María llegó a España hace ya tres años junto a sus dos hijas. Era un país distinto con cultura y costumbres diferentes. Más allá de las cuestiones económicas -ha logrado asentar a su familia en Cuenca-, a esta mujer de 45 años, que prefiere mantener su verdadero nombre en el anonimato, le ha cambiado la vida. Lo ha hecho en lo personal, en lo más íntimo, y también en lo familiar.
Ha aprendido a cuidar primero de sí misma, para así cuidar mejor a los suyos. Ahora tiene autoestima y confianza y reconoce que después de muchos años puede “respirar” e incluso ser un referente para sus hijas.
El cambio llegó con ayuda de Cruz Roja. La entidad cree que “la gestión de las emociones es fundamental para nuestro bienestar y para enfrentar los miedos”. El área de Mujer de la ONG en Cuenca había detectado poco antes del confinamiento por la COVID-19 que, en su labor diaria, no estaban logrando llegar a determinados problemas de la población femenina conquense. “Trabajábamos necesidades básicas, como la búsqueda de empleo, pero no se cubrían otras como potenciar habilidades de comunicación, la autoestima y el autocuidado”, explica la responsable de Mujer, Sara García.
“Suelen ser ellas las que sostienen la unidad familiar. Llegan con un importante desgaste emocional, en el que no hay espacio para sí mismas”. Así que trabajaron para poner en marcha un grupo de trabajo y talleres, incluyendo a los hijos de las usuarias.
Los perfiles son muy variados. Hasta la entidad llegan mujeres con dificultades económicas, sociales o psicológicas, entre otras. Algunas de ellas participan en los talleres tras convertirse en usuarias del Servicio Telefónico de Atención y Protección para víctimas de la violencia de género (ATENPRO). “Es un recurso de seguridad”. Se trata de terminales que se ponen a disposición de las víctimas para ofrecerles un servicio que está operativo las 24 horas del día, los 365 días del año, sea cual sea el lugar en que se encuentren.
Cuando hablamos con María nos cuenta que crio a sus hijas “de acuerdo a las raíces del machismo que hay en mi país. Nos dicen que la mujer tiene que ser de la casa, que no se puede tener tiempo para una… A mí también me criaron así y nunca pensé en mí misma”, explica María que ahora, tras pasar por los talleres de Cruz Roja, ve la vida de otra manera.
"Volvería hacer lo mismo con los ojos cerrados. Han sido un apoyo como mujer, más allá de las ayudas, por ejemplo en alimentos. Hay otras cosas que una necesita como mujer, como persona"
“A mis 45 años me doy cuenta de que nunca salía, nunca tuve amigas, nunca probé una cerveza -la primera la tomé en España- y creo que vivía en la burbuja que me impusieron, en la casa, con mis hijos…”
Dice que ya no se siente “culpable” por salirse del papel que otros le asignaron. “Si salgo, no tengo miedo. Me siento así. Tengo mi propio espacio después de haber pasado por muchas cosas. Me he fortalecido. Antes solo era la mamá que no se podía cansar, la que cuando alguien no quería una comida le hacía otra a su gusto... Fui siempre para ellos, nunca para mí”.
Ella ha asumido que las cosas pueden ser distintas y valora el hecho de “tener una autonomía que no conocía”, nos explica. Quiere empoderarse y ser un espejo para sus hijas. “Volvería hacer lo mismo con los ojos cerrados. Han sido un apoyo como mujer, más allá de las ayudas por ejemplo en alimentos. Hay cosas que una necesita como persona”. Sara García, responsable del Área de Mujer en Cruz Roja cree que María “ha tenido una gran evolución. Siempre se quedaba en un segundo lugar. El cambio ha sido grande a la hora de afrontar las cosas sin tener miedo a decirlas o a hacerlas por el qué dirán, por miedo o por culpa”.
María y sus dos hijas, de 15 y 17 años respectivamente, asisten a las sesiones de Cruz Roja en Cuenca desde hace más de un año. Y aunque no han desterrado ni la timidez propia de la edad junto a esa otra que les venía impuesta por estereotipos de corte machista en su país de origen, nos relatan su experiencia. “Ahora tengo más confianza en mí misma. No pienso que me vayan a juzgar o a señalar por llevar falda corta. Nos hace sentirnos en un espacio seguro, donde no se nos va a criticar o donde no está mal lo que una opine”, nos cuenta una de las jóvenes. “A mi madre la veo ahora mucho más segura de sí misma”, añade otra de las hijas de María.
“Creo que el hecho de poder hablar de forma libre en las sesiones les ha ayudado mucho a desenvolverse en su día a día. En los grupos han conseguido una red de amigos que se mantiene fuera de Cruz Roja y también en el instituto”, apunta Sara García, trabajadora social de profesión. “A eso se une que madre e hijas pueden ahora hablar de determinados temas entre ellas. Es una relación de confianza en la que, a la vez, respetan su espacio privado”.
Recursos para lograr seguridad, confianza o autoestima
El grupo de trabajo organizado por Cruz Roja Cuenca es “muy diverso” y no solo en nacionalidades, sino en los problemas que arrastran quienes optan por buscar ayuda, pero al margen de cada situación personal, las sesiones tienen un cierto componente “lúdico” porque, dice la especialista, “buscamos ofrecerles un espacio de respiro a través de un grupo en el que todas se apoyan”.
En 2021 pasaron por estas sesiones unas 40 mujeres y 15 menores. Algunas de estas personas también formaron parte del proyecto transversal ‘Creando ilusiones’, basado en el ocio terapéutico destinado a madres e hijos víctimas de violencia machista.
“Muchas necesitan afianzarse, cuidar de sí mismas primero y buscar herramientas de comunicación para enfrentarse, por ejemplo, a la crianza”. Y es que, insiste Sara García, “para poder cuidar, hay que cuidarse. La gestión emocional implica conocernos a nosotras mismas, conocer esas emociones y gestionarlas”.
Los hijos e hijas de estas mujeres participan de forma paralela en talleres junto a sus madres. “Tenemos bebés, jóvenes e hijos más adultos en las actividades. Hacemos sesiones de lectura, para fomentar el hábito de leer, pero también para mostrarles ciertos valores”.
En los talleres se produce un “intercambio” entre generaciones y entre distintas culturas. En otros se enseña a las mujeres víctimas de violencia machista a gestionar sus emociones a través del arte y la creatividad. “Hay diversas nacionalidades y ellas exponen distintos puntos de vista sobre la igualdad o sobre ciertos estereotipos culturales, y no solo desde el punto de vista occidental”.
Muchas de estas mujeres, apunta Sara García, “han crecido en sus países con determinados mandatos o mensajes. Se trata de que cada mujer se dé valor a sí misma porque a veces las etiquetas que se les han impuesto: madres, esposas… les hicieron olvidar la necesidad de autocuidado. Se olvidan de quiénes son y cuáles son sus gustos y necesidades”.
Cruz Roja confía en seguir adelante con este tipo de iniciativas este otoño, aunque requerirán nueva financiación. “Hacemos un trabajo transversal que además obtiene resultados muy concretos”.