualdad en un mundo dominado por hombres como Pierre de Coubertin, el fundador de estos Juegos consideraba que el deporte femenino no era práctico, ni bello ni correcto. Y que la labor de las mujeres era coronar a los campeones.
Esto pasó hace más de 100 años pero algo queda cuando tenistas como Djokovik habla de sus compañeras con condescendencia y justifica que cobren menos si sus torneos generan menos interés.
Del espectáculo que se genera en torno al deporte, de cómo se alimenta el interés del público y se adornan las gestas sabemos los medios. Medios donde las deportistas solo salen en un 5% de las noticias deportivas. Y en pequeñito: en la mitad de los casos sólo ocupan los breves. Mientras el nombre de los jugadores aparece en más del 60% de las informaciones, el de las jugadoras no llega al 2% y suelen ser “las chicas”
Pero “las chicas de Londres” se trajeron más medallas que los chicos: 11 de las 17 obtenidas por España. Lo que no implica que puedan vivir de ello: la mayoría de las campeonas olímpicas son consideradas “amateurs”. Ser amateur no significa sean principiante precisamente. Significa no tener los mismos derechos.
Las futbolistas de primera división son, como mucho, mileuristas y, si hace unos días celebrábamos que el humilde Leicester ganase a los gigantes de la Premier desafiando a las apuestas, la liga femenina ni siquiera aparece en las quinielas.
Ser campeonas no implica conseguir patrocinador, como refleja el caso de Carolina Marín, primera española en conseguir coronarse en el bádminton mundial. Dos veces.
Pese a ser una clara favorita para los Juegos Olímpicos de Río, su sponsor, Carbonell, le ha retirado el apoyo, en un ejemplificador ejercicio de marca España donde no hay dinero para apostar por el esfuerzo y el talento. Eso no vende.
Lo que sí que vende es hablar del físico de las deportistas. Vende que bailen las animadoras en los descansos y que las modelos sigan coronando a los campeones. Siempre ellos.
Mientras en el mundo del deporte domine el machismo y no se permita que las mujeres compitan en igualdad de condiciones, será trampa.
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