Antonio Serrano, el arqueólogo de tinajas centenarias de Villarrobledo que las recupera y vuelve a hacer vino en ellas

A medio camino entre la viticultura y la arqueología, entre la artesanía y la etnología, ahí se pueden encuadrar la labor que desde hace algunos años lleva a cabo Antonio Serrano, un viticultor de Villarrobledo que se ha empeñado en recuperar las tinajas centenarias en las que se hacía el vino en siglos pasados y volver a elaborarlo como se hacía antes.
“Esto es un patrimonio valioso, son joyas de coleccionista porque tinajas de ese tamaño no se van a volver a construir nunca más en la vida”, así habla Antonio Serrano en la entrevista que ha concedido a Agroalimentaria.
“Estamos haciendo un trabajo de arqueología, de recuperación de patrimonio, porque estas tinajas se dejaron de fabricar entre 1920 y 1930 y se estuvieron elaborando durante siglos”, asegura.

En Villarrobledo había una industria muy importante y reconocida de construcción de estas tinajas, en especial por la calidad de su suelo, arcilla con sílice, el mineral con el que se hace el vidrio, lo que hacía que estas grandes estructuras fuesen más resistentes.
Según señala el Centro de Interpretación de la Alfarería Tinajera de Villarrobledo, “ya antes del siglo XVI había alfareros en Villarrobledo, eran unas pocas familias que elaboraban cacharros para el uso doméstico. A partir del siglo XVI la actividad se centra en la elaboración de tinajas y crece el número de talleres. En el siglo XVIII el gremio de los tinajeros tiene hasta controladores de la calidad. Y a partir de la segunda mitad del siglo XIX hay toda una industria elaborando miles de tinajas al año de forma manual, 72 hornos de cocer tinajas a pleno rendimiento”.
Una industria importante
Las tinajas de barro de esta localidad albaceteña tenían mucha fama y se solicitaban de todas las zonas productoras del vino de Europa. Eran verdaderos gigantes de barro: más de 4 metros de altura y 2500 Kg de peso y una capacidad de 500, 600 y hasta 700 arrobas. “La fabricación de las tinajas de barro era muy costosa de mano de obra y también muy complicadas de manejar, las tenían que controlar unos 20 hombres alrededor de las tinajas, con pellejos de oveja, y con protectores de esparto para poder hacer fuerza y moverlas”, asegura Serrano.
“Villarrobledo, por las peculiaridades del tipo de suelo, tiene un barro muy especial, una arcilla mezclada con sílice que al calentarlo se funde. Para construirlas se sacaba ese barro y se hacían grandes churros de arcilla. Con esto y sobre unos andamios de madera, los artesanos iban dando forma a la tinaja poco a poco dándole vueltas, después la palmoteaban porque quedaban burbujas de oxígeno, para que esas burbujas al cocerlas no explotaran”, asegura este experto en estas elaboraciones.

Se moldeaban las tinajas en otoño, invierno y primavera, se iban construyendo y se dejaban secar durante meses, era en verano cuando se cocían todas en unos hornos que alcanzaban grandes temperaturas.
Esta industria floreciente se vino abajo cuando “apareció primero el hormigón y luego el acero inoxidable, para los bodegueros era un engorro trabajar en ellas porque eran muy difícil de trabajar en ellas y también eran peligrosas”, así se fueron arrinconando y cuando una propiedad o una casa antigua cambiaba de manos, los dueños rompían con un martillo las tinajas porque estorbaban y las utilizaban para rellenar el suelo de escombros, cuenta Serrano.
Ahora, lo que este viticultor hace es una verdadera labor de rastreo para localizar en comarcas vinateras aquellas casas antiguas que salen a la venta para comprobar si ocultan entre sus paredes estos vestigios del pasado que, según señala, no se quedaba en La Mancha, sino que “llegaban a todo Europa”.
“Yo indago, me meto en internet, busco anuncios de casas, cotilleo por el Google maps, en solares hundidos o que se van a derruir normalmente se ven las tinajas desde arriba, hablo con la gente de los pueblos, les pregunto de quién es el solar”, hasta que da con ellas, señala. “Y ya me las arreglo para sacar las tinajas”, resuelve.
Incluso ha diseñado un aparejo que sujeta las tinajas por la base y así las puede sacar casi intactas. Muchas de ellas llegan ya en muy malas condiciones. “Las tinajas agrietadas se puede lañar, se ponen lañas que son grapas que cierra la tinaja para unir y cerrar la grieta”, apunta.
Algunas de las mejores conservadas las encontró en la localidad toledana de Recas, aunque estas no son de las más grandes y es en ellas donde está elaborando su propio vino.
Recuperar el oficio
Antonio Serrano cree que es imprescindible reivindicar que las administraciones se impliquen en recuperar este oficio: “No quedan tinajeros, se va a perder un oficio milenario, en Villarrobledo quedan tres, uno de ellos con 90 años” .
Por ello pide la creación de una escuela taller para resucitar un oficio para el que hay demanda, ya que muchos bodegueros están volviendo a las técnicas de la crianza en barro y para ello hacen falta tinajas: “Podemos recuperar el oficio y dar una oportunidad a los jóvenes en algo para lo que hay mucha necesidad de mano de obra, no sólo para recuperar tinajas, sino también para hacer nuevas que hay mucha demanda, ahora está de moda”, asegura.

Hasta el momento, ha recuperado unas 50 tinajas y aunque hay muchos que le llaman para comprarlas “no voy a vender ninguna. Las que están bien y sin peligro para la bodega las recuperamos y las volvemos a llenar de vino”, señala.
Con todas ellas quiere recrear una antigua bodega manchega y dar una nueva vida a las tinajas. El mismo las utiliza para sus vinos.
Antonio Serrano procede de una familia de agricultores aunque fue él el que en 2015 se decidió a hacer el primer vino. Nació entonces el proyecto Antonio Serrano Viticultor que se basa en volver a recuperar las tradiciones manchegas que se estaban perdiendo: “Lo primero es recuperar las tinajas de barro, después las variedades de uva autóctonas de la Mancha como airén, marisancho o albilla, cencibel, garnacha y monastrell y siempre con viñedos ecológicos y viejos porque es nuestro patrimonio vitícola que lo estamos perdiendo por el modelo negocio que tenemos hoy en día”, asegura, Y además, su otro empeño es buscar viñas con altitud, en torno a 100 metros, “porque cada vez hace más calor”.

Sus vinos los crían en tinaja de barro, aunque también lo somete a crianza en barrica de roble. Uno de los ejemplos de este modo de hacer es su vino ‘Las Marianas’ que procede de una viña muy antigua recuperada de airén en ecológico, que ha pasado por cinco meses de crianza en tinaja centenaria y siete en roble. Junto a este otros como el airén Antonio Serrano, afinado 3 meses en tinaja de barro, o los tintos el Cerro Pasancosol o el ‘Etiqueta negra’ y todos ellos con la misma filosofía.
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