Carta con respuesta es un blog del escritor Rafael Reig. Dejad vuestros comentarios en este blog sobre vuestras preocupaciones políticas, sociales, económicas, teológicas o de cualquier índole, y él os responderá cada martes.
Ficción y drama
Tan hasta la coronilla del nacionalismo español como del catalán, me puse a leer La sombra de Suárez, el interesante libro póstumo de Eduardo Navarro, que una vez dijo: “Mi destino será siempre haber escrito con un pseudónimo que se llama Adolfo Suárez”.
Así las cosas, no sabemos quién escribió aquellas palabras que pronunció Suárez en 1976, cuando aseguró que pretendía “elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal; quitarle dramatismo y ficción a la política por medio de unas elecciones”
Las leyes vigentes en 1976 no permitían ni partidos políticos ni elecciones, igual que, según repiten nuestros intelectuales, con histérica insistencia, ahora la Constitución no permite una consulta a los catalanes.
En lugar de hacer un esfuerzo por ensanchar la ley (y modificarla si fuera menester), el Gobierno se vuelve loco para impugnar cualquier posibilidad de consulta. Así no hay forma de evitar el drama y la ficción.
Peor aún: las cabezas de nuestros intelectuales orgánicos embisten con testarudez bovina en busca de escollos legales para que la realidad no tenga sitio dentro de la ley. Mi pregunta para ustedes es: ¿No les da vergüenza? ¿Cómo pueden escribir, un día sí y otro también, que no existe el derecho a decidir, no al menos para los catalanes? Ni los procuradores del franquismo se mostraron tan cerriles y tan obtusos, a pesar de sus camisas azules.
El resultado a la vista está: dramatismo y ficción. No hay otra cosa en nuestra política: una teleserie aburrida y falsa, entre el melodrama y la astracanada.
¿De verdad quiere la independencia la mayoría de los catalanes? Prohibido preguntarlo, así que hay que vivir en un universo político conjetural y desquiciado. Y naturalmente hay que hacer teatro; no queda otro remedio, a falta de razones. ¿De verdad el resto de los españoles quiere defender la unidad de España por encima de la voluntad de los catalanes? Prohibido preguntarlo, tenemos que apañarnos con más ficción y más drama.
¡Los intelectuales españoles! Dan lástima. De ustedes sólo se puede decir lo que en otros tiempos se decía de una chacha: serán torpes, pero son muy bien mandados, eso sí.
Si hay que defender la OTAN, comparecen como un solo hombre. Si hay que impedir una consulta, al primer silbido se lanzan a escribir los más enrevesados tiquismiquis legales para negar la evidencia. Si hay que aceptar idioteces como “declaración unilateral de independencia”, basta con darles más pienso a estos pensadores, que al parecer ignoran que las declaraciones de independencia sólo pueden ser unilaterales.
¿No tendrán ustedes arrestos ni honradez para quitarle dramatismo y ficción a la política por medio de una consulta?
Comparando el uso de la razón que hicieron aquellos hombres del Movimiento Nacional, como Suárez o su sombra, con la sumisión de nuestros intelectuales, con su perversión de la razón, con su interesada rendición a la ficción y el drama, ganas dan de mandarlos a todos a escardar cebollinos, la verdad.
Ustedes, estos intelectuales que razonan por qué no se debe consultar a los catalanes, me parece, mutatis mutandis, que han decidido ocupar el mismo lugar histórico y cómodo que Ricardo de la Cierva, otro intelectual, que ya entonces también escribía sus hilarantes artículos en El País, como aquel en el que criticaba el nombramiento de Suárez con el título: “¡Qué error, qué inmenso error!”
Eso sí, al tal Cierva, Suárez le recompensó con una cartera ministerial: pienso para los pensadores.
Que les aproveche.
Tan hasta la coronilla del nacionalismo español como del catalán, me puse a leer La sombra de Suárez, el interesante libro póstumo de Eduardo Navarro, que una vez dijo: “Mi destino será siempre haber escrito con un pseudónimo que se llama Adolfo Suárez”.
Así las cosas, no sabemos quién escribió aquellas palabras que pronunció Suárez en 1976, cuando aseguró que pretendía “elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal; quitarle dramatismo y ficción a la política por medio de unas elecciones”