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Antonio Ramos, la voz oculta de un autor desconocido

Antonio Ramos, escritor y profesor albaceteño

José Iván Suárez

28 de marzo de 2024 21:56 h

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Esta es la historia de un libro que se publica sin su autor. Usted podrá acudir el próximo día 10 de abril a la Popular Libros de Albacete, asistir a la presentación de la obra, adquirir un volumen y, sin embargo, cuando llegue el momento de la firma, no habrá escritor que se lo dedique. Una situación digna de Antonio Ramos. Quienes lo conocían arrastran su ausencia desde el año 2019. Fue entonces cuando este creador insólito se marchó del mundo material. Tres años después, su familia entró por primera vez en el estudio del escritor y encontraron Un plan sencillo. Veintitantos cuentos realistas. Un libro inédito de relatos que ahora ha visto la luz de la mano de la editorial valenciana Contrabando. 

Detrás de esta novedad literaria única se encuentran cuatro profesionales albaceteños del idioma: María José Herreros, Francisco Linares, Andrés Gómez-Flores y Andrés García Cerdán. “Los que hemos estado alrededor de la edición de este libro nos hemos encontrado con una obra totalmente terminada que, claramente, Ramos nunca pensó publicar”, explica el equipo.

Según cuentan quienes le trataron, Antonio era un hombre “variopinto, excéntrico, desmedido para algunos o pacífico, entrañable y jocoso para otros”. Al parecer, Ramos conjugaba todos esos rasgos para “configurar una personalidad caleidoscópica”. En cualquier caso, no dejaba indiferente. 

¿Quién era Antonio Ramos? La respuesta fácil es decir que fue un profesor de Lengua y Literatura que desarrolló su labor en Albacete. A lo que se puede añadir que había nacido el 18 de mayo de 1953 en Alcázar de San Juan, donde su padre trabajaba como ferroviario. La contestación sobre su esencia vital empieza a complicarse cuando sabemos que a los seis años queda huérfano de su progenitor, fallecido en accidente laboral e inicia Antonio el áspero proceso de maduración. Interno en la fría Ávila de los años sesenta. Estudiante de bachillerato en el Toledo de posguerra. Y universitario en el Madrid del cambio político y la pobreza. 

Fabricante de ficciones

Dicen que en su guardilla de la calle Montera, de no más de quince metros cuadrados, con una diminuta ventana que daba a un patio interior, además de pelear con libros, luchaba contra las ratas. Anécdotas de las estrechuras de la juventud que no mermaron su dedicación. En 1976 aprueba las oposiciones a Universidades Laborales y tras un primer destino en Sevilla, llega a Albacete donde será profesor el resto de su vida. Pero insistimos, ¿cómo era Antonio Ramos? Contestan ahora los entendidos: “En estos relatos hay ingredientes de su propia historia. Hay trenes, canciones, coplas, tipos entresacados de su entorno, pasado evocado y tamizado, presente disfrazado; mujeres implacables o bondadosas y hombres sumidos en las sombras, y otros de una inocencia casi infantil. Al fin y al cabo, Ramos narra de lo que sabe y cuenta lo que vio, aunque retorciendo y camuflando los hechos, como todo fabricante de ficciones”. 

Parece que lo único cierto es su literatura, la que Antonio Ramos escondió durante toda la vida. O, al menos, la que mostró apenas de soslayo en algunas revistas como 'Los deseos', 'Eco del CEI', 'El problema de Yorik', 'Feria', 'La Seda' o 'Barcarola'. En sesenta y seis años de existencia, solo publicó el libro La columna de Beni, una recopilación de textos que le propuso el periodista y escritor Andrés Gómez-Flores y que su promotor define como “un personaje digno de Juan Marsé, a mitad de camino entre Lazarillo y Alfanhui, pero en plena posguerra albaceteña”. 

Ramos y Gómez-Flores charlaron y rieron durante horas para la edición de aquel libro. El autor albaceteño cuenta a nuestros lectores cómo conoció a Antonio una mañana primaveral hacia 1985: “Fue un encuentro casual en la Librería Popular – donde nos habríamos visto cien veces sin reparar el uno en el otro, porque ninguno sabía entonces levantar la mirada de los libros que curioseábamos –, los dos pidiendo al mismo tiempo, quizá con parecida timidez, el mismo libro: ”Elogio de la lentitud“. Al escucharnos, nos observamos sorprendidos echando la cabeza ligeramente hacia atrás. La librería sólo disponía en ese momento de un ejemplar, y él, con su natural elegancia, me lo cedió. Aquel gesto tan literario abrió la puerta al comienzo de una amistad que se mantuvo hasta el final”. 

Andrés recuerda a su amigo como “un hombre infrecuente, sacado de una página de Joyce” y lo califica como “uno de los mejores autores de relatos de este país, y desde luego, por el mejor que haya existido nunca en Albacete” con una “escritura fulgurante, repleta de pinceladas únicas, cargada de señales del mejor realismo social y con esa pizca de ironía necesaria para la impagable carcajada”. El autor de libros como La ciudad inventada o Blanco del olvido ubica a Antonio Ramos en la órbita de Roberto Bolaño y es uno de los más queridos para él, junto “a otro Antonio, Martínez Sarrión”. 

“Le llevó toda la vida, pero encontró su voz”, dicen María José Herreros y Francisco Linares. Conocen bien la obra de Antonio Ramos, los dos profesores albaceteños han recorrido cada uno de los relatos para preparar esta edición y dan algunos detalles de lo que contiene el libro: “la lectura es agradable, tiene un costumbrismo de base, los cuentos se enlazan entre sí, algunos personajes se repiten a lo largo de la obra, el dominio del idioma es perfecto; posiblemente no has leído otra cosa igual”. ¿Cuándo Antonio Ramos? Cuando halló lo que había perdido, se negó a publicar cosas que fueran baladí y que no respondieran a su propia creencia literaria. 

Ramos era Ramos 

Antes de desplegar los relatos de Un plan sencillo, el autor que no quiso publicar redactó un prólogo que es una verdadera lección de literatura. Tan minuciosa y cuidada como las que impartía a sus alumnos, a aquellos que lo admiraban y odiaban por igual. “Ramos era Ramos”, afirman nuestros informantes. Era un trabajador incansable y “tenía esa virtud que también se convirtió en un problema y es que medía al mundo con el mismo rasero con el que se medía a sí mismo”, aseveran los rescatadores de su obra. Y una instantánea más: “Cuando transitaba por los largos pasillos de la Universidad Laboral, su silueta era fácilmente reconocible. A modo de caricatura, imaginemos una figura escorada por el peso de su cartera, como si el saber en ella contenido recogiese también su incansable amor por el idioma, por sus recovecos y astillas, por mundos imaginarios, tanto propios como ajenos. En esa cartera irían anotadas, con machadiano empeño, las impresiones de sus alumnos sobre algunos de sus relatos, cuyo análisis les había solicitado a aquellos primeros adolescentes que en los ochenta pasaron por sus clases, porque, seguramente, le iban a ofrecer una mirada limpia”. 

El profesor trataba a sus alumnos como adultos, les sugería lecturas que brincaban los límites de los libros de texto y tal era su pasión por Cortázar que bautizó a su casa como Rayuela. Por fin ha llegado la hora de escuchar a Antonio Ramos: “En ocasiones, algunas personas han creído ver en mí el destello que tienen los que se proponen decir algo por escrito, lo dicen, y consiguen que los lean. Pero no soy escritor. Sólo soy un maestro: un lector caprichoso y desarreglado, que rebusca en los libros que caen en sus manos, los abandona, los aborrece, los defiende, los maltrata o los recomienda. Hace treinta años que disfruto ese privilegio y trato de extenderlo a mis alumnos. Si escribo cuentos breves es para comprender mejor el cisco literario”. 

Y todas las preguntas que pudiéramos hacerle al autor ausente, el maestro las responde en el prólogo del libro, desde la mirada inmortal del tiempo que ya no le arrugará la frente. Sugiere: “La palabra se inventó para que las gentes hablaran unas con otras y, a menudo, se entendieran”. Confiesa: “Muchas experiencias, ideas o emociones sólo pueden ser expresadas sin temor en un ámbito literario, porque fuera de él, resultarían incomprensibles, extravagantes o ridículas. Incluso delictivas”. Vocea que la literatura es “un grito rabioso de libertad”. O nos reconforta: “Cuando nos vece el hastío que flota en los grandes almacenes, o la tristeza de transitar unas calles tan previsibles como el salón de casa, entonces, todavía, los libros nos ofrecen su sombra y su misterio”. 

Su palabra tiene expresividad, humor y percepción. Y como él mismo afirmaba: “Debajo de una sensibilidad extremada, alienta siempre una pulsión autodestructiva”. Antonio Ramos, ¿por qué? Nadie podrá saberlo. En 2004 le detectaron un cáncer y en ningún momento dejó de trabajar, ni en los intervalos en que la quimioterapia lo dejaba más débil. Lo superó. Sin embargo, la enfermedad regresó hasta en dos ocasiones. Y, quizá, entonces, elevó ese muro hasta hacerlo insalvable. Se cuestionan los editores: “Su esposa, su hija, tal vez los pocos amigos a los que no logró apartar de su camino, todavía se preguntarán qué sentido tuvo su final”. Un final planeado y prematuro en el paraje alcazareño de Los Cerros. 

Como ocurre con los genios auténticos, Ramos existirá más allá de sus múltiples vidas. Mientras lo leamos, seguirá latiendo, cabreado por la incompetencia o emocionado con un poema repleto de verdad. El libro que acaba de publicarse es un reconocimiento tardío a un escritor que no quiso serlo, al menos, hasta encontrar su voz oculta. Contestamos el último interrogante y despedimos esta crónica. ¿Dónde Antonio Ramos? Aquí mismo. Para que ustedes abran boca, les compartimos el comienzo del relato Trenes rigurosamente vigilados, en exclusiva, como regalo por haber llegado hasta el final, que como bien saben, solo es el comienzo. 

Escribió Antonio Ramos: “A primera vista este hombre parece un viajero más. Alguien que espera el Regional Exprés, ahora que los trenes de largo recorrido paran poco en esta estación. Aunque quizá no lo sea, porque no tiene prisa. No se advierten en él los gestos de impaciencia, a veces mínimos, que delatan a todos los viajeros en todas las estaciones del mundo. Si lo es, debe ser un viajero habitual. O un viajero escéptico, que ha llegado a la certeza de que, después de todo, nadie va, nunca, a ninguna parte”. 

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