Juanjo Herráiz Contreras va a hacer diez años como docente en el Colegio Rural Agrupado (CRA) Ojos de Moya, cuya cabecera está en Landete (Cuenca), donde vive. Tiene tres hijos, de siete, cinco y dos años, y se ha planteado en varias ocasiones mudarse a otro sitio con más oportunidades y no tan en medio de la nada y tan lejos de todo. Sin embargo, al hacer balance, no le salen las cuentas.
El lado bueno de trabajar en un centro como el suyo siempre acaba venciendo: asegura que las ventajas son tanto para él, porque puede dedicarle más tiempo a cada alumno, como para sus niños, que reciben una enseñanza mucho más individualizada. “Para mí tiene más cosas positivas que negativas”, afirma sin dudas.
Centros como el CRA Ojos de Moya sufrieron una sangría en 2012, tras la decisión del Gobierno regional del PP de cerrar aquellas escuelas que no contaran con un mínimo de once alumnos, lo que provocó la eliminación de hasta 69. Después, tras la vuelta del PSOE al Ejecutivo autonómico, se programó la reapertura de aquellas que tuvieran al menos cuatro niños.
Pero el daño ya estaba hecho y muchos de los pueblos de la llamada España vaciada se despoblaron un poco más con el cierre de los colegios ya que muchas familias se marcharon a otros municipios que sí contaban con colegios. Y no fue tan fácil hacerles regresar tras la reapertura. La alcaldesa del municipio conquense de Olmedilla de Alarcón, Pilar Navarro, recuerda que el cierre de la escuela rural fue “muy triste”, volviendo “la alegría” y “la ilusión” a la localidad cuando se abrió de nuevo.
En el caso del pueblo conquense de Salmeroncillos, el cierre supuso la marcha de varias familias a Sacedón, Guadalajara y Prieto, con lo cual el padrón sufrió un descenso de habitantes de casi un 20%. “Pasamos cuatro años fastidiados”, recuerda el alcalde, Enrique Guerrero. Aunque los que se fueron no volvieron tras la reapertura del colegio, las parejas jóvenes sí han apostado por quedarse en la localidad.
En este curso, reabrirán tres escuelas en la provincia: en Pozorrubio de Santiago, Alcázar del Rey y Huerta de la Obispalía mientras que cerrarán las de Puente de Vadillos y Torralba. Vicente Martínez, responsable del sector de Enseñanza de UGT Cuenca, reconoce que “se ha hecho un esfuerzo de la Administración” para mantener escuelas rurales más allá de los límites del número de alumnos que se habían marcado.
Desde el punto de vista de los resultados académicos, según el informe PISA (2015), en España los resultados de la escuela rural son mejores que los de la escuela urbana, siempre que el índice socioeconómico y cultural de los alumnos sea similar.
El Colegio Rural Agrupado (CRA) Ojo de Moya cuenta con cuatro secciones que suman este año un total de 192 alumnos, uno menos que el año pasado, y 27 maestros. En Landete está la cabecera (123 niños) y cuentan con secciones en Talayuelas (59), Casillas de Ranera (ocho) y Santa Cruz de Moya (cuatro), siendo estas dos últimas aulas unitarias en las que estudian alumnos de diferentes cursos. Los profesionales se reúnen una vez a la semana en la cabecera para llevar a cabo un seguimiento de las clases.
En el colegio de Landete hacen suyo ese proverbio africano que recuerda siempre el filósofo José Antonio Marina: ‘Para educar a un niño se necesita toda una tribu’. Así, el maestro Juanjo Herráiz subraya que las familias están “muy implicadas” en la educación de sus hijos.
Ahora está en Landete, que es el centro más grande y da clases a alumnos de un mismo curso, pero antes también pasó por los centros de Talayuelas y Santa Cruz de Moya, por lo que conoce bien cómo funcionan las aulas unitarias.
“En Santa Cruz llevaba alumnos de 3º a 6º”, recuerda este maestro, que asegura que a pesar de que esto se puede ver como un inconveniente, “se trabaja muy bien y la enseñanza es más cercana e individualizada”. Y los alumnos más aventajados pueden adelantar conocimientos de los cursos más avanzados mientras que los que van más retrasados tienen la posibilidad de repasar la materia de años anteriores.
Aunque no va a una escuela unitaria, pone como ejemplo a su propio hijo, Alejo, ahora con cinco años, que aprendió a leer muy pronto. “No es que sea más listo que otros. Es que iba a una clase de cinco alumnos y la maestra podía dedicarles más tiempo a cada uno de ellos”, enfatiza.
Pero dar clases a niños de diferentes edades obliga a organizarse muy bien para aprovechar muy bien el tiempo y llegar a todos los alumnos. Eso a veces también permite aparcar el libro y dejarse llevar por la improvisación.
En el plano negativo, apunta que organizar cualquier actividad extraescolar les supone mucho esfuerzo aunqueu reconoce que esto se debe más a la situación geográfica de Landete que a otra cuestión.
También explica que Lino, el director del colegio de Landete y maestro de Educación Física, tiene más dificultad para trabajar con alumnos de diferentes edades.
Tampoco es muy atractivo para los docentes ejercer en estos pequeños pueblos. “Pero aunque es inusual, la plantilla tiene continuidad en Landete. Los que hemos llegado de fuera nos hemos quedado”, explica, detallando que él viene del pueblo albaceteño de Tarazona de La Mancha.
Darita Díaz, Dari para todo el mundo, ha comenzado su octavo curso en el aula unitaria de Santa Cruz de Moya. Cuando empezó llevaba once alumnos aunque este año solo tendrá cuatro, de entre cinco y ocho años. Para ella, todo son ventajas: “Las escuelas rurales son el lugar idóneo para ser feliz, tanto para los alumnos como los maestros”.
No obstante, confiesa que el primer año se le cayó “el mundo encima” cuando llegó a esta pequeña localidad. “Tuve que trabajar mucho para organizarme. Hay que hacer que el más pequeño disfrute en las clases y el mayor no se aburra”, apunta.
Esta maestra detalla que se trabaja con diferente metodología a la de otras escuelas puesto que hay que adaptar las clases al nivel de todos los alumnos y se tira mucho del aprendizaje cooperativo. “Son muy trabajadores y se ayudan los unos a los otros. Los pequeños siempre salen ganando porque escuchan la materia de cursos más avanzados y los mayores pueden repasar”, añade.
“El trato es como si fueran clases particulares. Ser pocos te permite centrarte en las necesidades de cada uno. Los conoces perfectamente. También los enseñas a ser independientes y más autónomos”, relata.
La maestra también señala como ventaja que, al tratarse de pueblos pequeños, “hay un vínculo entre todos” y los padres se implican mucho en la educación. Cita como ejemplo que hace dos cursos desarrollaron el proyecto ‘De huevo a pollito’. Los pequeños pudieron ver el proceso hasta que nace un pollo y conocer el ciclo de la vida, porque también se murió alguno de los animales. “Cada familia aportó lo que tenía. Una incubadora, un gallo...”, rememora. “Fue muy bonito”, subraya.
Dari dice que no siente que tengan menos recursos materiales que otros centros y cuenta que hasta allí también llegan los especialistas en, por ejemplo, Inglés. “La escuela le da alegría al pueblo”, afirma. Vive en Landete y alguna vez también se ha planteado cambiar de destino pero le puede el cariño a estos niños de Santa Cruz de Moya. Allí le es más fácil conocer las circunstancias familiares de cada alumno y se les puede ayudar en caso de dificultades. Porque además de enseñar conocimientos, también trabajan las emociones: “Aquí reímos, lloramos, cantamos, bailamos...”.