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‘Tarde para la ira’, de Raúl Arévalo: una venganza inesperada

Curro (Luis Callejo) sale de la cárcel y se encuentra un mundo que no le pertenece. Ocho años después del fracasado atraco a una joyería que le llevó entre rejas, intenta rehacer su vida al lado de su novia, Ana (Ruth Díaz) y de su hijo. Sin embargo,  a Curro el pasado no le dará tregua. Tampoco Jose (Antonio de la Torre), un hombre de pocas palabras, junto al que se adentrará en una espiral de violencia para satisfacer una venganza.

'Tarde para la ira' es una película con entrañas, bien narradaTarde para la ira y de atmósferas densas. Cuenta con el magnetismo y la fuerza de su hilo conductor: una venganza algo torpe, arrastrada, que se sigue como por instinto animal; con un plan que está en los huesos, pero que mantiene cierta lucidez. Sencillamente, porque su autor es un hombre que aprendió a esperar. Es una historia improbable que funciona maravillosamente bien. Y es precisamente el comportamiento improvisado de los protagonistas lo primero que nos sorprende y cautiva, al resultar una ‘rareza’ dentro de la historias de ajustes de cuentas. Un género donde, como espectadores, parece que nos hemos acostumbrado a ‘servirnos la venganza demasiado fría’, con un formidable sentido del espectáculo y mucho golpe de efecto sofisticado.

Hablamos de un thriller bien resuelto y una ‘road movie’ que se beneficia del pálpito acelerado de un ritmo que no decae en ningún momento. Cuenta con unos personajes principales presentados como a retales, pero que pronto y con habilidad narrativa, se nos llenan de vida y de aristas, de infiernos y de amenazas de redención que no llegan a cristalizar.

Raúl Arévalo cautivó a la prensa internacional en el pasado Festival de Venecia, con esta primera película como realizador. Decidió confiarle el peso interpretativo a un buen amigo,compañero en varias producciones y que, además, es un gran actor, Antonio de la Torre. Un intérprete que ejerce un extraño poder de atracción en los espectadores con su mirada difícil, atormentada, su contención gestual y con esos andares desmañados con los que arrastra a su taciturno Jose por los barrios obreros donde transcurre la trama. Luis Callejo le da réplica con talento, mientras que sufrimos y caemos en la angustia al lado de Ana (Ruth Díaz obtuvo el galardón a la mejor intérprete de la sección paralela del festival de Venecia Orizzonti). Pues es el personaje más vulnerable el que nos permite acercarnos,  abordar más intensamente el viaje emocional que nos propone el cineasta.

Arévalo cuenta que empezó el guion de la película hace siete años, pero tardó todavía cuatro más en sacar adelante su proyecto. Acabó dando forma definitiva al texto junto al psicólogo David Pulido y eligió la textura gruesa del Súper 16 mm para filmarla y enmarcar sus ambientes enrarecidos. Lugares dentro de los cuales suceden muchas cosas: instantes para el humor muy negro, como el fabuloso ‘monólogo’ afónico que se marca Manolo Solo; deseos insatisfechos; el miedo; la soledad,  el desgarro; un clímax intenso que revela una sorpresa argumental que no te esperas, aunque siempre anduvo por allí,  y un extraño epílogo. Un final épico que transcurre entre miradas, pero  con el que comenzamos a sentir nostalgia por unos personajes con mala sombra, que podrían haber tenido una vida mucho mejor.

Curro (Luis Callejo) sale de la cárcel y se encuentra un mundo que no le pertenece. Ocho años después del fracasado atraco a una joyería que le llevó entre rejas, intenta rehacer su vida al lado de su novia, Ana (Ruth Díaz) y de su hijo. Sin embargo,  a Curro el pasado no le dará tregua. Tampoco Jose (Antonio de la Torre), un hombre de pocas palabras, junto al que se adentrará en una espiral de violencia para satisfacer una venganza.

'Tarde para la ira' es una película con entrañas, bien narradaTarde para la ira y de atmósferas densas. Cuenta con el magnetismo y la fuerza de su hilo conductor: una venganza algo torpe, arrastrada, que se sigue como por instinto animal; con un plan que está en los huesos, pero que mantiene cierta lucidez. Sencillamente, porque su autor es un hombre que aprendió a esperar. Es una historia improbable que funciona maravillosamente bien. Y es precisamente el comportamiento improvisado de los protagonistas lo primero que nos sorprende y cautiva, al resultar una ‘rareza’ dentro de la historias de ajustes de cuentas. Un género donde, como espectadores, parece que nos hemos acostumbrado a ‘servirnos la venganza demasiado fría’, con un formidable sentido del espectáculo y mucho golpe de efecto sofisticado.