Castilla-La Mancha Opinión y blogs

Sobre este blog

Arquitectura en los inicios

David García-Manzanares Vázquez de Ágredos - Arquitecto y tesorero de la Demarcación de Ciudad Real del COACM

0

Acostumbramos a no reconocer los actos inaugurales, no tanto aquellos que aparecen subrayados en la agenda -la primera comunión de un hijo o la boda tan preparada antes y celebrada después-, sino aquellos actos realmente significativos pero cuya importancia no podemos calibrar. El instante preciso en el que dejamos de confiar en nuestra pareja, por una frase que delata su mentira -quizá infidelidad-, y que cuando es escuchada por vez primera apenas nos permite reparar en ella, como si quisiéramos negar lo escuchado y para ello no prestáramos atención. O el primer síntoma, imperceptible casi, de aquella enfermedad de la que nos diagnosticarán meses después.

Recordamos con absoluta precisión y nitidez la fecha y el lugar en el que un médico canoso nos auscultó y examinó con teatral parsimonia una radiografía, indicándonos con voz calmada el tratamiento a seguir en los próximos meses. Sin embargo, no recordamos cuándo percibimos aquel primer síntoma -quizá excesivo llamarlo síntoma-, ni dónde estábamos ni con quién nos encontrábamos. Ese fue el instante inaugural de una nueva vida, ese sutil pinchazo en el pecho, pero no podemos registrar la fecha en la agenda porque no fuimos conscientes de estar viviendo uno de los actos transcendentes de nuestra vida.

Acostumbramos a no reconocer los actos inaugurales, decimos, porque hacerlo implicaría admitir la preocupante falta de control sobre la vida. Y así, resulta artificialmente tranquilizador fingir que no reparamos en ellos.

De este modo, resulta complejo, y a menudo es más un ejercicio de literatura, reconocer el momento preciso en que se funda una ciudad. Más aún reconocer el instante en que se decide que se debe fundar. Sin embargo, ahora que celebramos el Día Mundial de la Arquitectura, podemos citar el caso paradigmático que tenemos en España, con un conjunto de 300 ciudades de las cuales podemos precisar cuantos datos se requieran, comenzando por su fundación, e incluso, por la fecha de la fundación del organismo que las propició.

El inicio de la transformación del medio rural

Así, el 18 de octubre de 1939 se crea el Instituto Nacional de Colonización, dependiente del Ministerio de Agricultura. Se trataba de un organismo que pretendía la transformación del medio rural en la España de posguerra, proponiendo para ello la creación de pueblos de colonización con un campesinado autosuficiente. Al poco, en 1943 se levanta el primer pueblo de colonización, El Torno, en Jerez de la Frontera. Es cierto que hacer arquitectura requiere una voluntad expresa y un acto consciente para que surja, pero a pesar de ello, las ciudades tienden a formarse de manera casual y un tanto caótica, sin una aparente previsión en esas fases iniciales.

En contraste, tenemos estos tres centenares de pueblos donde el urbanismo y la arquitectura se concibieron en paralelo, sin el habitual retardo entre uno y otra. Eso da como resultado una homogeneidad en la construcción que da carácter a estos poblados, pero sobre todo, permite que la arquitectura se adapte perfectamente a los requerimientos urbanísticos, porque ambos aspectos surgen como un ente indisoluble, y podemos distinguir y precisar sus actos inaugurales: los acuerdos ministeriales sobre la necesidad de su creación, los informes de viabilidad técnica y económica para su levantamiento, o las actas de replanteo para su construcción.

Entre estos tres centenares de pueblos de colonización podríamos destacar cualquiera de ellos para señalar sus valores arquitectónicos y artísticos, pero dado que las normas del relato periodístico exigen particularizar para poder fijar las características en una figura individual, podemos resaltar el caso de Villalba de Calatrava (Ciudad Real), por haberse mantenido hasta hoy en un estado muy próximo al de su levantamiento original, iniciado en 1955 y finalizado en 1961, por estar declarado como BIC en 2015 y por estar catalogado en DOCOMOMO, organización internacional que se dedica a documentar y promover la conservación del patrimonio arquitectónico del Movimiento Moderno.

ncargado a José Luis Fernández del Amo, Villalba de Calatrava se planificó para acoger 100 viviendas para colonos, 6 viviendas de obreros, una iglesia, dos escuelas, dependencias administrativas, casa sindical, consultorio médico y un bar; estos dos últimos porque en todo entorno social es preciso tener un espacio reservado para las confidencias, aún cuando en ocasiones no reparemos en las mentiras que ocultan.

Posteriormente, se ampliaría con el proyecto de Agustín Delgado de Robles para el cementerio (1957) y del propio José Luis Fernández del Amo para los hogares rurales (1986, dirigidos por Rosado González). Todo este programa se asentaba sobre un urbanismo a base de mallas hexagonales irregulares (con cuatro lados de 55 metros y otros dos lados de 44 metros), y donde los extremos cortos de estos hexágonos presentaban una concavidad que permitía dar origen a una plaza en el encuentro entre esas dos manzanas. “Las manzanas se sitúan en su dimensión alargada en la orientación este-oeste y las calles discurren en la misma dirección en una línea ligeramente quebrada”, explicaba José Luis Fernández del Amo.

Adolece Villalba de Calatrava de una imagen icónica, como podría ser el caso de Vegaviana (1954), ciudad surgida del ingenio del propio Fernández del Amo, con una plástica fotografía de Joaquín Palacios, “Kindel”, que ha condensado en el imaginario común; pero esto reafirma su arquitectura, preservándola de la fútil propaganda de postal. Y, por otra parte, la arquitectura que se propone, con soluciones constructivas sencillas, al tiempo que soluciones formales sugerentes, dan como resultado una homogeneidad en muros de tapial blanco con cubiertas inclinadas de las que sobresalen las chimeneas; volúmenes encalados y apenas perforados por pequeños huecos. Ninguna vivienda se aleja de estas concepciones, manteniéndose una uniformidad que da sentido a la proyección en paralelo de urbanismo y arquitectura. “La genialidad es siempre una monotonía, un ser uno igual a sí mismo”, podríamos decir siguiendo a Umbral. En los pueblos de colonización, la belleza surge de la repetición, al modo en que lo hace en la sucesión de la serie de Fibonacci o en los retratos seriados de Warhol.

Por su parte, los edificios públicos se agrupan en una manzana común, buscando que abran a una plaza. Así, en una disposición simétrica, en el oeste se ubican las aulas de la escuela y a ambos lados de ésta las viviendas de los maestros, mientras que en el este se sitúa la iglesia, “con la fachada alineada según los límites de la manzana y dos amplios retranqueos laterales que sirven de acceso por un lado a la abacería y por otro a las dependencias parroquiales”, como se señala en la web de Fernández del Amo.

Es significativa esta organización del pueblo, porque las ciudades suelen surgir por un asentamiento inicial de viviendas, y las propias relaciones sociales que se establecen acaban por demandar en las fases iniciales esos espacios públicos (plaza, iglesia y ayuntamiento, prototípicamente). Pero en los poblados de colonización no es ya que podamos identificar con precisión la fecha de su creación, sino que todo el pueblo se levanta de un modo simultáneo -y por tanto, artificial-, de tal modo que estos espacios públicos están desde el mismo origen, por lo que pueden ser planificados sin condicionante de tipo alguno.

Proyectado para albergar alrededor de 400 personas, a principios del siglo XX apenas contaba con 47 habitantes, y cinco años después esa población se había reducido a la mitad. Acostumbramos a no reconocer los actos inaugurales, y en cambio tenemos una capacidad inusitada para comprender con nitidez los finales, como si estuviéramos más preparados para la muerte, o para sus prolegómenos, al menos.

Así, formalmente Villalba de Calatrava es un pueblo habitado (24 personas censadas en 2023), y sin embargo, todos comprendemos que falleció hace años -ese primer y sutil pinchazo en el pecho-, aunque para llegar a ese final aún le quede pasar por algunos tratamientos estériles. Pero en el caso de Villalba, al tener un inicio tan reconocible, subrayada la fecha exacta de su fundación en calendarios y fijada la fecha de su declaración como BIC en agendas ministeriales, es de esperar que a su muerte quede embalsamada al modo de Tutankamón, Ramsés II o Herculano, para regocijo de arqueólogos y turistas; también de arquitectos, que compartimos la necrofilia con los primeros y el fanatismo con los segundos. Hacerlo así es arañar una prórroga a la muerte.

Pero haber dejado constancia nítida de su fundación, de su nacimiento, es garantía de que, al modo de Tutankamón o Ramsés II, la arquitectura contenida en Villalba de Calatrava sobrevivirá a su propia muerte. Porque la arquitectura, como la vida, consiste esencialmente en un nacimiento sucesivo, en una iteración creadora que se superpone a sí misma. El primer lunes de octubre celebramos -cada año, con precisión obsesiva-, el Día Mundial de la Arquitectura porque ésta sólo puede explicarse por ese afán humano de crear algo nuevo cada día, ya sea una vivienda unifamiliar o ya sea una ciudad entera.

Acostumbramos a no reconocer los actos inaugurales, no tanto aquellos que aparecen subrayados en la agenda -la primera comunión de un hijo o la boda tan preparada antes y celebrada después-, sino aquellos actos realmente significativos pero cuya importancia no podemos calibrar. El instante preciso en el que dejamos de confiar en nuestra pareja, por una frase que delata su mentira -quizá infidelidad-, y que cuando es escuchada por vez primera apenas nos permite reparar en ella, como si quisiéramos negar lo escuchado y para ello no prestáramos atención. O el primer síntoma, imperceptible casi, de aquella enfermedad de la que nos diagnosticarán meses después.

Recordamos con absoluta precisión y nitidez la fecha y el lugar en el que un médico canoso nos auscultó y examinó con teatral parsimonia una radiografía, indicándonos con voz calmada el tratamiento a seguir en los próximos meses. Sin embargo, no recordamos cuándo percibimos aquel primer síntoma -quizá excesivo llamarlo síntoma-, ni dónde estábamos ni con quién nos encontrábamos. Ese fue el instante inaugural de una nueva vida, ese sutil pinchazo en el pecho, pero no podemos registrar la fecha en la agenda porque no fuimos conscientes de estar viviendo uno de los actos transcendentes de nuestra vida.