Es apenas una puerta en una calle, casi igual al resto pero que franquea una fortaleza para mujeres víctimas de violencia de género. Tras ella, al atravesar el umbral, huele a comida, hay calor de hogar. Una calidez que contrasta con la entrada aséptica, fría y que separa dos realidades: la de la calle, ajena a su existencia, y la de esta casa de acogida, donde las mujeres maltratadas por sus parejas o exparejas se refugian para poder comenzar una nueva vida.
Dentro se oyen lo cotidiano, los niños, y el trajín del ir y venir de estas mujeres que durante meses se protegen de una vida de maltrato. La casas de acogida para víctimas de violencia machista son un recurso al que acuden para poder encauzar su vida. Cruzado el umbral las preparan con formación, dándole habilidades y recursos, para empezar de nuevo, también psicológicamente hablando, porque cuando llegan lo hacen con miedo ante lo desconocido. Entre estas cuatro paredes conviven con otras mujeres que han pasado por algo parecido, todas maltratadas, algunas con hijos, otras sin ellos, pero todas forman parte de esas cifras de violencia hacia las mujeres que ponen en vergüenza a legisladores y ciudadanos de a pie.
“Este recurso es una UCI”, pero en vez de tratar a enfermos, “son UCIS sociales” que atienden a mujeres. Es la definición que hace Débora Fernández, directora de una de las trece casas de acogida para mujeres víctimas de violencia de género de la región. Nos pide que no digamos dónde se ubican ya que uno de los objetivos es salvaguardar a las mujeres que albergan y evitar, a toda costa, que los agresores den con ellas y vayan a buscarlas. ¿Os habéis llegado a encontrar a los agresores en la puerta?, preguntamos. “Sí. Sin ir más lejos, el pasado año, en el mes de noviembre, tuvimos que trasladar a una mujer porque su agresor había conseguido localizarla”, cuenta. Es una situación excepcional pero se protegen para que no suceda. La casa de acogida que Débora Ferández coordina está dirigida a mujeres jóvenes. Tienen entre 18 y 30 años y ya huyen del maltrato. Llegan de otros municipios de la región, desplazadas a un lugar en el que no tienen entorno familiar y social, y sin herramientas para enfrentarse a una nueva vida que empieza de nuevo.
Esta vivienda no es su primer recurso, antes han pasado por los CUR, centros de urgencia, a los que son derivadas en un primer momento desde los Centros de la Mujer que coordina el Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha. Son ellas, las propias víctimas, las que se ponen en contacto con los Centros de la Mujer para pedir ayuda y poder escapar, a veces, fuera de horario llamando al teléfono de atención disponible durante las 24 horas del día, el 900 100 114.
Preparándolas para una vida nueva
Además de las secuelas físicas que deja la violencia machista, que en muchos casos son evidentes también en los niños, tratan a estas mujeres por sus heridas psicológicas. “La dependencia y el enganche al agresor es muy frecuente” especialmente entre las más jóvenes que además llegan “con estereotipos y unos mitos totalmente interiorizados muy difícil cambiarlos”, uno de ellos es el del papel de la mujer “en la casa con los niños, delgada y guapa”.
Muchas de ellas apenas tienen el graduado escolar, “muy pocas la ESO” y muchas menos, estudios superiores. Muy frecuente es también que no hayan tenido acceso al dinero porque en esa violencia machista el dinero es otra arma que utilizan los agresores para tenerlas aisladas. Por ello hacen cursos, talleres y se intenta que encuentren un trabajo, ésto último mucho más complicado y difícil debido a la situación del mercado laboral. Esto es así en todas las casas de acogida de la región. Lo cuenta Teresa Sánchez, Educadora Social en otra vivienda dirigida a mujeres víctimas de violencia de género en la provincia de Albacete. Allí llegan mujeres de todas las edades y lo hacen, en su mayoría, con los hijos. “Por eso es importante escolarizarlos”, cuenta, para que ellos formen parte del proceso de integración con el municipio donde se encuentran y que incluye el empadronamiento de la mujer y su hijo o hijos. Se trata que en todos estos recursos la vida sea lo más parecido posible a la de una casa porque “esto es una casa”, dice Teresa Sánchez, que describe que hay reparto de tarea y unas normas de convivencia en la que será su casa hasta que estén listas para salir al mundo. El tiempo, cada caso lo determina, aunque oscila entre los 6 y 12 meses de estancia.
“Situaciones tremendas”
En 21 años de trabajo, la vivienda que dirige Débora Fernández, ha acogido a víctimas de todo tipo. Alguna salen del recurso recuperadas y dispuestas a empezar de nuevo. Otras, en cambio reinciden. No tiene que retrotraerse mucho en el tiempo para recordar un caso: “Hace unos meses una chica con la que trabajamos volvió con el maltratador”, lamenta. “Era un caso de los catalogados como extremos porque sufría una violencia extrema, una situación muy muy peligrosa. Son casos que te marcan y que están ahí”.
“Es un éxito cuando una mujer, después de varios intentos y volver con el agresor, finalmente se aleja de todo eso”, dice la educadora social que define la situación como “una espiral de la que es muy difícil salir”. No las juzgan, dice, pero sí que las advierten de que la situación de violencia volverá a repetirse “y será mucho mayor que antes”. Lo único que les piden es “que no digan donde está el recurso de acogida”.
Afortunadamente no todos los casos acaban así. El ejemplo lo cuenta Teresa Sánchez que recuerda con satisfacción el caso de una mujer que acudió a la vivienda donde ella trabaja. Lo peculiar, dice, es la edad. “La señora llegó a la casa con unos 60 años, llevaba más de 40 sufriendo malos tratos y al final decidió dar el paso y dejar a su marido. Lo hizo después de siete años yendo a escondidas a las terapias del Centro de la Mujer de su localidad. Con esas condiciones, con esa edad, ella dijo que no podía seguir soportándolo y salió”. A día de hoy esta mujer sigue teniendo vinculación con el recurso.
Educación y prevención para luchar contra la violencia
A lo largo de todo este año han sido 455 las mujeres que han acudido a los Centros de la Mujer en la provincia de Albacete debido a casos de violencia de género. Un total de 66 mujeres han sido recibidas en las casas de acogida, que sumando a los menores que las acompañan, ascienden a 78 , según datos ofrecidos por el Instituto de la Mujer.
Son datos preocupantes, que evidencian que la violencia machista está muy lejos de ser atajada. ¿Cómo acabar con ella? “La prevención y la educación”, coinciden Fernández y Sánchez. Ambas ven a diario cómo en los últimos años “hemos dado un salto hacia atrás” y los jóvenes se muestran indulgentes con determinadas conductas machistas. “Los jóvenes no visibilizan la violencia”, insiste Débora Fernandez que describe a la familia como el foco del que surge esta violencia pero “las escuelas y todos los entornos en los que nos movemos son fundamentales”.