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Mis vecinos de enfrente

Mis vecinos del bloque de enfrente y yo nunca nos habíamos visto. Es una calle estrecha y todos tenemos cortinas para preservar nuestra privacidad. El domingo nos vimos las caras por primera vez. Salimos a la ventana a aplaudir a quienes están luchando contra el coronavirus en la sanidad pública y tímidamente cruzamos nuestras miradas y nos unimos en un aplauso que atravesó la distancia que nos separa en un abrazo silencioso. A mí casi se me saltan las lágrimas. Las emociones de estos días. Después volvimos a meternos en casa. Hasta mañana. Tenemos una cita.

Hay que ver cómo nos ha cambiado la vida en una semana. No hace ni siete días, éramos personas libres para entrar, salir, quedar, abrazarnos y besarnos. Ahora tenemos que estar recluidos, evitar el contacto y separarnos hasta un metro de conocidos y desconocidos a los que no podemos dejar de mirar como posibles contagiados. Como un peligro. Salgo a comprar y veo virus por todas partes, desde el pomo de la puerta a la pareja que viene por mi acera, de la que instintivamente me aparto. Después pienso en cómo me gustaría abrazarlos aunque no nos conozcamos y llamo a alguien a quien quiero para decirle las ganas que tengo de darle los besos y los abrazos que acumulo como oro y que antes daba sin apreciarlos.

Este maldito virus que nos ha quitado tanto, nos ha dado valorar lo que nos quita, es importante y damos por hecho. No es el papel higiénico, son la libertad y los abrazos. Hay quienes llenan su ausencia ayudando a los demás, que es otra forma de abrazar, y están los que lo llenan atiborrando el carrito. No seamos duros. Miedo y egoísmo tenemos todos, la mayoría lo compartimos, pero hay quien se abraza a sí mismo para combatir el frío. No ve al vecino de enfrente, ve un peligro. Un competidor en la cola del súper. Demos tiempo, que es otra cosa que nos ha dado este virus. Muchos acabarán cediendo al abrazo colectivo, a ese aplauso que se contagia calle arriba y que une nuestras manos aun estando lejos.

Mi amiga Lola, que tiene un sitio de comidas para llevar, El Lugarcito, ha empezado a poner en marcha un menú solidario para quienes se quedan en la estacada con esta crisis. La gente ha empezado a ofrecerse para pagar comidas para otros. Desde Mallorca le han escrito para poner dinero. Por todas partes estamos viendo redes que se tejen, hombros que se arriman, personas que se ayudan codo con codo, vecinos que no ven en el otro a un competidor en la cola del supermercado sino a un aliado para salir juntos de esto. Solidaridad y apoyo mutuo. No hay otra.

Nunca pensé que nos veríamos en un país en estado de alarma, con las libertades suspendidas, recluidos en nuestras casas. Nunca antes me he sentido tan cerca de comprender a quienes salen huyendo de situaciones mucho más trágicas y se lo juegan todo para intentar llegar a esta Europa que los recibe con indiferencia y palos. Ahora que Marruecos nos cierra sus puertas para evitar el contagio, como nosotros se las cerramos a los del otro lado como a apestados, no estaría nada mal que sacáramos la cabeza y viéramos al vecino de enfrente. Del otro lado de la calle, del mar, de la valla.

Tengo un vecino enfrente que se asomó la primera noche al oír el aplauso, miró con el ceño fruncido y volvió a meterse en su agujero. Podemos hacer lo mismo, encerrarnos a esperar que pase la tormenta sin hacer nada o sacar la cabeza por la ventana y ver que sabemos hacer las cosas de otro modo. Que podemos parar y vivir más despacio, producir menos y contaminar la mitad, dejar de ser un virus para el planeta y para nosotros mismos. Que debemos defender la sanidad de todos y la fuerza de lo público y lo colectivo. Que somos más y mejores cuando cooperamos que cuando competimos. Que podemos conocer al que vive enfrente. Yo espero que ése que tengo al otro lado de la calle un día salga y aplauda con el resto. Os dejo que son las ocho y tengo una cita con mis vecinos. A ver si hay suerte.

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