Opinión y blogs

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Usted ya se ha rendido, amigo

Rafael Reig

Cercedilla —

Lo que usted propone no es una alternativa, es una hoja parroquial en internet. Aquí se trata en cambio de periodismo profesional. Si un diario se limita a “comentar noticias que genera la actualidad política nacional”, como usted cree, ya ha perdido la mitad de la batalla. La primera responsabilidad de un periódico es lo que suele llamarse proponer la agenda, en otras palabras, decidir qué es noticia. Usted parece creer que “las noticias”, unas noticias ideales elaboradas por el mismísimo Platón, son las que son y cada mañana aparecen en el firmamento clasificadas por orden de importancia, a nuestra disposición para que hagamos comentarios. Si piensa así, usted ya se ha rendido de antemano, renuncia a todo y sólo conserva, como premio de consolación, el derecho al pataleo. ¿Quién decide qué es noticia y qué no? ¿Quién decide que diez muertos en Nueva York van a la primera página y cien muertos en la India sólo merecen una nota minúscula? ¿Quién decide que es noticia la vida sexual de Chávez, “el casanova venezolano”, como titulaba El País, pero no la de la Infanta Elena, por ejemplo? ¿Quién decide que tienen más importancia las deudas de los bancos que las deudas de las familias a las que desahucian los bancos? Puede que usted se conforme con “comentar” esas “noticias”. Nosotros no, un periódico se hace responsable de marcar la agenda y proponer qué es noticia cada día. Un periódico no se resigna, sino que hace una enmienda a la totalidad. Las noticias no las “genera la actualidad política nacional” por sí sola, no son fenómenos meteorológicos ante los que sólo cabe mirar al cielo, rezar para que escampe y “comentar” el tiempo que hace. Es el periódico el que cada mañana construye y nos propone una visión de la actualidad, el que selecciona lo que considera más importante, el que le pone un marco y un contexto para darle sentido. Por poner un solo ejemplo: en este periódico habrá leído usted estos días el excelente análisis de Gonzalo Cortizo sobre los gastos del Congreso, ¿verdad? En otros periódicos a menudo podrá leer en cambio estremecedoras exclusivas sobre las raciones de gambas (¡y hasta langostinos!) que piden los liberados sindicales, esos bribones que no paran de tomar aperitivos. ¿Sigue pensando que las noticias son algo que nos viene dado de forma inocente y ante lo que hay que bajar la cabeza? Para mí esa es la principal responsabilidad de un periódico: proponer otra visión de la actualidad. Lo que usted nos dice es que nos rindamos y demos por buena la elaboración de la actualidad que llevan a cabo las grandes agencias de prensa, y que nos conformemos con hacer comentarios o “añadiéndoles un punto de vista” (de los muchos que tenemos en el segundo cajón del armario). Que nos sometamos y dejemos que mande quien manda, y que ellos decidan que en África nunca pasa nada tan importante como en Bruselas, por ejemplo. En ese caso, si usted ya se ha rendido, tiene razón: para ese viaje no hacían falta alforjas. Para comentar las noticias que nos ofrece la autoridad competente bastan los blogs y, por supuesto, eso es bastante más barato. Para elaborar una agenda propia de noticias en cambio hace falta un periódico. Y cuesta dinero, qué le vamos a hacer.

Un periódico, es decir, periodismo profesional. Como su propio nombre indica, periodistas profesionales son lo contrario de lo que usted quiere, ese “grupo de gente comprometida que tuviese su trabajo particular y colaborasen en el medio en su tiempo libre”. Mucho me temo que el “trabajo particular” de los periodistas profesionales es precisamente el periodismo, qué casualidad (lamento recordarle algo tan obvio). Les lleva muchas horas al día, requiere una dedicación plena y exige un largo aprendizaje y conocimientos específicos. Se lo aseguro: a diferencia de la economía, por ejemplo, que al parecer se puede aprender en un par de tardes, como demostró Zapatero, el periodismo no es algo que cualquiera pueda hacer “en su tiempo libre”. Un periódico elaborado por aficionados que “colaborasen en el medio en su tiempo libre, por amor a la causa” será conmovedor, vale, no lo dudo, pero dudo si yo lo leería. Como tampoco iría a un hospital en el que me atendieran camareros, funcionarias de Hacienda, algún médico y varios electricistas, entre otros particulares que sólo pasan consulta en su tiempo libre, por amor a la causa sanitaria. A los periodistas profesionales, como su propio nombre indica, hay que pagarles. Entiendo que esto le resulte desagradable. Pues imagínese a ellos, cuando comprueban a final de mes lo que les pagan. Si no vivieramos en una sociedad capitalista, se podrían arreglar las cosas de otra forma, pero tal y como estamos, y dado que los periodistas también tienen que comprarles zapatos a sus hijos, habrá que pagar su “trabajo particular”, ¿no le parece? Quizá no: si usted ya se ha rendido en el primer punto (marcar la agenda), tampoco necesita periodistas profesionales, le basta con aficionados que copien noticias de agencias. Le voy a proponer un ejercicio: compare el tratamiento informativo de dos noticias parecidas, las consultas populares en Cataluña ahora y en el País Vasco hace tiempo. ¿Se da cuenta de la importancia que tiene el marco, el contexto, la elaboración de la noticia, es decir, el trabajo particular de los periodistas profesionales? Con respecto al “tiempo libre” de los periodistas profesionales, en cambio, ni usted ni yo querríamos saber a qué lo dedican, se lo aseguro (se oyen historias espeluznantes sobre sus distracciones, en las que intervienen grandes cantidades de alcohol y partes del cuerpo que no suelen mencionarse por escrito).

Todo lo anterior ya es opinión (marcar la agenda y elegir el tratamiento informativo), pero ahora vamos al tercer punto de su comentario: la opinión que se atreve a decir su nombre. Ahí me da donde duele, porque resulta que mi “trabajo particular” es ofrecer opiniones o ideas. Usted no cree que formarse una opinión “genere demasiado gasto”. Pues depende, amigo Wiseass, depende. A mí me sale carísimo en tiempo y en dinero, se lo garantizo. No le voy a contar mi vida, sólo le diré, por ejemplo, que dedico un mínimo de tres horas diarias a leer (fines de semana incluidos) y que me he preparado (gastando tiempo y dinero) para poder leer en cinco idiomas. Y admito que mi fama de vago es merecida, imagínese los que son más trabajadores que yo. Decía Descartes que el sentido común era lo mejor repartido del universo: todo el mundo considera que tiene suficiente. Algo parecido ocurre con las opiniones: no hay quien no esté convencido de tener la suya propia. Sin embargo, siento decirlo, hay un abismo entre una opinión informada y responsable y un comentario en la barra de un bar. Comprendo que usted no quiera, “ni a corto ni a largo plazo”, “pagar por leer opiones”. Por cierto, este periódico lo puede leer sin pagar, así que tampoco entiendo bien de qué se queja. Como fuere, no pague usted por leer opiniones, consígalas gratis, que las encontrará a patadas y de todos los tamaños, algunas de segunda o tercera mano, pero todavía en buen uso. Otra cosa es que yo no cobre por realizar mi trabajo, que es opinar. Llámeme explotador, llámeme fascista, lllámeme atracador, pero yo cobro, no faltaba más. Tomar la palabra en público es un acto de violencia. El que se decide a hacerlo, tiene una responsabilidad. Mi opinión, en público, debe ser razonada, informada y expuesta con claridad, contundencia y, en lo posible, elegancia. Se me pueden exigir responsabilidades, porque es mi “trabajo particular”, a cambio del cual recibo un (magro, muy magro) estipendio. Seré torpe, pero a mí hacer mi trabajo con responsabilidad me lleva una jornada laboral, y como también tengo que comprarle este curso deportivas nuevas a mi hija, confío en cobrar algo, aunque sea calderilla, si a usted no le parece mal. En mi tiempo libre, opino como cualquiera, en la barra del bar, pero ni cobro ni me hago responsable: de hecho en los bares soy conocido por mis meteduras de pata, mis diatribas improvisadas y mis catilinarias sin fundamento. A mi modo de ver, un periódico necesita opiniones, pero debe exigir rigor, conocimiento y capacidad argumentativa. Es en efecto muy desagradable, pero eso también hay que pagarlo.

Hacer un periódico, aunque usted lo lea gratis, es caro, se lo aseguro. Como decía Cervantes: ¿creerá vuestra merced que es poco trabajo hinchar un perro? ¿Pensará el amigo Wiseass que es poca cosa y muy barato hacer un periódico?

Si es por ahorrar, podemos rendirnos y resignarnos a no marcar la agenda, no elaborar profesionalmente las noticias y no contar con opiniones informadas y responsables.

Sería mucho más barato, en eso le doy la razón. Pero no sería periodismo profesional, sino la hojita parroquial de la izquierda en internet.

Lo que usted propone no es una alternativa, es una hoja parroquial en internet. Aquí se trata en cambio de periodismo profesional. Si un diario se limita a “comentar noticias que genera la actualidad política nacional”, como usted cree, ya ha perdido la mitad de la batalla. La primera responsabilidad de un periódico es lo que suele llamarse proponer la agenda, en otras palabras, decidir qué es noticia. Usted parece creer que “las noticias”, unas noticias ideales elaboradas por el mismísimo Platón, son las que son y cada mañana aparecen en el firmamento clasificadas por orden de importancia, a nuestra disposición para que hagamos comentarios. Si piensa así, usted ya se ha rendido de antemano, renuncia a todo y sólo conserva, como premio de consolación, el derecho al pataleo. ¿Quién decide qué es noticia y qué no? ¿Quién decide que diez muertos en Nueva York van a la primera página y cien muertos en la India sólo merecen una nota minúscula? ¿Quién decide que es noticia la vida sexual de Chávez, “el casanova venezolano”, como titulaba El País, pero no la de la Infanta Elena, por ejemplo? ¿Quién decide que tienen más importancia las deudas de los bancos que las deudas de las familias a las que desahucian los bancos? Puede que usted se conforme con “comentar” esas “noticias”. Nosotros no, un periódico se hace responsable de marcar la agenda y proponer qué es noticia cada día. Un periódico no se resigna, sino que hace una enmienda a la totalidad. Las noticias no las “genera la actualidad política nacional” por sí sola, no son fenómenos meteorológicos ante los que sólo cabe mirar al cielo, rezar para que escampe y “comentar” el tiempo que hace. Es el periódico el que cada mañana construye y nos propone una visión de la actualidad, el que selecciona lo que considera más importante, el que le pone un marco y un contexto para darle sentido. Por poner un solo ejemplo: en este periódico habrá leído usted estos días el excelente análisis de Gonzalo Cortizo sobre los gastos del Congreso, ¿verdad? En otros periódicos a menudo podrá leer en cambio estremecedoras exclusivas sobre las raciones de gambas (¡y hasta langostinos!) que piden los liberados sindicales, esos bribones que no paran de tomar aperitivos. ¿Sigue pensando que las noticias son algo que nos viene dado de forma inocente y ante lo que hay que bajar la cabeza? Para mí esa es la principal responsabilidad de un periódico: proponer otra visión de la actualidad. Lo que usted nos dice es que nos rindamos y demos por buena la elaboración de la actualidad que llevan a cabo las grandes agencias de prensa, y que nos conformemos con hacer comentarios o “añadiéndoles un punto de vista” (de los muchos que tenemos en el segundo cajón del armario). Que nos sometamos y dejemos que mande quien manda, y que ellos decidan que en África nunca pasa nada tan importante como en Bruselas, por ejemplo. En ese caso, si usted ya se ha rendido, tiene razón: para ese viaje no hacían falta alforjas. Para comentar las noticias que nos ofrece la autoridad competente bastan los blogs y, por supuesto, eso es bastante más barato. Para elaborar una agenda propia de noticias en cambio hace falta un periódico. Y cuesta dinero, qué le vamos a hacer.

Un periódico, es decir, periodismo profesional. Como su propio nombre indica, periodistas profesionales son lo contrario de lo que usted quiere, ese “grupo de gente comprometida que tuviese su trabajo particular y colaborasen en el medio en su tiempo libre”. Mucho me temo que el “trabajo particular” de los periodistas profesionales es precisamente el periodismo, qué casualidad (lamento recordarle algo tan obvio). Les lleva muchas horas al día, requiere una dedicación plena y exige un largo aprendizaje y conocimientos específicos. Se lo aseguro: a diferencia de la economía, por ejemplo, que al parecer se puede aprender en un par de tardes, como demostró Zapatero, el periodismo no es algo que cualquiera pueda hacer “en su tiempo libre”. Un periódico elaborado por aficionados que “colaborasen en el medio en su tiempo libre, por amor a la causa” será conmovedor, vale, no lo dudo, pero dudo si yo lo leería. Como tampoco iría a un hospital en el que me atendieran camareros, funcionarias de Hacienda, algún médico y varios electricistas, entre otros particulares que sólo pasan consulta en su tiempo libre, por amor a la causa sanitaria. A los periodistas profesionales, como su propio nombre indica, hay que pagarles. Entiendo que esto le resulte desagradable. Pues imagínese a ellos, cuando comprueban a final de mes lo que les pagan. Si no vivieramos en una sociedad capitalista, se podrían arreglar las cosas de otra forma, pero tal y como estamos, y dado que los periodistas también tienen que comprarles zapatos a sus hijos, habrá que pagar su “trabajo particular”, ¿no le parece? Quizá no: si usted ya se ha rendido en el primer punto (marcar la agenda), tampoco necesita periodistas profesionales, le basta con aficionados que copien noticias de agencias. Le voy a proponer un ejercicio: compare el tratamiento informativo de dos noticias parecidas, las consultas populares en Cataluña ahora y en el País Vasco hace tiempo. ¿Se da cuenta de la importancia que tiene el marco, el contexto, la elaboración de la noticia, es decir, el trabajo particular de los periodistas profesionales? Con respecto al “tiempo libre” de los periodistas profesionales, en cambio, ni usted ni yo querríamos saber a qué lo dedican, se lo aseguro (se oyen historias espeluznantes sobre sus distracciones, en las que intervienen grandes cantidades de alcohol y partes del cuerpo que no suelen mencionarse por escrito).