Vinos monovarietales procedentes de viñas viejas de secano, en vaso y sin agroquímicos son las máximas que se han marcado Jesús Ángel Toledo y Julián Ajenjo para producir los vinos que salen de su bodega Garage Wine en Quintanar de la Orden (Toledo) y que califican de “vinos singulares”
Su iniciativa ha quedado finalistas en los últimos premios Joven Agricultor 2018 que organiza ASAJA y que entregó el ministro Luis Planas hace tan sólo unos días. No era la primer vez que recibían un premio ya que también fueron uno de los galardonados con los premios Generación Agro a la Innovación Agraria.
Jesús y Julián, hijos de familias dedicadas a la agricultura, son en realidad dos soñadores que han conseguido hacer su anhelo realidad aunque en principio sus caminos fueron por otros derroteros. “Todo empezó como una broma”, asegura Jesús, enólogo de la bodega. Una broma que en tan sólo tres años les ha hecho pasar de una primera producción de 550 botellas en 2015 a las más de entre 5.000 y 7.000 que creen que podrán en el mercado a lo largo de 2018.
“Yo estudié enología por tener los estudios, porque mi familia se ha dedicado a la agricultura, aunque yo soy funcionario. Hice un proyecto fin de grado y le dije a mi primo, que es economista, que me echara una mano con el plan de viabilidad para una bodega de vinos de calidad de 100.000 kilos. Ahí nació el gusanillo”, recuerda.
Poco después y cómo se acercaba la vendimia, decidieron poner en práctica el proyecto con algunas viñas de la familia. “La idea era hacer vino para nosotros pero con las primeras 550 botellas en 2015 agotamos las existencias en una semana”.
La aventura empieza en un trozo del garaje donde su familia guardaba los tractores. “Nos dejaron 20 metros dentro del garaje, los limpiamos, compramos dos depósitos y ahí empezó la aventura” y también el nombre del proyectos “Garage Wine”.
Actualmente tienen ya una bodega de 200 metros recién estrenada donde producen actualmente seis vinos distintos, siempre de variedades autóctonas, algunas incluso prácticamente desaparecidas.
En principio Jesús y Julián han trabajado con viñas de su familia. Todas viñas viejas, de los años 60, algunas incluso más antiguas, que han escapado del arranque masivo de viñedo que se dio en algunas zonas, y que no estaban ni puestas en producción. Así, a los primeros vinos de cencibel, se fueron uniendo otro producido con brujidera, una garnacha tintorera, y un tinto de pámpana blanca.
Un vino solidario
Esta última, la pámpana blanca, procede de una viña de 1913, sólo con 700 cepas, no se produce un monovarietal de esta variedad autóctona en ninguna otra bodega de la región. Jesús, que habla de sus vinos con si fueran sus hijos, dice que esta variedad da “un vino fuerte, por eso, normalmente se mezcla con cencibel, pero queríamos buscar la pureza. Salió un vino francamente duro pero, dijimos: esto es como cuando te sale un chico rebelde, pues hay que meterle un poco en vereda. Compramos unas barricas, siempre de segunda mano, y lo metimos un año en barrica y lo hemos embotellado para dejarlo otro año”. Y, según dice, el vino ha respondido a lo que esperaban de él.
Este vino además será solidario, dedicado a la memoria de su tía, “que nos regalaba las uvas y murió hace unos meses de un cáncer de ovarios”. Parte de la venta de las aproximadamente 550 botellas que saldrán de aquí irán destinadas a la Asociación española contra el Cáncer para el estudio del cáncer de ovarios.
Actualmente está volcando también en la producción de un blanco de airén procedente de una parcela de su bisabuela. Una variedad que “está muy denostada” y que “hemos querido dignificar”. “Va a ser sorprendente –asegura-, hemos hecho este vino como se hace un tinto, con las pieles en maceración, y ahora lo estamos criando con las lías en barrica”.
Su cabeza bulle pensado en nuevos proyectos, en sacar a la luz otras variedades olvidadas: “Estoy buscando dos: un tinto Velasco y otro de Gordal de la zona, dos variedades prácticamente que están siendo desplazadas por las foráneas”, y también piensa en hacer un un blanco con uva tinta.
Pero, como él dice, “nadie es profeta en su tierra” y, aunque en principio pensaron vender su vino entre los restaurantes de la comarca de Quintanar, ha sido en Toledo y en otras provincias como Madrid, Barcelona, Huesca, Sevilla, donde han tenido mejor acogida.
Hasta ahora, sus producciones se agotan rápidamente, no sólo en España sino también en Suiza y Gran Bretaña, donde se ha exportado en estas primeras cosechas.
Esta nueva añada abre fronteras. “Tras una reportaje que nos dedicó la Guía Repsol, se han interesado por nosotros distribuidores de Holanda, Noruega, Rumanía, sobre todo tiendas gourmet y puede que este año demos el salto a nuevos mercados”, dice.
Actualmente y ante el éxito de su “sueño” valoran dedicarse por entero a la viticultura y dejar sus otras ocupaciones, ya que empieza a hacerse muy difícil compaginar una vida profesional fuera de Quintanar y Garage Wine, que cada vez se hace más y más grande.